La indefensión que sintió saliendo del juzgado sosteniendo a granny ante todos aquellos periodistas y las mordaces preguntas que les lanzaron tanto a ellas como a Samuel; se repetía en su interior al observar aquellas páginas completas en todos los periódicos de Atlanta. Y aún tenía que agradecer que las noticias de ámbito nacional hubieran anulado a una estatal de tanta importancia como aquella… Le ahogaba toda esa presión de medios, incluso su rostro era ahora de conocimiento público.
Se la mencionaba en varios de los artículos como la novia de ida y vuelta del demandante, cosa que no era mentira pero que había invitado a la prensa rosa a destripar su aspecto como si fuera una celebridad. La anciana había movido todos los hilos posibles para que dejasen de atormentar la vida de una simple ciudadana como ella pero parecía que los periodistas tenían muchísimo interés en explotar esa mina. A cualquier costo se habían revuelto para remover su existencia y criticar lo poco que hubiera hecho.
En contraposición a lo que cualquier otra persona hubiese decidido hacer, Irene había plantado cara y sin dejarse llevar por la sed de sangre sino que había continuado con su rutina. No había habido cuartel, surgían al menos dos artículos al día vía internet y plasmaban fotos de ella en su vida diaria o saliendo de los juzgados. ¿Qué interés podía despertar una don nadie como ella?
Sólo los periodistas lo sabían, sus conocidos le habían enviado mensajes para conocer su estado y afirmarle que la apoyaban y no creían nada de lo que intentaban vender con aquellos artículos. Sus amigas habían insistido en que alejase todos esos insidiosos trozos de papel que sólo pretendían resquebrajar su fortaleza para las venideras vistas frente al juez. Era más fácil decirlo que hacerlo, ella era la prueba de ello.
Sus manos temblaban como un flan zarandeado, se miró las palmas que sostenían aquel último reportaje en el que Samuel y ella estaban muy acaramelados abrazados y caminando de la mano. Se escapó de entre las manos al notar su smartphone vibrando sobre otras tantas páginas rellenas con su rostro y el de él, parecía que alguien se estaba esforzando en sacar toda la artillería contra ella. En el que sus dedos tocaban se insinuaba que era una casquivana con todas las letras, por si no fuera suficiente con el acoso.
En su mente se repetía la llamada que había provocado que dejara el móvil en modo vibración, una y otra vez como un bucle sin fin con todo el dolor que acarreaba. No sabía con exactitud por qué su padre había estado leyendo la prensa de Atlanta, ni desde cuándo pero sí que estaba claro que llevaba tiempo haciendo que alguien le tradujera la prensa cuando tenía interés en algo. Oír al siempre racional y comprensivo José Gómez diciéndole que se volviera a España de inmediato dolía.
Sus palabras precisas gritadas al auricular habían sido: “¿Qué carajo crees que haces? Deja todo en Atlanta y vuelve aquí de inmediato, esto no es solo por tu hermana. Me da igual que tengas tu vida allí, Irene, no pienso sentarme tranquilo a observar cómo esos cuervos pisotean a mi benjamina, ni mucho menos seguir viendo cómo insultan a una víctima como eres tú.”
Y ahí llegó la confirmación de que Patricia había hablado con ellos acerca de lo sucedido, por eso se oía a su madre sollozando por detrás de los gritos de su padre. Sabía que se iban a enterar tarde o temprano, quería habérselo narrado tras haber acabado los juicios pero la bomba había saltado en su propia cara e indagando, como el intuitivo hombre que era, había logrado sacarle la información al eslabón más débil. No se había cortado un pelo señalando que iría a por ella como si fuera menor en caso de negarse.
No pudo seguir escuchándole despotricar, tan agresivo y dolido como lo escuchó por lo que con un corto “No voy a ir, papá, llamaré cuando esté preparada. Cuidaos.”, había colgado el móvil con la decepción de su padre clavada en su corazón. Era la primera vez en su vida que había sentido que le había fallado, que había manchado el inmaculado orgullo que sentían por verla feliz allende los mares. Sabía que no estaban enfadados con ella sino con la impotencia despertada por el conocimiento mas el dolor seguía presente como un hierro candente.
No importaba cuánto lo pensara, no podía volver con ellos; Olivia merecía tranquilidad en el final de su embarazo y no a una hermana que se vería ahogada al menor intento de sus padres de hablar del tema. Sintió la humedad que bajaba por sus mejillas cuando ya las gotas caían sobre el papel, Estaba hiperventilando allí sentada, su cuerpo actuaba ante su ataque de ansiedad sin siquiera darle a su cerebro consciencia del mismo…
Desde que había dejado a José con la palabra en la boca y había puesto el modo vibración a funcionar apenas había visto la pantalla del aparato para responder a un mensaje de Eric y rechazar las llamadas de cuantos habían tratado de comunicarse con ella. No se sentía capaz de apagarlo, si lo hacía creía que la soledad de su apartamento la hundiría del todo. La obligaría a fondear, quizá incluso acabaría otra vez varada como un barco frente a un escarpado acantilado y sin posibilidad de salir sola.
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Su respiración se volvió cada vez más dificultosa y sus manos soltaron los papeles alcanzando su cuello como un movimiento mecánico, en busca de su propia respiración estrangulada. Su mirada borrosa por las lágrimas pareció recuperarse salvo porque en verdad no regresó a ver su apartamento sino el movimiento de las ondas del agua sobre su cabeza. La hermosura de las tonalidades entre azules y verdes que la luz proyectaba en el túnel, el sonido relajante de las criaturas al cruzar nadar cerca de los cristales...