Rompiendo Paradigmas

23: Enemigos.

 

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Leslie Belmont. 

Uno de los empleados que me atendieron avisó que irían a bodega por mi paquete. Por eso me puse a buscar un libro que pudiera gustarle a Seo-hyeon. Quería comprarle algo que pudiera disfrutar. No era mucho de libros, pero amaba las historietas. Tal vez pudiera encontrar algo aquí. Al caminar por los pasillos era imposible no identificar la enorme silueta que destacaba por los pasillos. Bufé molesta. Era él. Jeong Wong. De todas las librerías a las que pudo ir en todo Toronto, decidió entrar a esta. Era increíble. ¿En verdad no tenía otro lugar a donde ir? ¿Acaso Toronto no era lo suficientemente grande como para ir a otra de las más de diez mil librerías? 

Decidida y molesta caminé hasta él. Este se sorprendió en cuanto me vio a pocos centímetros de él. Rodó los ojos. 

—Disculpe. No quiero ser imprudente, pero ¿se puede saber por qué me está siguiendo? —pregunté molesta.

—¿Seguirte? Yo llegué primero. En todo caso… la acosadora eres tú. 

Dejó un libro sobre el estante. 

—¿Perdón? ¿Acosadora? Tú me seguiste hasta la parada, luego en Burlington y finalmente aquí. ¿En verdad soy yo la acosadora? 

—¡Óyeme! Más respeto. ¿Qué tus padres no te enseñaron que debes respetar a tus mayores hablándoles de usted? —comentó cruzándose de brazos. 

—¿Y? No eres mi padre y mucho menos mi abuelo… ¿Cómo por qué debería de hacerlo? 

—Soy dos años mayor que tú. No tienes ningún derecho a tutearme. De donde vengo…

—Si, pero por si no te habías dado cuenta… ¡Estamos en Canadá! —contesté sarcástica.—Además, no seas exagerado. Ni que me llevaras diez años. 

Las personas a nuestro alrededor comenzaron a vernos molestos. Gritar en público era de mal gusto. Los oficiales de seguridad del establecimiento se iban acercando. 

—Bueno, ya te dije. —le susurré—No me estés siguiendo. 

Lo miré. Se cruzó de brazos molesto al igual que yo. Cuando los oficiales se acercaron, sonreímos en son de que no había ningún problema. Miré el libro que estaba a punto de terminar. 

—Por cierto, la protagonista muere sacrificándose por el príncipe Scott. —susurré antes de irme. 

El empleado había bajado mi paquetería sacando los libros de la caja y depositarlos en una bolsa, por lo que inmediatamente caminé apresurada hacia el mostrador con una sonrisa de satisfacción en mi rostro. Jeong Wong no entendía mi oración, pero segundos más tarde me alcanzó al mostrador. Firmé un papel de recibido y lo entregué al empleado antes de irme. Al salir, Jeong me jaló del brazo regresando mi vista hacia él.

—¡Oye!—me zafé de su agarre—Eso no se hace.

—Acosar a maestras tampoco se hace. 

—¿Así?—se enderezó, miró el interior de mi bolsa. —Pues… Tom le hizo creer a Rachel que ella era la culpable de todo cuando él maquinó todo desde un principio. Incluso, fue él el culpable de la muerte de Megan. 

Lo miré. Tenía el libro de La chica del tren en la mano. Devolví mi vista al libro y de regreso a él. Al ver su reacción me di cuenta de que se trataba del final. Lo miré con enojo y frustración. Le di un golpe con el libro en su hombro. 

—¡¿Qué te pasa?! —chillé. Él me miró con satisfacción mientras se cruzaba de brazos. 

—Qué raro, — habló sarcástico—no pensaste lo mismo cuando me dijiste el final de mi libro. 

—¡Ash! No entiendo cómo es que todos te quieren si eres insufrible. 

—Porque me comporto a la altura y no me creo el centro del universo de los demás.  —mencionó serio—Además, tienes 30  años. Deja de comportarte como una adolescente. 

—Tengo 25. —corregí seria—Y no me creó el centro del universo de todos. 

Lo miré. Metí mi libro en mi bolsa junto a todos los demás. Suspiré con frustración dispuesta a caminar en dirección contraria. Seo-hyeon me vio del otro lado de la ventana del establecimiento. Hizo una seña con su mano alzando un café grande; era el mío. Antes de entrar, regresé mi vista a Jeong Wong; entró de nuevo en la librería.   

—Pero, ¿qué pasó?—comentó Seo-hyeon en cuanto me vio llegar. Me senté en el asiento de enfrente para quedar cara a cara. 

—Nada. —contesté enojada dándole un enorme trago a mi café—Un tipo nada agradable.

—Pues yo creo que es muy atractivo. —comentó con un suspiro. Recargó su codo sobre la mesa posando su mano en su mejilla cuan enamorada. 

—¿Atractivo?... ¿Él?—contesté señalando en desagrado—Amiga, en verdad necesitas ir con el oftalmólogo. 

Ella rio. 

—Con oftalmólogo o no, está como quiere.




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