Terminamos el día contando estrellas e inventándonos constelaciones. Coloreando en nuestra mente el tono oscuro del cielo para luego plasmarlo en una tabla de surf. Darel con su sonrisa traviesa y su mirada hipnotizante planeó a mi lado los días de entrenamiento. La competencia se realizaría dentro de 5 meses, por lo que tendríamos que estar en forma y encontrar alguna manera de no afectar nuestro trabajo.
Mi mejor amigo y yo nos dedicábamos a hacer, diseñar y vender tablas de surf para los turistas en un pequeño taller cerca de casa. Las ganancias no eran las mejores, pero nos alcanzaban para vivir. Yo me encargaba de la parte más divertida “El diseño” que incluía el acabado y decorado de la tabla. Soy experta en utilizar las pinturas de aerosol; los plumones permanentes, explotar mi imaginación al máximo y causar sensación con mis creaciones. Llevábamos más de 10 años con este negocio, antes lepertenecía a mis padres, pero el hostal le proporcionaba más ganancias por lo que decidieron dejarnos el taller a nosotros. «¿Cómo no enamorarme de Darel si pasamos prácticamente las 24 horas del día juntos?»
Rossnest Island era una isla de la costa oeste de Australia, con una población menor de 400 habitantes, que se dedicaba única y exclusivamente al turismo. Era muy famosa por tener una de las colonias de quokkas más importantes del país, y por sus impresionantes playas paradisíacas. Éramos tan pocos que estudiábamos menos de 20 alumnos en el colegio. Pero vivir allí era un tesoro, no había día aburrido en esa isla. Nunca sabías lo que te esperaba cuando amanecía.
Correr por la carretera a las 6 de la mañana solo podía ser idea de Darel. Por suerte, la motivación era el premio de la competencia, de otra forma no me hubiera levantado tan temprano. Salí de mi habitación vistiendo mi típica ropa de deporte luego de ponerme mis lentes de contacto. Un silencio enloquecedor envolvía la casa, el pasillo estaba tan desolado que el eco de mis pisadas se podía escuchar a lo lejos y el rechinar de la madera no era que ayudara mucho, era aterrador, teniendo en cuenta que aún se podía ver las estrellas en el cielo a esa hora del día.
Salí al porche rezando para que Darel me estuviera esperando en la entrada, pero no era así. Vivía a solo tres cuadras de mi casa, pero el camino estaba lo suficientemente oscuro como para atreverme a correr sola por allí. Agarré mi teléfono móvil para llamarlo, justo en ese instante escuché que la puerta de la casa se abrió. Casi se me cae el aparato al suelo cuando su mirada y la mía se encontraron.
—¡Qué susto me has dado! Creí que nadie había despertado aún. —Le confesé llevándome la mano al pecho. —Buenos días, Yoisel.
—Ajá. —contestó pasando por mi lado para emprender su camino. También llevaba ropa de deporte y unos iPod lo acompañaban.
—¿Vas a correr? —Lo seguí. Era un mal educado, pero si tenía suerte su compañía me serviría para llegar hasta casa de Darel.
—Sí.
—¡Que bien! Te acompaño.
—No.
—¿Por qué no? —«Por Dios, cuánto rechazo hacia mi persona.»
—Me gusta correr solo. —gruñó y comenzó su marcha.
—Vale, a mí no. Además, solo será por unas pocas casas hasta que vea a Darel. —Era difícil mantenerle el ritmo, va muy rápido.
—Ajá.
—¿Encontraste mi collar? —Le pregunté ahogada por la carrera.
—No, ni siquiera lo he buscado y no debes hablar si estás entrenando. —me regañó sin despegar la vista del camino.
—Lo sé, no es la primera vez que hago deporte. —«Toda una vida y aún no me tomo en serio las reglas básicas.» —Deberías buscarlo, ¿qué pasa si viene tu novia y lo ve? —Me llevé las manos a la cintura y me detuve, pero Yoiselme ignoró y siguió corriendo. —Espera, joder, no me dejes atrás. —Le grité antes de alcanzarlo otra vez.
—No va a venir. —susurró.
—Ya, que no tienes novia ¿no? —El ver el desajuste de su rostro por culpa de mis palabras, hizo que me arrepintiera de haberlas soltado. «Ahora si me va a dejar votada en el camino.»
—¿Qué te hace pensar eso? —gruñó.
—Yo no lo dije por mal. —jugué con la piel sobrante que se formaba alrededor de mis uñas. —Es que no eres muy... comunicativo. —Iba a decir interesante, pero no quería empeorar la situación.
—Tenía novia hasta hace 24 horas. —miró su reloj y se encogió de hombros.
—¿Te dejó? Que mal, no te preocupes, hay muchos más peces en el mar. —Le palmó la espalda y él me fulminó con la mirada. —Es solo una metáfora, no estoy diciendo que tu anterior novia fuera un pez. —Me pasó por la cabeza, pero eso no lo iba a admitir.
—No me dejó. Ambos tomamos esa decisión. —Su tono de voz se hacía más frío, y preferí quedarme callada. Algo me decía que seguir hablando no era muy buena idea. —El collar ese, ¿tiene algo de especial? —me sorprendió como al cabo de un rato me preguntó.
—Me lo regaló Darel por mi cumpleaños, pero lo encontró en la calle, así que no sé qué tan especial sea.
—Tan especial como que te ha regalado su suerte.
—¿Eh?
—Cuando una persona te regala algo que encontró en algún sitio, te está regalando su suerte. No todas las cosas valiosas tienen un precio, Nadel.
—¡Oh, Dios mío! Soy la persona más desconsiderada del mundo. Yoisel, necesito que encuentres ese colgante. —le rogué. No puedo creer que Darel me haya regalado algo tan valioso como eso. ¿Será que también está enamorado de mí? ¿Y si eso era una declaración de amor? ¡Que tonta he sido!
—¿Ese de ahí no es tu Romeo? —señaló con la cabeza al chico que estaba sentado en la escalera de una casa azul de madera, y que levantaba los brazos nada más verme.
—Sí. —la respuesta se escapó de mis labios, y no pude evitar sonrojarme. —Gracias por la compañía, nos vemos en casa. —Me despedí y me acerqué trotando a la casa de mi mejor amigo. Vi en la distancia como Yoisel se alejaba calle arriba.