Rompiendo Esquemas (fanfic Eric Nam) [contenido sensible]

XLVII - Verdades que duelen [D]

Dos noches más pasó entre aquellas tristes paredes que al contrario de su apariencia habían provocado muchas risas y confesiones así como alegrías al haber podido disfrutar de una videollamada con Olivia y sus padres. El pequeño Gabriel tenía la piel más olivácea de su padre y estaba tan arrugadillo que parecía más uno de esos perros con doble o triple papada que un bebé. Lo compensaba con un aire despierto y risueño que robaba el corazón a cuantos les rodeaban.

El orgulloso padre se había tomado unos días en el trabajo para poder estar al lado de su sonriente mujer y su primogénito que lucían extasiados por su presencia pese a la extenuante visita de los flamantes abuelos. Participó de varias de las bromas de José y María Elena sin reservas como en las reuniones de Navidades y por ello fue que ella comprendió por qué era el hombre que su hermana mayor había elegido para vivir. La seriedad de ella era complementada con la lengua divertida de Joao, era fascinante

Siempre había dudado de que Oli hubiera tomado la decisión correcta, en esa videollamada supo que no había sido sino un acierto pleno que había cuestionado porque todo lo que tocaba a su hermana lo cuestionaba. Tal vez él era mayor que su mujer y la forma de pisar alrededor de ella le había asustado por ser demasiado callado y observador, como si escondiera muchos secretos. Verlo desvivirse por madre e hijo le dio la pista de que tendía a ser reservado de más en su pretensión de ganarse el enfado fácil de Olivia, a la que se veía que adoraba.

En ese día vio al hombre que había enamorado a su hermana tratándola como una reina y revoloteando como un juguetón paje a su lado, sin contener la felicidad y madura diversión de poder tocar el fruto de su amor. Se había retrasado más de diez días la criatura y habían estado desesperados porque naciera porque aquello, aunque no extraño, suponía un incordio sabiendo que tenían que volver a Portugal, a su casa. Les prometió entonces que iría en Noviembre a visitarles por algo más de una semana y les ayudaría con su sobrino.

La visita de Ruth con Samuel tampoco había sido carente de sonrisas, risas y confidencias especialmente de parte de su abuela postiza que no dudó en emplear su tiempo con ellos para contarles anécdotas de su vida y de su invernadero. Aquello le recordó a las tardes aplicada allí ayudándola a cuidar y mimar cada planta dentro de aquella cúpula de cristal. Los abigarrados y deliciosos aromas que podían incluso envenenarte en caso de embriagarte demasiado con ellos.

Rememoraba entre aquellas paredes cómo su propia abuela materna amaba la jardinería y tenía su terraza llena de plantas aromáticas, medicinales y florales. Ambas mujeres tenían un mejor dominio y técnica que el que ella nunca logró alcanzar en su vida, pese a los intentos de ellas por enseñarle. Era obvio para ella ya entonces que el cuidado de las plantas era parte del corazón de ellas, no del suyo, y que por mucho que admirase la belleza de aquellos seres, ella no estaba destinada a tener plantas.

A duras penas había podido mantener con vida la orquídea de Dulce cuando ella había tenido que viajar a Méjico por el cumpleaños de su padre  para continuar con su tradición de celebrar cada año el nacimiento de uno de sus progenitores junto a ellos. La dulzura personificada sabía que dejarle una planta tan delicada a la Triple E era un homicidio consensuado puesto que sólo recordaba cuidar a seres que hicieran ruido y se movieran… En fin, si había algo que su dueña no quería es que muriese.

Y de Kath, mejor ni hablar de su pésima excusa para rechazar la petición: que había alcanzado a matar a un cactus por regarlo en exceso. No quisieron probar suerte, tanto la rubia como ella coincidieron en que verse atadas por aquel tiempo de cuidados a la orquídea no era tan mal plan –al final estuvo un par de meses más en su apartamento como una invitada de honor–. Irene todavía no entendía cómo podía haber sobrevivido a sus penosas habilidades, mas la prueba viviente estaba en el apartamento de la maestra.

Aquellas divagaciones le dieron la idea de que después de pasar una semana con su hermana y el pequeño Gabriel, gastaría otra media en Bilbao junto a su abuela oyéndola cantar boleros al cocinar y ayudándola con su terraza aquellos días que no lloviera. Había oído que en ocasiones volver a las raíces colaboraba a aclarar las ideas, sus raíces no estaban tanto en Madrid dado que había sido a los diez cuando la familia al completo había pisado su nuevo y definitivo hogar.

En el norte bajo el cielo gris estaba su origen y quería ver si la teoría funcionaba porque empezaba a no saber hacia dónde tirar en su vida personal, no así en la laboral donde, desde que dejó la cafetería, se sentía mucho más relajada. Lo tenía muy claro, la traducción era su mundo y su futuro por mucho que pudiera costarle mantener el flujo constante de dinero debido al peso y duración exigida por la obra entre manos. Por no hablar de cómo dependía de eso mismo la prima por cada traducción.

Una vez hubiera convivido tres días con ella se dirigiría a la casa familiar para ser la buena hija que sus padres no paraban de echar de menos; era recíproco, no podía mentir acerca de ello tampoco. Tras aquella llamada de su padre sabía que había mucha tensión que soltar y mucho de lo que hablar, especialmente cuando ambas sentencias saldrían tan pronto. A finales de octubre, la justicia había tardado menos de un año en verse en la recta final y eso la sorprendía y agradaba.

Lo hacía por una razón muy sencilla, significaba que no sólo la justicia de Georgia era más eficiente que la de España sino que el matrimonio Worthington no había podido poner trabas suficientes ni a Ruth ni a Samuel. De hecho, ambos le habían narrado los avances con emoción contenida y le habían informado que habían parado cualquier nueva noticia acerca de ella. Habían recurrido a través de sus abogados a la amenaza de demandar a los socios de los medios por difamación y algún otro cargo que no recordaba.




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