Después de la nota de Zack —o como yo lo llamo desde que lo conocí, hace no más de dos horas, señor idiota—, llegó el receso. Sharlot y yo fuimos a la cafetería a comer. Al llegar, nos pusimos en la fila a esperar la “comida” que el instituto tan amablemente nos brinda.
—Esmeralda, quiero presentarte a unos amigos... claro, si tú quieres —me dice mientras avanzamos lentamente en la larga fila.
—Por supuesto, por mi parte no tengo ningún problema —le regalo una sonrisa para que vea que hablo en serio. No puede ser tan malo; después de todo, son amigos de Sharlot, y lo poco que he conocido de ella me da la impresión de que es una buena persona.
O al menos quiero pensar que lo es. No me gusta confiar en la gente tan rápido; las personas suelen ser manipuladoras, pero la mirada de Sharlot es distinta... limpia, transparente, sin sombras. Eso me tranquiliza un poco, aunque sigo alerta.
Cuando por fin llegamos al mostrador, nos sirven la comida. Espero de todo corazón que tenga mejor sabor del que aparenta, porque si sabe como se ve, creo que moriré envenenada antes de que suene la campana. Sharlot me guía hasta una mesa donde, supongo, están los amigos de los que habló.
—Chicos —llama su atención con una sonrisa—, quiero presentarles a una nueva amiga. Ella es Esmeralda. Espero que la traten bien.
Toma asiento y yo me siento a su lado.
—Hola a todos —demonios, eso sonó tan cliché—. Como ya saben mi nombre, no tengo que presentarme —agrego con una sonrisa que intento hacer parecer natural.
—Eh... hola, soy Jack, un gusto —dice el primero. Me sonríe con amabilidad, y lo analizo rápido: cabello negro, ojos grises, delgado, aunque parece alto incluso estando sentado. Es guapo, no tanto como el grupo de idiotas de esta mañana, pero definitivamente del tipo que llamarías “agradable a la vista”.
—Yo soy Lizz —dice la siguiente. Es bonita, con el cabello corto y rojo, ojos oscuros y unos lentes que le dan un aire tierno. Las pecas que cubren sus mejillas hacen que parezca sacada de una película adolescente de los noventa.
—Yo soy Michael —añade el último, quien resulta ser muy parecido a Lizz, solo que rubio.
—Un gusto —respondo mientras empiezo a probar mi comida. La papa no está tan mal como creía, al menos no me matará hoy.
—¿De dónde eres? —pregunta Jack, dejando su bandeja para mirarme con curiosidad.
—Soy la nueva —respondo arrastrando la palabra nueva, porque la odio.
—¡Oh! ¿Y de dónde se conocen tú y Sharlot? —pregunta Lizz, con un brillo de interés en la mirada.
—Nos conocimos esta mañana —contesto con calma.
—Ella... ella me defendió del grupo de Black —interviene Sharlot con timidez.
Antes de que pueda decir algo, todos en la mesa exclaman al unísono:
—¡¿Qué?!
Sus voces resuenan en toda la cafetería, atrayendo miradas curiosas. Y justo entonces escucho una voz que me revuelve el estómago:
—¡Oh, miren! La bestia encontró amigos... y miren quiénes son. El grupo de los nerds. ¿Qué pasa? ¿Nadie te quiere cerca y te refugias con los feos?
Me giro despacio, con el corazón latiéndome en las sienes, solo para encontrarme con Zack y su sonrisa de idiota. Me da asco.
—¿Y qué si me alojo con ellos? ¿Acaso te molesta? Dime, ¿tienes envidia de que esté con ellos y no contigo? —respondo enfadada.
Toda la cafetería enmudece. Incluso las trabajadoras han dejado de moverse, observándonos como si esto fuera una telenovela en vivo. Zack suelta una carcajada seca, carente de humor.
—Ya quisieras tú estar cerca de mí.
—Al parecer el único que quiere que esté cerca eres tú —le señalo con el dedo índice, cada palabra goteando sarcasmo. La verdad, me está cansando esta absurda conversación.
—Hermano, mejor vámonos. Perdemos el tiempo aquí —interviene uno de los hermanos León.
—Sí, aquí solo hay estorbos —agrega el otro.
—Tienen razón, mejor vámonos. Esta rata ya apesta —dice Zack, refiriéndose a mí, y antes de que pueda abrir la boca, lo interrumpo con una sonrisa lenta.
—Qué curioso, Zack... porque tú eres el único que no puede dejar de olerme. El murmullo en la cafetería explota. Zack me lanza una mirada asesina, pero se da la vuelta. No sé si se contuvo por orgullo o porque teme perder el control frente a todos. Yo solo sonrío. Bien hecho, Esmeralda. —La única rata que apesta aquí eres tú —dicho esto, le pego mi plato de papas en su feo rostro.
Salgo de la cafetería hecha una fiera. Camino por los pasillos desiertos del instituto con la rabia aún palpitando en mi pecho, pero antes de dar un paso más, una mano sujeta mi muñeca con brusquedad y me empuja contra los casilleros. Mis brazos quedan atrapados sobre mi cabeza, y al alzar la mirada, me encuentro con el responsable: Zack, con el rostro furioso y los ojos encendidos de ira.
—¿Qué? —pregunto con total calma, como si hace un minuto no le hubiera estampado un plato de papas en la cara.
—¿De verdad quieres saber qué tengo? —ruge entre dientes, tan cerca que puedo sentir su respiración alterada.
—No tengo idea de qué diablos te pasa. Que seas un maldito bipolar no significa que deba estar pendiente de ti —le grito, igualando su tono. El tipo está loco. Hace un rato se reía, y ahora parece querer arrancarme la cabeza. En conclusión: es bipolar.
Se queda viéndome fijo por unos segundos eternos. Esa mirada intensa empieza a incomodarme. Me duelen los brazos de tanto que los sujeta.
—¿Qué? ¿Acaso tengo monos en la cara? —suelto, molesta por su silencio.
—No, solo te observaba —responde con voz grave, y esa calma repentina me sorprende. —Tal vez, si me pides perdón de rodillas, podría perdonar tu comportamiento —añade con una sonrisa arrogante.
Y esa fue la gota que derramó el vaso. Le doy una patada directa en la entrepierna. Se dobla de dolor, pero no me detengo; cierro el puño y mi golpe impacta de lleno en su nariz. El sonido seco que se escucha me da una satisfacción que no esperaba.