Una vez que volvemos a casa decidí tomarme un baño para empezar a trabajar con la mayor de las energías. Mamá le estaba dando una clase de yoga en el salón a una pareja de turistas y mi padre se encontraba en el porche jugando a las damas con el viejo Scott, su antiguo compañero de olas mientras escuchaban las advertencias en la radio de la posible aparición de arañas venenosas en las casas.
El mar estaba despejado, no parecía un día perfecto para surfear, pero aún así muchos de nuestros huéspedes vestían sus neoprenos y se encaminaban hacia la playa. Entre ellos Yoisel qué pasó por mi lado sin mirarme cargando bajo su brazo unas gafas para ver debajo del agua y unas patas de ranas.
—¿Vas a bucear? —Le pregunté con la esperanza de que se girara, pero no lo hizo.
—Ajá.
—¿Encontraste el...?
—No lo he buscado. —se alejó ignorándome.
«¡Que difícil! ¡¿Qué le cuesta mirar en su maleta a ver si está el dichoso colgante?! Uf, me dan ganas de estrangularlo con sus músculos perfectos y su altura imponente.»
Traté de despejar mi mente en el taller, llevábamos un atraso de dos días con los encargos, y cada minuto contaba. Darel me ayudó a mezclar la resina epóxica para luego verterla en la tabla de surf haciendo que los colores de esta resaltasen notoriamente. Era hermosa, un verde esperanza de fondo con el nombre de su dueño pintado con destellos dorados la hacía notar a más de 25 metros de distancia. El tiempo trabajando siempre se me había pasado volando, supongo que se debía a que me apasionaba lo que hacía y disfrutaba mucho de la compañía.
Darel siempre sería esa persona que quería tener a mi lado.
Eran más 12 de la noche cuando sentí que tocaban a mi puerta con seguridad. El día de trabajo había sido agotador y tendría que levantarme temprano a la mañana siguiente para salir a entrenar. «¿Quién osa interrumpir mi momento de paz y sueño?» Me levanté de la cama con despreocupación dejando a la vista el logo de Stars War de mi camiseta de pijama y mis pantalones anchos. Me los sujeté a los costados para que no se me cayeran. «¡Que manía la mía de escoger la ropa que no me sirve para dormir!»
—¿Quién es? —pregunté de mala gana, esperaba que fuera para algo realmente importante.
—Yoisel. —gruñó el chico del otro lado de la puerta.
—¿Qué quieres?
—¿Puedes abrir? —preguntó con frustración.
—Más te vale que sea para algo importante porque si no es así, te prometo que interrumpiré tu sueño todos los días para que veas lo que se siente. —le aseguré mientras giraba el picaporte y me lo encontré apoyado al umbral con cara de enojo. Nada nuevo siendo él.
—Toma, procura la próxima vez no dejarlo entre mi ropa interior. —Me entregó el collar por el que lo llevaba molestando todos esos días.
—Muchas gracias, te debo una. —sonreí mientras admiraba cada detalle del colgante, estaba más lindo de lo que recordaba, quizá porque ya sabía que Darel me lo había dado con la mejor de las intenciones.
—¿Por qué hueles a mí? —me preguntó Yoisel con el ceño fruncido, haciéndome volver a la realidad.
—¿Eh? —me hice la desentendida. No creía que se fuera a dar cuenta.
—¿Te pusiste de mi perfume? —«Ahora creo que está molesto.»
—Solo un poco, lo dejaste en el estante del baño y olía muy bien. —Me disculpé con la mirada, pero no pareció importarle.
—¿Tocaste mis cosas? —Lo de compartir baño con él esa tarde me había parecido algo ventajoso, después de revisar todos sus productos, y ver lo caros que eran, pensé que utilizar un poco de su gel de baño y su perfume no le importaría. Además de que yo ahorraría dinero si no tenía que comprar esos productos para mí. Vamos, que en resumidas cuentas, me quería aprovechar de él, y me había pillado.
—No te enfades... —intenté calmarlo, pero su mirada no se despegaba de mis ojos. —Tienes buen gusto para los perfumes.
—Nadel... no es broma. —gruñó.
—Lo sé. Lo siento. Pero si te sirve de consuelo puedes usar mi gel de baño y mi perfume, aunque son del todo por uno.
—No toques mis cosas. Por favor. —enfatizó la última frase con una mirada amenazante antes de alejarse por el pasillo. «Bueno, pudo haber sido peor.»
—Buenas noches, Yoisel. Gracias por el collar, el gel de baño y el perfume. —me fulminó con la mirada antes de entrar en su habitación y cerrar la puerta de un tirón. «Hay personas a las que no se le da bien compartir.»