Rompiendo Paradigmas

Prólogo

En toda familia o grupo social existe la oveja negra; aquella que nadie quiere por su carácter, personalidad e incluso la manera de ir en dirección contraria a lo que se está acostumbrando. Nadie la quiere, pero fingen lo contrario para no verse moralmente juzgados.
En la mía, fui yo. Aquella que fue juzgada y excluida porque no hacía lo que los demás esperaban que hiciera. Sin embargo, luché contra todo por ser feliz. En el camino, me convertí en una mujer exitosa profesionalmente, pero en mi vida personal fui el vivo ejemplo de lo que una relación tóxica significaba; una mujer sumisa, pero explosiva, introvertida, pero abierta, fría, pero sincera; alguien dispuesta a romper con todos esos patrones de mi infancia desde el momento en el que di a luz a mis propios hijos. Tres pequeños que fueron testigos de toda la violencia, abuso y maltrato que su propio padre ejercía contra mi persona. Aun así, decidí luchar por mantener mi matrimonio para que ellos no pensaran mal de él, para ser esa familia que siempre quise tener. Lamentablemente, eso me consumió y, con ello, a mis hijos. 

Sí, era exitoso, proveedor, extremadamente inteligente. Y, aun así, logró despedazarme cada que pudo, a tal grado en que mis pequeños expresaron su deseo por escaparnos sin que él se diera cuenta. Imagínate la cara que puse al ver sus expresiones llenas de terror y angustia al mencionar aquellas palabras. Se suponía que yo debía protegerlos, alejarlos de todo daño para suplirlo por una infancia alegre, armoniosa, pero, sobre todo, sana. 

Ellos me dieron ese valor y coraje que tenía tanto tiempo escondido. Así que, en cuanto mi esposo se fue del trabajo, junto a mis hijos, corrí a casa de mi tía para que me apoyara a cuidarlos mientras acudía a la fiscalía para denunciar a mi esposo. Ella, al verme tan angustiada, no solo aceptó, sino también se ofreció a acompañarme junto a mi tío. 

—Tranquila, hija. Nosotros te apoyamos. —mencionó mi tío para después abrazarme al verme con un ataque de pánico para posteriormente quitar a Amelia de mi regazo para cargarla y tranquilizarla debido al terrible llanto que en ella yacía. Por otro lado, Fernando se aferraba a la mano de Leslie, su hermana mayor, quién permanecía seria con lágrimas que pasaban por sus mejillas, pero sin emitir sonido alguno; estaba tensa. Cuando mi tía trató de llevarla con ella, se negó. 

Mi tía me miró preocupada. Suspiró. Asintió guiándonos a la sala después de ir a la cocina por una taza de té que posteriormente me entregó. 

—Niños, ¿no quieren que vayamos por un dulce?—sugirió mi tío, Leslie me miró y asentí para que fuera junto con su hermano. 

Me impresionaba como tan pequeña, tenía un sentido de conciencia de las cosas tan avanzado. Ahí me di cuenta de que jamás hay que subestimar a los hijos, mucho menos taparles el sol con un dedo. 

—No quise llevarlos a la guardería, porque tenía miedo de que… —expresé con temor y rapidez en cuanto mi tío salió de la puerta con los niños. 

—... Él fuera y te los quitara—completó de decir mi tía. Me agarró las manos en forma de apoyo. 

—Tía, no los quiero perder. —mencioné entre llanto de desesperación—Si vieras como me rogaron para escapar de su propio padre. 

Después de contarle la manera en como mi esposo había cambiado conmigo, el cómo empezó a maltratarme, golpearme y sobajarme ante cualquier inconformidad, incluso el cómo estuvo a punto de violentar a mis hijos con coraje y desdén por culpa mía; mi tía se paró, agarró las llaves de la camioneta, su bolsa y dirigió su vista hacia mí. 

—Espero que hayas hecho maletas, porque no voy a permitir que se vuelva a acercar a ti y a mis sobrinos. Así que, en este momento, tú y yo—agarró mi rostro con ambas manos señalándome seria y amenazante—vamos a la fiscalía a denunciarlo. 

La miré con asombro, me limpié las lágrimas que me quedaban y la seguí mientras buscaba el número de mi tío en mi celular para marcarle.

—No te preocupes, por eso se llevó a las niñas. Solo no bloquees a tu marido porque sospechará y vendrá a buscarte. Eso nos quitará tiempo. Mejor que lo sorprendan en su trabajo. 

Asentí nerviosa, nos subimos al carro para ir en dirección a la fiscalía. A pesar de que mi esposo se encontraba en su trabajo, tenía miedo de que mi tío se encontrase con él y los niños, por lo que decidió mandarle una lista de lugares a los cuales no acudir, dado que eran los más frecuentes al salir y probablemente donde los encontraría. A pesar de no bloquear a mi esposo, tenía miedo, ya que anteriormente me había escapado para acudir al cumpleaños de mi madre; un error. Al enterarse, fue por mí sacándome de la peor manera posible. Lo que sucedió en casa, fue aún más horrible; moretones, rasguños y dolores terribles de estómago ocasionados por sus golpes fueron las consecuencias de toda la atrocidad de aquel día. 

A raíz de ese día, me negaba a cada reunión familiar que me invitaban y, con el tiempo, dejaron de invitarme. Mi familia siempre temía por mi bienestar, pero no hacían nada porque sabían lo mucho que yo lo amaba. Las únicas reuniones a las que acudía eran en compañía de él y solamente con su familia. La cual, he de decir que nunca me aceptaron; comentarios machistas, hirientes e inclusive denigrantes hacia mí y mis hijos. 

Fueron tantos años de abuso que, de no ser por mis tíos y mis hijos, jamás hubiera tenido el valor de denunciar a mi esposo. Mis tíos fueron las únicas personas que me acompañaron en todo el proceso; desde la denuncia, los juicios hasta finalmente lograr el arresto de mi esposo por violencia intrafamiliar y de género después de años de arduo trabajo, obviamente con el acompañamiento de mi abogado. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.