Rompiendo Paradigmas

04: Roles de canela

Leslie Belmont.

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Ha pasado una semana desde que entré a trabajar en aquella cafetería, las cosas con Kim cada vez eran más pesadas. Mike se la pasaba en bodega o cocina la gran parte del tiempo y muy a mi pesar, Kim tuvo que capacitarme, especialmente en la preparación de bebidas, ya que logré adaptarme a la caja rápidamente. Ninguna de las dos mantenía conversación a menos que fuera necesario. La imagen que ella tenía de mí era de una niña caprichosa, alzada y superficial, sin siquiera conocerme. Sólo se basó en mi nula experiencia para que en vez de hacerme sentir apoyada, sólo me juzgó, haciéndome menos. 

Por otro lado, las clases eran monótonas pero disfrutaba mucho cuando las tomaba en uno de los auditorios del College. Era un lugar de ensueño. Todas las películas que veía de niña donde los alumnos estaban en lo alto mientras que los profesores estaban abajo como en una sala de cine me parecía algo tan lejano, inalcanzable cuando todo eso estaba siendo posible a mis ojos. 

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Todo esto se lo debía a mi familia, ya que sin su apoyo no hubiese podido terminar la carrera y, por consiguiente, conseguir un trabajo que me permitiera ahorrar lo suficiente por unos años y poder estar aquí. Sin embargo, no todo ha sido color de rosas. Cuando pensaba en ellos me daba un bajón emocional; los extrañaba. Esos momentos a la hora de la cena cuando después de nuestras actividades, nos reuníamos, reíamos e incluso, llorar ahora me parecía bueno con tal de tenerlos a mi lado. 

Me hacían falta, era verdad. Pero sabía que todo este esfuerzo valdría la pena porque algún día me los traería conmigo. No quise dejarlos desamparados, y aunque mi mamá no estuvo de acuerdo del todo, siempre me apoyó porque sabía que esto era lo que mi corazón anhelaba. 

 

Era oficial, estaba en mi primer periodo de evaluaciones y lo consideraba más pesado que en mi país. Es por ello, que llegando de mi jornada laboral, llegué a la casa y subí directamente a mi habitación para ordenar las tareas que elaboraría primero sin olvidar de los exámenes que presentaría en dos días. Como de costumbre, Dean y Chandler; mis compañeros de casa se encontraban en la sala de estar, solamente que en vez de videojuegos, se encontraban viendo el Hockey ya que en Canadá era uno de los deportes más famosos por no decir el más popular así como en México lo es el Futbol Soccer. 

Cuando dieron las 3:00a.m. bajé por un vaso de café para aguantar más la noche ya que me quedaban dos tareas más por hacer. Dean y Chandler ya no se encontraban. Todo estaba solo y oscuro. Iba con mi celular en mano alumbrando con su brillo hasta que vi una silueta moviéndose. Me asusté acercándome sigilosamente al interruptor hasta que finalmente lo prendí, ella se volteó y al verme gritó asustada lo que por consecuencia me asustó. La casa se convirtió en un mar de gritos hasta que se acercó a mí y me cayó tapándome la boca.

—¡Sh! ¡Callate! ¡Callate! Vas a despertar a los chicos. 

—¿Callarme? Pero si tú empezaste. —me defendí en susurro. 

—¿Qué esperabas? ¡Me asustas! ¿No te han dicho que es falta de educación asustar a las personas? —hizo un puchero. 

Verla me recordó a los doramas que veía junto a mi hermana Amelia. Sonreí tierna.

—Que… ¿Qué me ves tanto? 

—Traes tu mascarilla puesta—señalé su cara—ella me miró sorprendida. 

—¡Oh, cielos! ¡Lo olvidé!—se fue corriendo a su habitación. 

Me encogí de brazos. Caminé hacia el refrigerador para abrirlo y preparar cereal con leche después de poner a calentar agua para mi café. Me senté en el desayunador. Minutos después apareció la surcoreana con una cara limpia de restos de mascarilla. 

—¿Qué haces despierta tan noche?—preguntó agarrando un banco y sentándose en frente de mí. 

—Lo mismo te pregunto. —sonreí desafiante. 

—¿Qué no es obvio?—señaló su rostro con sus dedos—Mi rutina de skincare. 

—¿A las tres de la mañana?

—¿Y tú, qué? ¿Sueles cenar a esta hora?

Borré mi sonrisa por una cara de cansancio. 

—¿Tengo la cara de cenar a estas horas? 

—No lo sé, apenas te conozco. Ignoro tus costumbres y siendo honesta no me interesan.

—Bueno, creo que ha sido mi rutina desde que llegué. 

—Tranquila, no tienes que darme explicaciones—respondió. 

Seguí comiendo mi cereal hasta terminarlo. Ella agarró la caja y agarró una porción con su mano. La miré confundida. 




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