Rompiendo las reglas de Black

Capítulo 3

—Yo contaré lo que pasó —Zack se me adelanta, y en este momento tengo unas ganas tremendas de darle un buen golpe—. Lo que pasó fue que... mejor comenzaré desde el principio —dicho esto, se acomoda para empezar a hablar—. Yo me levanté de mi bella cama para comenzar el día...

Pero lo interrumpo antes de que siga.

—No queremos saber lo que haces en la mañana, sino lo que pasó, por lo cual estamos aquí —si antes pensaba que era un idiota, me equivoqué; él supera la idiotez.

—¿No te han dicho que interrumpir a las personas mientras hablan es de mala educación? —me desafía con la mirada, y yo le devuelvo el gesto.

—No, ¿acaso tú me vas a enseñar? —mi voz suena con burla total, lo que hace que él se enoje aún más.

—Claro que podría enseñarte, pero hay un problema —dice mirando al director, mientras una sonrisa se forma en sus labios.

—¿Cuál? —pregunto con los ojos entrecerrados; tengo la sensación de que esto terminará en una discusión.

—Porque no entiendo el lenguaje de las bestias salvajes.

Esa es la gota que derrama el cielo. Sí, sé que el dicho es “el vaso”, pero me gusta ser creativa.

—Descuida, yo tampoco entendería el idioma de una mariposa chismosa —contraataco. Me encanta fastidiarlo.

—¡Basta! —el grito del director retumba en mis oídos—. Se sientan, hacen silencio y me dicen qué pasó.

Está furioso, y la frustración se le nota en la cara.

—¿Pero cómo vamos a decirle lo que pasó si usted no quiere que hablemos? —me río por lo bajo ante el comentario del idiota de Zack, pero el director le lanza una mirada de muerte que lo hace callar al instante.

—Comiencen a contar, no tengo todo el día —ordena.

Nos acomodamos en los asientos.

—Lo que pasó fue que ella me tiró un plato de papas en la cara. Yo fui a reclamarle y ella me golpeó —en cierta parte tiene razón, pero omitió todo lo que él hizo antes.

—Su turno, señorita Hernández —dice el director, esperando mi versión.

—Bueno, en parte él dijo la verdad, solo que no explicó por qué le pegué. Lo hice porque me insultó y, además, me lastimó las muñecas —le muestro mis muñecas, aún enrojecidas.

—Muy bien. Váyanse a sus clases. Luego les avisaré sobre sus castigos —dicho esto, comenzamos a salir de la oficina. En el pasillo me encuentro con la secretaria del director.

—Adiós... espera, no me has dicho tu nombre —le digo, deteniéndome frente a ella.

—Soy Sara, Sara Montes —me tiende la mano y yo la estrecho.

—Estoy orgullosa de ti —añade con una sonrisa.

Frunzo el ceño, confundida.

—¿Por golpear a Zack?

—Exacto. Eres la primera en hacerlo —dice guiñándome un ojo con complicidad.

—Entonces estoy muy satisfecha —le devuelvo la sonrisa—. Se lo merecía, es un idiota.

Ella asiente, divertida.

—Bueno, ve a tu clase o se te hará tarde —señala la puerta con una sonrisa traviesa.

—Gracias, adiós —me despido y salgo rumbo a mi clase.

La profesora aún no ha llegado. Así transcurre mi primer día de clases: tranquilo, dentro de todo. Al terminar, me despido de mis nuevos amigos y emprendo el camino a casa. Camino un buen rato, ya que mamá no podía venir a buscarme; está ocupada con los arreglos de la casa.

La caminata, pese a todo, se me hace amena. Cuando llego, abro la puerta y la cierro tras de mí. Suelto un suspiro cansado, cierro los ojos un instante y luego los abro.

—¡Llegué! —grito desde la sala.

—¡En la cocina! —responde mi madre.

Camino hasta allá y, para mi sorpresa, no está sola. Mi boca se abre de la impresión al ver a la mujer que la acompaña.

—¡Madrina Scarlett! —corro hacia ella y la abrazo.

Scarlett ha sido amiga de mi madre desde antes de que yo naciera, y cuando lo hice, decidió bautizarse como mi madrina. Siempre venía a casa, era casi como una segunda madre para mí. Tenía por lo menos nueve meses y medio sin verla, y sinceramente, ya me hacía falta.

—Pero mi pequeña… ¡qué grande estás! —me dice con esa sonrisa cálida de siempre.

—Gracias —respondo, sonriéndole también—. Y tú cada día más joven.

—Siempre sabiendo qué decir —ríe divertida.

—Eso lo aprendí, en parte, gracias a ti.

—Bueno, creo que yo sobro aquí —interviene mamá con una expresión de “me están ignorando y no me gusta nada”.

—Hola, mami —admito entre risas. La verdad, me había olvidado de ella por un momento.

—Hola, cariño —dice mientras besa mi cabeza y luego mis mejillas—. Cuéntame, ¿cómo te fue en tu primer día?

En serio, mamá, ¿tenías que preguntar eso?

—Sí, sobre eso… —murmuro con una sonrisa de angelito. ¿Cómo le iba a contar sin que me enterrara viva?
Oh, mamá, tengo nuevas noticias. Sabes que soy nueva, eso ya lo sabes, pero insulté y golpeé al chico más popular del instituto. Le llamé “mariposa chismosa” (sí, lo sé, mi apodo para él es legendario). El director me mandó a su oficina, ahora tengo una ficha en mi expediente, y todavía no sé qué castigo me pondrán. ¡Ah! Y casi olvido mencionar que le prometí que la batalla apenas comienza. No creo que haya pasado nada más importante.

—¿Qué hiciste ahora? —pregunta mamá con los ojos entrecerrados. Lo peor de tener una madre que te conoce demasiado bien es que no necesitas abrir la boca para delatarte. Su mirada se vuelve seria. Muy seria.

—¿Qué tal si te cuento luego? Estoy cansada —digo con mi mejor sonrisa inocente, le doy un beso rápido en la mejilla a mi madrina y a mamá, y corro escaleras arriba.

Abro la puerta de mi habitación, tiro la mochila por un lado y me dejo caer en la cama. En cuestión de minutos, el cansancio gana y me quedo dormida.

Cuando despierto, abro los ojos lentamente. La luz me molesta, así que los cierro de nuevo, pero finalmente me resigno. Miro la hora en el celular: 8:00 p. m.

¿En serio dormí tanto?

Bajo las escaleras y encuentro a mamá sirviendo la cena.

—Veo que despertaste —dice sin mirarme—. Estaba a punto de subir a hacerlo.




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