Rompiendo Paradigmas

05: Mentalidad

 

Noah Arredondo. 

Han pasado días desde que fue la boda de Alexis. Desde aquel día, mi cabeza no ha dejado de pensar en esa variable dentro de la ecuación de mi relación. “Ninguno está dispuesto a abandonar sus sueños por el otro”. 

No es que tuviera o no razón, solo que no nos habíamos puesto a reflexionar en eso. Sí, acordamos visitarnos en nuestras vacaciones, cumpleaños y aniversarios, también casarnos algún día, pero la verdadera pregunta era “¿y después?” ¿Qué pasará con nuestro matrimonio? ¿Ella regresaría? Lo dudo. De hacerlo, jamás se hubiera marchado. Yo, ¿estaría dispuesto a dejar mi vida por ella? En un plano romántico, por supuesto. Pero, ¿abandonar el trabajo que me costó tantos años conseguir por irme a Canadá? Lo dudo.

Si ninguno estaba dispuesto a cambiar su vida por la del otro, ¿qué futuro nos esperaba? ¿Mantenernos en una relación a distancia por el resto de nuestras vidas? Eso, sinceramente, no era lo que quería. 

—Jefe, tengo las respuestas de los proveedores para los portavasos de cartón biodegradable que me pidió. —llegó Jennifer sacándome de mis pensamientos. 

Me estiró la tablet para que la agarrara. Analicé el documento PDF del proveedor para realizar el pedido semanal. Ella me siguió por el almacén. 

—Perfecto. Necesito que me hagas el cálculo de las piezas a pedir, tomando en cuenta el espacio en almacén, impuestos y demanda de los clientes. ¿Cuántas piezas tenemos todavía?

 —Cinco paquetes de cien piezas cada uno—contestó mientras me entregaba el reporte de inventario semanal—. De los cuales quedan dos disponibles porque el departamento de ventas cerró pedido de una cafetería en Monterrey, Nuevo León, donde pidieron tres de ellos. 

—Tomando en cuenta que hoy hacemos el pedido, ¿cuánto tardará en llegar? —pregunté.

—Si el pedido se hace antes del medio día, hoy mismo. Pero si es después de las 14:00 horas será hasta el día lunes, tomando en cuenta que hoy es viernes y el proveedor no labora fines de semana.  

Sonreí. Creí que al hacerle preguntas capciosas enfocadas a la práctica sería más fácil para ella poder entender los movimientos que se realizaban. No me equivoqué. 

—Entonces, ¿cuánto pedimos?—arquee la ceja mirándola a los ojos.

Jennifer abrazaba sus papeles mirándome con nerviosismo. Sabía que ella tenía la respuesta, pero tenía miedo de decirme pensando en qué pudiera decirle que estaba en un error. No es que tuviera el efecto Dunning-Kruger, solo era empatía. Sabía lo que era sentirse nervioso, asustado, temeroso de equivocarme porque probablemente se traduciría en fracaso. Sé que mis mentores lo hacían con la mejor intención, que buscaban mi superación y desarrollo; gracias a ellos, tengo el conocimiento y las habilidades que poseo hoy en día. De no ser por ellos, no sabría que hacer. 

—¿10 paquetes?—contestó dudosa. 

—¿Me lo dices o me lo preguntas?

—Se lo digo. 

—Está bien, 10 paquetes—confirmé, sonrió aliviada—. ¿Y por qué?

La sonrisa de su rostro se borró, supliéndola por un nerviosismo latente. Suspiró y finalmente respondió. 

—Porque tomando en cuenta la cantidad de pedidos que realizan nuestros clientes, la media es de 7, pero al final de la semana hay clientes que tienen más demanda y, por ende, nosotros. Entonces, para evitar quedarnos sin stock, podemos pedir los diez. De esta forma, al final de la misma nos quedarán pocos. Evitamos negar el producto y que los clientes se vean en la necesidad de buscar otro proveedor.  

 

Leslie Belmont.

Desde el día en que Noah se fue a la boda de Alexis y Alexa, estuvo muy raro conmigo, como si estuviera evitándome. No quería pensar mal, tampoco sacar mis inseguridades a la luz, pero lo conocía; sabía que algo me ocultaba. Podría pasarlo por alto, no decir nada y seguir con mi vida normal, pero saber que pudo haber pasado algo sin que él me haya dicho nada me hacía creer en un sinfín de cosas. Algunas, mentira, otras no; no lo sabía. ¿Y cómo saberlo? Si constantemente me evadía, rechazaba mis llamadas y mis mensajes de texto permanecían en visto. 

—Belmont—habló Mike acercándose a la barra—, ¿Estás bien? ¿Qué tanto reflexionas?—me sacó de mis pensamientos. Asentí.

—Estoy bien, jefe. Solamente reflexionaba en toda la tarea que tengo que hacer saliendo.—sonreí.

—Bueno, cambiando de tema… necesito que le digas a Kim que mañana tenemos capacitación en métodos de extracción para el café. Las quiero aquí a las dos temprano a las 6:00 de la mañana. 

—¿6 a.m.? Pero la cafetería abre a las 11:00 a.m. 

—Por lo mismo, no pueden estar en capacitación y atendiendo al mismo tiempo. Si, Leslie—contestó antes de que lo interrumpiera—. Sé que es tu descanso, tus horas extras se verán reflejadas en tu pago.

Suspiré tranquila. Mike se acercó colocando su mano en mi hombro.

—Ya no estás en México. No tienes nada de que preocuparte más que de hacer bien tu trabajo. 

Sonreí. De una u otra manera Mike sabía lo que significaba venir de países inseguros como lo es Latinoamérica. No es que fueran malos, pero esa parte era algo especial para mí. Afortunadamente, nunca me pasó algo, pero tampoco me iba a esperar a que sucediera para venirme. El cambio fue duro; acostumbrarme a la idea de dejar todo lo que tenía y conocía para empezar desde cero. 




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