Rompiendo Esquemas (fanfic Eric Nam) [contenido sensible]

Escena Extra XV - Una sirena furiosa [D]

Aquella noche nada más que Irene abriera la puerta de su departamento había podido verla en aquel vestido perla que una vez había visto en una bolsa en la cafetería, colgado de su percha.  Si había imaginado cómo se vería en él, su visión en persona había supuesto una conmoción cerebral mucho más grave de lo imaginable. La tela envolvía su piel desde su hombro hasta un poco por encima de sus rodillas, como una toga romana asimétrica solo rota por el cinturón con mariposa que abrazaba su cintura.

Estaba radiante, tanto que parecía una de esas de modelaje para líneas de ropa con objetivo para mujeres de a pie de pavimento. Sus curvas y su altura estaban empaquetadas a la perfección en un envoltorio brillante y sedoso que la asimilaba al envoltorio de un delicioso caramelo que deseaba desenvolver al primer segundo. La castaña además tenía un brillo en la mirada más intenso  que en ocasiones anteriores, parecía como si estuviera decidida y confiara en que todo fuera a mejorar a partir de ese momento.

Había tenido que ceder su atención a la pequeña sombra blanca, que la custodiaba desde el aparador de la entrada, para evitar que su cuerpo reaccionase de un modo imprudente ante la belleza de su perfecta musa. El verla en persona era siempre un estímulo demasiado grande por lo que al tenerla allí en aquel vestido, debía asegurarse de no dar un paso en falso o provocar que la idea de la cita acabara antes siquiera empezarla. Sin embargo, su voz lo hechizó otra vez más…

Bromeó y flirteó al tiempo como le salía natural a su alrededor; ella era su inspiración y el embrujo que su suave y delicioso tono ejercía acarició sus tímpanos directo al corazón. No tuvo suficiente fuerza de voluntad al verla acercarse a él con su vista fija en sus labios y acabó sucumbiendo a la llamada que los finos labios rojos, que su boca llevaba tiempo reclamando probar otra vez. Tampoco se hubiera resistido en ningún caso, ella era la sirena a la que quería entregar su vida.

Se sumergió en la pasión y la ternura contenidas en el beso, un beso que volvió a probarle que una vez comenzaban con ello daba igual que él llevase la guía porque en cuanto tocaba sus labios el mundo desaparecía. Eric notaba cómo su sirena le guiaba contra las rocas del acantilado con el único fin de destrozar bajo el oleaje su navío y se hundía contra el enorme muro de piedra. Su aroma a avena, su sabor dulce y la calidez infinita de su cuerpo contra el suyo eran suficiente como para no importarle morir allí.

Disfrutó de cada roce y de su respuesta sin apenas ser consciente de si seguía vivo sosteniéndola entre sus brazos o estaba soñando con estar inmerso en el abrazo de una sirena que lo llevaba al fondo sin importar que se ahogara. “Siempre que me ahogue en sus besos será como renacer en el mundo. Cuanto más golpee contra el acantilado y éste se resquebraje poco a poco, más importancia tendré en su vida.” El pensamiento le hizo adentrarse más en el hechizo de esos labios que esperaba no tardar en volver a catar.

Podrían preguntarle cómo lograba separarse de ella cuantas veces quisieran y su respuesta sería la misma: una fuerza de voluntad demasiado mejorada en los primeros años de práctica en el pop coreano. Desde niño había mostrado una voluntad férrea en culminar sus metas con éxito, la materia prima estaba allí y en Corea la perfeccionó para tratar de cumplir aquel sueño que seguía clavado como un “sueño imposible” a ojos de los demás. Era una fortuna haber desarrollado esa habilidad.

Ahora cuando tocaba a su sirena o la oía tenía que emplearse a fondo para no avasallarla con su deseo de que le viera como el hombre con el que compartir su vida. Tenía que retener toda la pasión desbordante que la española provocaba en él para no espantarla, ni herirla, para demostrarle que podía ser un hombre paciente y comprensivo, uno que la sostuviera, apoyara y quisiera incluso desde la distancia. Costaba, no era nada sencillo no ceder a cuanto su cuerpo y corazón ansiaban.

No le importaba si la sirena le apresaba y tiraba de él hasta el profundo lecho marino para ahogarlo y cumplir su misión ancestral como ser mitológico. Confiaba en su sirena, adoraba sus cánticos que le inspiraban y fortalecían su imaginación, en su embrujo tenía la seguridad de que estaba vivo y de que, sin importar cómo de tortuosa fuese la caída, deseaba formar parte de la vida de ella. Quería sostenerla, abrazarla, quererla, mostrarle los matices del mundo que solo bajo la luz del sol eran visibles…

No quería sacarla de su hábitat, ni remover su mundo, ni provocar que ella dejara de ser ella misma, no, sólo pretendía iluminar esa tristeza en la que se escondía del mismo modo en que cuando ella le miraba se iluminaba el suyo. Sólo quería que su bella criatura mística viera que en el mundo existía la posibilidad muy cercana de que ambos pudieran construir un futuro de la mano, que si se quedaba en sus sentimientos de culpa o dolor nada bueno vendría. Sí, quería alegrar su sonrisa y mirada día a día.

Ella le hacía plantearse en Atlanta, regresar a su ciudad natal y trabajar en el futuro de su carrera musical desde allí sin importar las inconveniencias que ello pudiera acarrear. Si pudiera tan solo poder besarla cada día, introducirse en el mar que ella era capaz de dominar bajo su influjo entonces no le importaría arriesgarse y sufrir las dificultades que fijar su domicilio allí acarrease. Cuanto más la probaba más consciente se hacía de que nunca se cansaría de querer expresarle su corazón en un gesto.

Le ilusionó que ella fuera esta vez quien impulsara el beso y que no huyera cuando sus bocas se alejaron, era un gran paso que platicaba de que se había ganado su confianza. No solo eso, sino que se notaba en su mirada que no sentía miedo a lo que había entre ellos y eso suponía un avance  muy similar al que Luna había dado desde que la recogieran. Ambas, dueña y gata, parecían haberse desprendido de su actitud huidiza por una cercanía más natural.




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