Rompiendo Paradigmas

21: Navidad.


 

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Leslie Belmont. 

Después de permanecer horas sentada, frente a mi computador, logré terminar cada una de mis planeaciones. El resultado me gusto, por lo que me quedaba mandarlas al jefe de carrera para su aprobación. Saqué mi teléfono buscando entre mis fotos la imagen del correo de mi jefe que previamente me había pasado el licenciado John Maxwell. Minutos después de ser enviado, guarde mis cosas y le marqué a Seo-hyeon. 

—¿Bueno? —contestó agitada. 

—Seo-hyeon, ¿Todo bien? ¿No interrumpo… algo?—pregunté pícara. 

Hace un par de días, Seo-hyeon había comenzado a tener una aventura con un ejecutivo de su trabajo. Sabía lo mucho que le gustaba, por esa misma razón cuando lo traía a la casa buscaba salirme o encerrarme en mi habitación poniendo una serie en mi computador con mis audífonos a todo volumen. Era incómodo, pero solo me quedaba callar y respetar. 

—No, para nada. ¿Por qué la pregunta?—contestó nerviosa.

—Porque te noto agitada. —contesté caminando por las instalaciones de la escuela en dirección a la salida. 

Tenía puesto un abrigo largo color beige. Adentro un conjunto del mismo color con unas zapatillas cerradas a color crema. 

—No, es que mi teléfono lo dejé cargando abajo. Ya sabes como soy cuando me pongo mi skincare. 

—Bueno eso sí. Oye, hablando de eso. ¿Tienes planes? Es que quería invitarte a cenar. ¿Qué te parece si vamos a un restaurante en Toronto? Mi hermano me canceló y…

—Me encantaría, Less. La cosa es que ahorita por la temporada suben los precios hasta el cielo. ¿Qué te parece si hacemos algo en la casa? Aprovechamos que los chicos no están.

—¿Segura? A ti nunca te gusta estar en casa en estas fechas. —pregunté dudosa. 

—Porque me quedo sola. Además, no estaría mal probar otros de tus deliciosos roles de canela. 

Me quedé pensativa. 

—Bueno, pero si tú preparas el sushi. 

—Vale, entonces lo voy haciendo en lo que llegas.

—Está bien, no tardo. 

Colgué. El autobús había llegado. Como estaba a una distancia considerable le grité que me esperara mientras corría. Este no me hizo caso, pero una persona que yacía dentro de él se paró acercándose al chofer indicando que se detuviera. Se paró. Una vez que llegué, mi voz agitada buscaba recuperarse. Alcé mi vista; era el profesor Wong quien regresaba a su asiento. Saqué mi pase mensual de la cartera, lo pasé por el escáner para posteriormente buscar un lugar para sentarme. No había mucha gente, la luz de la luna iluminaba cada una de las calles. Al parecer, todos se encontraban con sus familias. Saqué mi celular, abrí mi Facebook. Todos mis amigos tenían fotos reunidos en posadas, comiendo cenas majestuosas y compartiendo con sus familias. La mía no posteaba nada aún. No lo acostumbraban. Siempre lo hacían un día después porque preferían disfrutar de los momentos en familia antes que presumir en sus redes sociales. 

Bloqueé la pantalla de mi celular. Alcé mi mirada. El profesor Wong estaba sentado del otro lado cruzado de piernas mientras leía un libro. Se miraba tan sereno que, de ser la primera vez, no creería que tuviera un temperamento tan fuerte. Podía ser eso, o lo habían provocado lo suficiente como para explotar de esa manera. Sonreí en mi interior. Negué regresando mi vista al camino. Recordar todas esas veces en las que exploté me hacían reír. No por mí, sino por las reacciones que tuvieron los demás; victimizandose en vez de hacerse responsables de lo que hicieron. 

Era sorprendente cómo habían cambiado las cosas. Pensar que hace unos años me repartía entre dos trabajos, soportando ambientes tóxicos, explotadores y misóginos, todo con tal de juntar el dinero suficiente para venirme. Tener esa controversia interna entre no querer ser una hija mal agradecida o perseguir mis sueños. Ahora, todo aquello por lo que una vez luché, se estaba volviendo realidad. Todo aquello que solo estaba en mi imaginación ahora era parte de mi día a día. Con sus altos y bajos, pero real a final de cuentas.

Conforme pasaron los minutos, las pocas personas que yacían dentro del autobús se iban bajando una a una para dejar el mismo vacío a excepción del profesor y yo. Lo miré. Este suspiró, cerró su libro dejando el separador que tenía en su otra mano en la página que se quedó. Se levantó de su asiento jalando la cuerda que indicaría al chofer que era su turno de bajarse. Estábamos a unas calles de la casa por lo que no faltaría mucho para ser mi turno y abandonar el transporte. Antes de caminar hasta la puerta de salida me devolvió la mirada. Inmediatamente, la quité; disimulando. Sonrió para sí. 

 

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