Leslie Belmont.
Noah acudió hasta mi casa alrededor de las 21:00 horas. Al abrir la puerta, recibí el viento frío en mi rostro, pero no me importó porque era más mi felicidad de estar con mi novio, por lo que corrí a sus brazos en cuanto lo vi. Aún no podía creer que estuviera aquí conmigo, caminando afuera de mi trabajo en busca de un transporte para ir a cenar. En el camino, nos pusimos al tanto de lo que había pasado desde mi ida, también lo sucedido en la boda respecto a lo que fue de la vida de nuestros amigos de la universidad.
—Bueno… Tú eres experta en el territorio canadiense. —sonrió.
—Que dices—contesté—, solo llevo unos meses.
—Meses muy buenos, por cierto. ¿O me vas a decir que igual aquí la ruta es escuela, trabajo, casa?
—Me descubriste—sonreí culpable. Posó su mano en mi mejilla con una sonrisa de melancolía.
—¿Sabes? Extrañaba tanto esto. —agarró mi mano para entrelazarla—Estar contigo, verte, abrazarte y admirar lo bella que eres.
Me sonrojé.
—Yo sigo sin creer que estés aquí. Parece como un sueño hecho realidad.
—Tú lo has dicho, amor.
Ambos nos acercamos, él quitó un mechón de mi cabello que atravesaba mi cara para posarla detrás de mi oreja. Sonrió encorvándose para estar a mi altura, cerrando los ojos al mismo tiempo. Por mi parte, me quedé estática cerrando mis ojos poco a poco y dejándome llevar por el momento; uno que esperaba desde hace mucho, aquel tan especial como ese primer beso que nos dimos años atrás. Sin darme cuenta, nuestros labios se habían unido para convertirnos en uno solo. Así como la sintonía en que ambas se movían para hacer de este beso tan especial, tan mágico. Pareciera como si el tiempo se hubiera detenido para darle paso a nuevas sensaciones.
Noah Arredondo.
Mientras una mano se posaba en su mejilla, la otra se dirigía hacia su cintura para acercarla más a mí. Nuestros labios no dejaban de besarse lenta y amorosamente. Ilusionado, con una sonrisa interna llena de amor y satisfacción por estar con ella después de tanto tiempo. Meses llenos de incertidumbre, lejanía, distancia que me hacían llenarme de inseguridades sobre la opacidad en que nuestro amor se convertiría, pero ahora confirmo que todo valió la pena, que nada ha cambiado porque nuestro amor se siente de la misma manera o incluso más valorada por el tiempo en el que estuvimos separados.
No me cabían las palabras para agradecer por este momento que ha sido tan hermoso. Fue más de lo que pude haber pedido.
—Te amo—contesté una vez nos separamos.
—Y yo a ti—respondió mientras nos agarramos de las manos.
—¿Y bien?—la miré—¿A dónde, mi lady?
Leslie indicó el lugar guiándome hacia el transporte público, nos subimos para sentarnos en uno de los asientos hasta el fondo. La dejé pasar primero para seguir yo. No paraba de sonreír. Sin duda, había sido el mejor viaje de toda mi vida. Me sentía pleno y lleno de satisfacción. Ella recostó su cabeza sobre mi hombro, le toqué la mano que se encontraba sobre mi pierna izquierda.
Fernando Belmont.
Cansado, frustrado y con ganas de soltar la toalla, decidí tomarme un baño en plena madrugada para despertarme y seguir con mis tareas. Todos en casa permanecían dormidos, incluso Amelia, quien se mantenía despierta a altas horas de la noche hablando por teléfono con su novio. Solo a mí se me ocurrió dejar todo hasta final de semestre, ahora me quedaba salvarlo en menos de una semana. ¿Lo lograré? Aún no lo sabía, pero de no hacerlo, me ocasionaría más problemas con mis papás.
—Amor, entiendo que es tu familia, pero nosotros también lo somos.
Escuche a lo lejos la voz de mi padre, sigiloso buscando no ser descubierto me dirijo al marco de la puerta para escuchar mejor.
—¡Ponte en mi lugar, Cristóbal!