Leslie Belmont.
Más que una planeación de años, Canadá fue la salida más fácil que tuve para ocultar todo el odio y dolor que sentía. Tras la muerte de la abuela, mi familia se convirtió en toda una aberración para mí. Yo tampoco hice las cosas bien; huir a un país completamente desconocido para tratar de sanar algo que no dejaba sanar mi corazón, no fue lo más inteligente que pude hacer; sin embargo, fue la oportunidad perfecta. Al principio, deseaba no saber nada de nadie. México era mi casa, pero en ese momento, buscaba huir de los problemas, de la familia, incluso de mi propia madre.
Durante muchos años, fui subestimada, burlada y herida por personas que se suponía, me querían. Yo lo normalizaba porque siempre vi que era la dinámica que mi propia madre tenía con sus hermanos, así como argumentos de ella diciéndome “son tus mayores, tienes que respetarlos” o “calladita te ves más bonita” “si no tienes nada bonito que decir, guarda silencio”. Por obvias razones, yo hacía caso porque la respetaba. No obstante, todo eso cambió cuando la abuela falleció, precisamente en su funeral cuando mi tía Alexia le dijo a mi mamá que ella debía hacerse responsable de sus problemas sola y que bastante tenía con los propios como para también tener que lidiar con los de ella.
Evidentemente, eso quebró a mi mamá, sobre todo, viniendo de su propia hermana a quien cuido desde que era una bebé. Ella jamás necesitó que le pidieran ayuda porque cuando sus hermanos tenían problemas, era la primera en apoyarlos. Incluso, cuando ni ellos mismos sabían que tan grave podía llegar a ser una situación. Siempre estuvo para ellos. Por ello, aquellos comentarios le dolían hasta el alma, especialmente de su hermana a quien había criado como una hija por la vida ocupada de sus padres quienes trabajaban todo el día para traer el sustento a la casa.
Aquel día, el comentario de Alexia fue doloroso, pero no tan doloroso como lo que sucedió después. Las palabras dolían, pero las acciones de mis tíos fueron los que nos mantenían en un estado de shock; no conocíamos a esas personas. Desconocía si siempre habían sido así o si el dinero de la abuela los tenía tan ambiciosos como para poner el poder y las propiedades por encima de la familia. Lo que era seguro, es que debíamos alejarnos. Tanto mis hermanos como papá y yo la apoyamos, estuvimos con ella en todo momento; jamás la dejamos sola. Con el paso del tiempo, nos alejamos completamente de ellos, pero no del todo porque había un testamento de por medio donde mamá estaba involucrada. Ahí, ella se dio cuenta de ciertos movimientos que hicieron mis tíos de manera ilegal, logrando recabar pruebas suficientes para meterlos a la cárcel. Sin embargo, cuando finalmente llegaría ese momento, no tuvo el valor; ya se había reconciliado con ellos.
No sabía si estaba en lo correcto o no, si estaba siendo egoísta, pero aquello me dolió muchísimo. No por el hecho de reconciliarse con ellos, sino que cuando tocaba elegir entre ella y la familia, la elegimos a ella, y ahora… ella los prefirió a ellos justificando que todos cometemos errores. Ahí fue cuando agarré el valor suficiente y compartí públicamente con todos que me vendría para Canadá. Nadie sabía de dónde saqué el dinero, y honestamente no debía interesarles. Mi tío Rodrigo me comentó que era muy egoísta de mi parte hacerlo cuando acababa de fallecer mi abuela. Tanto él como Alexia, me juzgaron pensando que había vendido la casa, aunque a mí me convenía que pensaran eso antes que decirle que la había puesto a nombre de mi mamá, porque sabía que no la dejarían en paz si les decía la verdad.
Por otro lado, mis papás no me apoyaron al principio. Sabía que mi mamá se negaba porque significaba que no nos veríamos en mucho tiempo, además de que estaba acostumbrada a que le tuviera que pedir permiso para absolutamente todo. Si, efectivamente, a mis 23 años todavía le pedía permiso. Ella lo justificaba con que se preocupaba por mí y hasta cierto punto lo agradecía, pero me molestaba mucho cuando decía que no me negaba ningún permiso, pero cuando se lo pedía, lo hacía. Ninguno de mis amigos entendía la dinámica con mi mamá, pero lo respetaban. Para evitar problemas con ella, prefería no salir.
—Leslie… —mencionó Seo-hyeon compasiva—tu no viniste a Canadá en busca de nuevas oportunidades o para escapar de ser acosada o secuestrada en tu país, tú escapaste de tu familia… de tu mamá.
Me quedé callada, agaché la mirada. Ambas estábamos sentadas en su cama comiendo helado.
—Es que siento que sí estuvo mal la forma en cómo me vine. Les hice creer a todos que fui ambiciosa con tal de venirme rápido a Canadá, convirtiéndome en lo que tanto juzgué de mis tíos.
—Pero lo hiciste para que no hostigaran a tu mamá, y aun así no lo valoró.
—Es que ella no lo sabe. Renté la casa y le dije a mi hermano que el dinero de la renta se la diera a mi mamá y pudiera salir de trabajar.
—¿Y lo hizo? —asentí—¿Entonces? ¿Qué te preocupa? No dejaste a tus papás solos y a la deriva. Aun en la distancia, estás viendo por ellos.