Rompiendo Esquemas (fanfic Eric Nam) [contenido sensible]

XXXIX - Reina de corazones

Sentir el calor y el roce de otro cuerpo a su espalda al despertar le hacía sentir mucho menos sola que como en sus sueños recordaba haber estado. Había caído dormida rápido pero se había descubierto despertándose desorientada y nerviosa tantas veces en la madrugada que tenía la sensación de haber pasado la noche en vela. Sin embargo, él había estado pendiente de su sueño y la había relajado en la medida de lo posible con su presencia y sus caricias.

Samuel la había ceñido a su cuerpo y ahora mantenía su mano cubriendo su cintura en un gesto protector que colmaba su corazón de paz. Debía reconocer que el calor de la fricción entre cuerpos siempre le había gustado, sobre todo estando estando desnuda. Mas había sido estando en la universidad que había disfrutado más cuán placentero podía llegar a ser compartir toda la noche con su pareja y cómo dormir entre los brazos de un hombre podía ser reparador y sensual.

No era lo único que había aprendido, de hecho, había sido con Samuel que había comprendido aún con más fuerza el valor de la verdadera intimidad. Viviendo con sus padres había tenido que esperar a que se fueran de fin de semana para disfrutar la casa para ella sola y su pareja. Luego con Samuel se había visto deseando con todas sus fuerzas que los compañeros de piso de él se largasen o fuesen menos escandalosos con sus propios ligues…

Al final, de la mano de Samuel una vez juntos en Atlanta había entendido al completo ese deseo de tener un espacio entero para ella y su pareja sin intromisiones, sin compañeros de piso ruidosos, sin falta de intimidad en definitiva. Poder gozar en pareja de cada rincón de un espacio y de la manera que desearan sin miedo a que luego nadie les dijera nada. Había sido en Atlanta donde había podido saborear el verdadero néctar de la independencia y de la libertad de amar todo el día, sin restricciones de horario.

Durante el primer mes en la ciudad había compartido el piso de Samuel con él incluso con las discusiones diarias que daban juego a su complicidad y sus sentimientos, había tenido la sensación cuando volvía allí de que regresaba a su nido de amor. Pero como le había dicho antes de cruzar el océano, no se permitiría el lujo de vivir a su costa. No, ella se mudó al mes siguiente a su apartamento tras haber encontrado un sitio acogedor y asequible en que poder instalarse.

Entonces ambos habían creado momentos mágicos en ambos espacios dependiendo de los horarios y posibilidades del otro. Irene había catado el sabor de crear y decorar su propio refugio que poder compartir con su pareja sin sentirse una carga para nadie. Entre aquellas cuatro paredes y las del piso de Samuel habían sostenido su amor a base de momentos cómplices o muy ardientes que no tenía ningún pudor en reconocer.

En aquella cama había dormido sola y acompañada, había sido mucho más placentero hacerlo en compañía. Pero no podía quitarle mérito a esas veces en que estando sola había tenido sueños húmedos o en que había necesitado provocarse ella misma los orgasmos por los viajes familiares de Samuel o porque no sería ella quien le buscaría. Ese dormitorio había sido testigo de lo bueno y lo malo, en compañía o a solas, era su refugio.

Les separaba en aquel momento una finísima sábana que no dejaba ocultar la vigorosidad de quien la abrazaba, el roce de su trasero contra la tela era insatisfactorio sintiendo que tras ella se escondía el causante de su propio deseo. Podía echarle la culpa a la cercanía o al calor que desprendía él por cada poro de su piel pero siendo sincera consigo misma, no era así. Aún estando él a su lado aquella noche se había sentido sola, golpeada y vapuleada por las palabras hirientes de su madre y le necesitaba a él.

Precisaba su complicidad, su ternura, su cercanía, su calor corporal, su compenetración, su amor, su todo, la experiencia le recordaba que él no rechazaría entregar su todo a ella igual que ella no lo haría con él. Condujo su mano izquierda entre sus cuerpos hasta colarla entre sus bóxers con la destreza que da la práctica. Sus yemas rozaron su piel con deleite despertando aún más sus propios anhelos, él gruñó dejándole mejor acceso.

– Adoro hagas eso y lo sabes, Irene, pero creo que no es… – Señaló él con la voz pastosa y ronca de recién despertado pero se calló al sentir que ella cerraba su mano sobre él, torturándolo con ella con movimientos lentos y calmados.

– Te necesito, Sam, por favor. – Susurró ella en un deje agonizante sin siquiera abrir sus ojos, envuelta por las sensaciones.

Él no habló en respuesta, sólo gruñó sin reticencia y alzó la mano ceñida a su cintura hasta sus pechos aún cubiertos con la sábana devolviéndole la tortura sobre sus pezones. El toque sedoso de la sábana unido a los pellizcos y juegos del hombre sobre aquella área sensible la propulsó al delirio, provocando que restregara su trasero todavía más contra él retirando su mano.

Enfervorecida por la apremiante necesidad de su cuerpo, su alma y, sobre todo, su sexo no dudó en retirar la de él de sus pechos y quitar la sábana que los separaba antes de dejar sus dedos sobre su entrada. Escuchó cómo él reía en un tono ronco y grave contra su oído atento a los silenciosos gemidos de ella y mordía su lóbulo al tiempo que sin dejar de estimular su sensible nudo se deshacía de su ropa interior con una habilidad que en otro tiempo le habría sorprendido.

– You’ll get me mad, babe, like a drug. (Tú vas a enloquecerme, babe, como una droga.) – Era palpable en su voz el anhelo, el deseo que corría por sus venas.




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