Rompiendo Esquemas (fanfic Eric Nam) [contenido sensible]

XLII - Cuando la soga ahoga [D]

La vista del mar rompiendo en la orilla, su sonido junto al del viento ululando alrededor como una amante siendo acariciada por su amado, la sensación de los granos de arena bajo las plantas de sus pies, el olor a salitre… Todo, excepto el color del mar de un azul muy turquesa y traslúcido, la envolvía y la llevaba de vuelta a aquellas tardes de playa con su abuela en verano, cuando regresaba a donde había nacido con sus hermanas.

En su memoria el agua de la costa del Golfo de Vizcaya no era sino mucho más oscura en su azul, más turbia a excepción de una marisma a la que había ido una vez. Entre aquel paisaje hermoso de dunas protegido, sí que había descubierto el bello tono del agua salada, el que ella consideraba más puro pese a que aquel turquesa frente a sus ojos tampoco se quedara atrás en pureza. Estaba en un remanso de paz como entonces, no podía dudarlo.

Escuchó cómo alguien se sentaba a su izquierda y no tuvo que mirarle para saber de quién se trataba, su mano grande y algo hosca cubrió la de ella sobre su rodilla con delicadeza. Una sonrisa brotó de sus labios y con su pulgar le hizo saber que sabía quien era, no necesitaban hablar para comunicarse. Él notaba que precisaba de esos momentos en relativo silencio; ya que en ocasiones llegaban hasta sus oídos los gritos de niños jugando, las conversaciones de adultos y los saludos de la gente en el paseo.

Y él estaba respetando esa calma, llevaba todo el fin de semana guardando las distancias sin ser distante o indiferente a ella. Irene se sentía más arropada de ese modo de lo que llevaba sintiéndose durante las semanas anteriores, aún le sorprendía que él pudiera entender tan bien lo que precisaba sin decirlo en voz alta. El arrullo de las olas rompiendo contra la orilla era mágico, tanto que la abstraía de sus pensamientos.

Se giró para observarle; llevaba el pelo rubio desordenado por el viento, sus ojos estaban cerrados disfrutando de la ligera brisa que corría acariciando su rostro, vestía un vaquero largo sin roturas ni desperfectos y una camisa azul pálida bajo una ligera americana marina. Su calzado reposaba a su espalda junto a las sandalias hueso de ella al lado de una bolsa de papel con el nombre y el símbolo de algún establecimiento cercano.

– ¿Qué has traído? Pensé que íbamos a ir a desayunar en algún lado.

– Aquí es algún lado, te vi tan cavilante que creí que te gustaría. –Irene sonrió y se mordió el labio inferior planteándose qué había hecho para merecerse al hombre que la acompañaba.

– Adoro cuando usas palabras tan cultas, me hace pensar que hice bien mi trabajo como profesora de español. –Sus ojos azules más oscuros que el mar frente a ellos se clavaron en ella con una sonrisa orgullosa.

– Siempre te consideraré mi profesora de español más práctica y interesante, –le guiñó el ojo ganándose el carcajeo de ella– aprender contigo es natural y entretenido, preciosa. –El tono de sutil sugerencia que sumó a sus dos últimas palabras provocó que sus mejillas se encendiesen apenas un pelín por lo que cambió de tema.

– ¿Has traído tu deliciosa pasta con tomate de la última vez? Juro que me apetece ahora mismo mucho más que entonces.

– ¡Oh! –La sorpresa dio paso al orgullo y la arrogancia pícara–. Eso significa que hice bien mi trabajo como chef ese almuerzo, cuando quieras te muestro mis otros progresos culinarios.

– Si son tan buenos como ese, prometo rebañar el plato como buena española. –La risa de él no tardó en llegar, recordándole todas las veces anteriores en que la había escuchado; las mariposas revolotearon en su estómago.

– Entonces tengo obligación de prepararte más platos que extrañes. –Le guiñó el ojo y alcanzó la bolsa de papel–. Pero siento decepcionarte, sólo traje cruasanes malos y café.

– ¡Oh, no, matarás mi paladar! ¡Aléjate de mí, Lucifer! –Su risa volvió a sonar esta vez aún más grave, sin dejar de entregarle la bolsa una vez hubo sacado el vaso de papel y el cruasán para él.

– Mis disculpas, milady, no es mi pretención.

Nah, es perfecto todo. Gracias, Sammy, no sé cómo puedo pagarte que me cuides así.

– Tu sonrisa y tu risa son pago suficiente, babe.

Aquella afirmación incendió sus mejillas que se escondió girando el rostro hacia el mar y comiendo como si le fuera la vida en ello. Tras un nuevo almuerzo, acompañados por su compañera de departamento y el socio de él en la ciudad, todos recogieron sus maletas y se devolvieron al aeropuerto. Cuando él la dejó en su apartamento por la noche, no pudo dejar de sonreír tan despejada y animada como estaba.

Era consciente de que aún quedaban muchos baches en el camino puesto que el juicio por intento de violación estaba aún en proceso y tenía una cita con el psicólogo programada para esa semana. No obstante, su plenitud anímica no se diluyó como pudiera esperarse con los horarios rutinarios. No, en su lugar, permanecieron durante más días de los esperados, gracias tanto a la calma gozada en Miami como a un dulce mensaje de voz procedente de Eric.

«Sé que yo y usted no podemos quedar a solas por cierto gesto… Así que le propongo, linda, se venga una bbq con la comunidad de la iglesia de Momma, es un acto de caridad. Hay rastrillo y mucho, mucho gente allí para evitar “peligros”, espero que le apetezca. El primer domingo de julio, es una cita aunque entre mucho gente.




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