Emm Wright.
Después de un poco más de una hora, Jeong Wong salió de la oficina de Carl serio. Me asustaba porque lo conocía y sabía de lo que era capaz. No porque le gustara la violencia o los golpes, pero sabía defenderse. Las injusticias eran de las cosas que más odiaba en este mundo y siempre trató de hacer lo necesario para que todo fuera equitativo. No únicamente como equipo de trabajo, sino en su vida personal.
Me sentía afortunada al decir que era de las pocas si no es que la única persona en la cual él confiaba. Después de tener una vida difícil, Jeong estaba teniendo estabilidad en su vida. Una, que no lograba tener desde hace muchos años. Canadá no era fácil, y romantizar era un error que cualquiera que deseaba estar aquí, cometía.
En cuanto me vio, hizo un gesto con su cabeza para que nos fuéramos. Cuando nos alejamos lo suficiente, Jeong brincó de entusiasmo lo más alto que pudo. Lógicamente, me asusté. No esperaba una reacción así.
—¡Dios mío, Jeong! ¡Me asustas!—exclamé con una mano en mi pecho buscando recuperar mi respiración—Pensé que matarías a Carl o algo así.
Me guiñó un ojo. Guardó el sobre en uno de los bolsillos internos de su saco.
—Me aprobaron.
—¿Qué? ¡Felicidades! —exclamé entusiasmada— Entonces…
—Ajá, no me verás por veinte días. —volvió a guiñar el ojo.
—¡Te lo dije! Si hablas con calma…
—¡Créeme! Si no me hubiera exaltado, jamás me hubieran escuchado. Parece ser que si no ven enojado a uno, no hacen caso.
Negué con una sonrisa. Caminamos en dirección a la sala de profesores. Una vez allá, agarró su maletín negro. Se despidió de todos.
—Se les va Wong, muchachos.
—¿Por qué? ¿Te despidieron?—preguntó Baruj.
—¡Hey! Tampoco te emociones. Tendrán coreano para rato. —hizo una pausa—Solo que no me verán por aquí en un largo rato.
Fernando Belmont.
El día llegó. Después de meses de mucha planeación y ahorros, por fin nos tocaba viajar a Canadá. Como era una sorpresa, Leslie al no saber que iríamos, llegamos una noche anterior hospedándonos en un hotel cerca de las Cataratas del Niagara. Queríamos sorprenderla, por ende, no esperábamos que nos recibiera en el aeropuerto. Sería lindo, sí, pero nada más lindo que ver su reacción después de tantos meses sin vernos. Pasar navidad juntos cuando a lo mejor, ella supondría que la pasaría sola.
—Consiguieron un gran hotel, mamá. —dijo Amelia mientras recorría cada rincón de la habitación.
Era una habitación doble con dos camas matrimoniales. En una, estarían mis papás y en otra, Amelia conmigo. Mamá se acercó a las ventanas, hizo a un lado las cortinas; una vista hermosa. Las Cataratas del Niagara eran el escenario principal. Saqué la cámara fotográfica e hice unas tomas. La que más me gustó fue esta:
Todo se veía muy azul. Natural y lleno de naturaleza. Era increíble. Ahora entendía por qué Leslie estaba tan entusiasmada en vivir aquí. Era muy hermoso, y eso que lo primero que vimos fue esto.
—Si yo fuera Leslie, haría lo mismo. —comentó papá.
—¿Lo mismo?—preguntó mamá.
—Tan solo ve. —señaló la vista—No me vas a decir que no es espectacular, ¿o sí? Leslie eligió un buen destino para su futuro.
—También podría ser el nuestro. —expresó Amelia sin quitar la mirada de la vista. Mis papás se miraron entre sí. Me miraron y me encogí de hombros sonriendo a modo de no sería mala idea.
Todos estábamos en la ventana, ordenados por estaturas; admirando la vista que teníamos en frente.
—Es cierto, ¿y por qué no bajamos a visitar todo? —propuso mamá.
—De seguro Leslie está en su trabajo. ¿Por qué no vamos a darle su sorpresa? —mencioné.
—Me parece buena idea, hijo. Pero, ¿dónde trabaja? —preguntó papá.