Rompiendo Paradigmas

16: Auto reconciliación.

Leslie Belmont. 

Gr_XPAs1H58VK51EO2dxeVDR1T2RdPt1WLNZvK1a51zVi0kDoKG03PVZs8SI5B6KIRrH0sPduhFvGLIu7hgUqAqd-gsBpx9klgdqRC7uhPLrsJsEeh29krO1BFlg6pBxv0mTCSK757usa_cimQq3xGo

Desde aquella tarde, nada fue igual. Después de muchos años de permanecer callada, por primera vez me sentí aliviada. No tenía miedo de ser juzgada, comparada, minimizada o inclusive, excluida. Por fin podía ser yo misma sin temor a nada. No tenía por qué rendirle cuentas a absolutamente nadie. No había persona o situación que me detuviera para hacer lo que me complaciera.

Sonreí para mí misma. Respiré profundamente sintiendo la brisa del mar, así como ese tranquilizante sonido de las olas. 

Estaba orgullosa de todo lo que había logrado en mi vida personal que me impedía seguir adelante. No podía hablar mal porque en mi vida profesional estaba logrando muchísimas cosas, pero pese a todo eso, sentía un enorme vacío y rencor en el aspecto personal por todo el tema de mi familia. Ahora… todo eso quedó en el pasado. Me liberé. Solté todo lo malo; mis parientes, mis amigos, mis relaciones afectivas, en fin… la abuela. Creí que la había soltado, que decirle en mis sueños que la dejaba ir era hipócrita de mi parte cuando tenía esa lucha interna conmigo misma y los demás miembros de la familia. Ahora, podía decir con toda certeza que era cierto. Ya no había rencor en mí. Nada que me atara a ese pasado tormentoso que me convirtió en la persona que soy hoy en día. Y es por ello que me sentía agradecida. Hoy, ella estaba en un lugar mejor; acompañada de nuestros ancestros; familiares que partieron antes que ella y que ahora se encontraban juntos.

Si la Leslie de ocho años me viera ahora, probablemente estaría llena de alegría y satisfacción ver que podía disfrutar de su niñez sin preocuparse de proteger a sus hermanos de la violencia que vivían por parte de su padre. La adolescente de quince sabría que todo eso que se guardaba; aquellos comentarios que tanto recibió sobre sus inseguridades para hacer reír a los demás, eran para hacerla más fuerte, y que todo por lo que pasó por fin había terminado. Estaría llorando de alegría de saber que juntas le pusimos un límite a todas esas personas que tanto nos lastimaron. Finalmente, la joven de veinte años probablemente se sorprendería si supiera que al final de todo, no depende de ningún hombre para ser feliz. Que logró enfrentar a su familia sin importar esa angustia de lo que provocaría más adelante y que había cumplido su sueño de emigrar al extranjero. Inclusive, que logró hacer amigos reales, honestos e incondicionales sin discriminación de nada.  

Hoy, abrazaba a todas esas versiones que tanto habían sufrido para reconciliarme porque no sería nada de mí sin ninguna de ellas. Cada una aportó para mi crecimiento y maduración. 

Cerré los ojos imaginando cómo sería si cada una de ellas estuviera sentada frente a mí. Un nudo se formó en mi garganta al verlas a cada una de ellas. Una molestia en mi nariz me avisó de prontas lágrimas que no tardaron en salir. Aun con los ojos cerrados, sonreí melancólica aceptando cada una de mis emociones. Rechazarlas sería como rechazarme a mí misma, incluso en todas mis versiones. Permití que el amor propio y la aceptación no solo era mi mejor versión. Debía aceptarme tal y como era, con cada una de mis facetas; feliz, angustiada, furiosa e inclusive, derrotada. Para empezar a amarme, debía respetarme y aceptarme con todo lo que eso conllevaba, comenzando con mis emociones. Admitir que ninguna era buena o mala, simplemente sensaciones que había dentro de mí que no podía guardar más. 

Suspiré por última vez. Me recosté sobre la suave arena que yacía debajo de mí. Estiré mis piernas, brazos e inclusive cada dedo que tenía en mi cuerpo. Permanecí así durante varios segundos. No quería irme, pero un mensaje por parte de Kim me hizo recordar que debía entrar pronto por lo que me enderecé, tomé mis sandalias junto a la mochila que contenía mi uniforme y caminé hasta la acera. Enjuagué mis pies, los sequé con una toalla para ponerme mis sandalias y tomar un camión que me llevara a la universidad. 

Minutos más tarde, cuando llegué me dirigí a uno de los baños para cambiarme, guardar mis cosas en mi locker y proceder a trabajar. Como siempre, el ambiente se encontraba denso. Debido a las vacaciones que se tomó Mike, Kim quedó a cargo durante estas semanas. Unas muy largas por cierto. Al ser la encargada en turno, debía atender la bodega lo que eso provocaría más trabajo en la barra y por consiguiente, más presión por parte de ella. 

No le deseaba nada malo, pero no podía esperar el momento en el que me graduase del posgrado para finalmente salir de aquí. No tanto por la institución porque sería un honor para mí formar parte del equipo docente. Era más por mi actual compañera, aunque me causaba intriga, ya que tenía más tiempo que yo y seguía trabajando. A menos que estuviera cursando un diploma avanzado de tres años o incluso la misma licenciatura. 

—¡Hey, tú! —gritó llamando mi atención—¡Copia de Blair Waldorf!

Terminé de preparar una orden de dos cafés, los entregué al cliente y volteé a verla. Alcé una ceja mientras me cruzaba de brazos. 

—Esa no es forma de dirigirte a tu jefa en turno. —me carcajeé y dirigió una mirada ofendida—Puedo hacer que te despidan, ¿escuchaste? 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.