Caminaba por las calles a paso pausado, con el ceño fruncido y cansado de tanto misterio. Lysandro me había llamado y me había dicho que quedáramos en el parque de la ciudad. Según él, tenía algo que decirme y no quería hacerlo por teléfono. Para citarme a esas horas debía ser algo realmente importante. Aún sentía los párpados pesados y los ojos escocerme por la falta de sueño. Odiaba cuando me despertaban en medio de la noche.
Tras unos pasos más, llegué a mi destino. Crucé la entrada del parque y a lo lejos pude vislumbrar una silueta, la cual fue acercándose a mí hasta que finalmente pude distinguir su rostro. Nos detuvimos uno frente al otro, mirándonos fijamente y deseando que nuestros ojos fueran cuchillas para atravesar los del otro.
―Perdóname por despertarte a estas horas, pero era necesario ―el albino fue el primero de los dos en hablar. No pude evitar soltar un bufido de fastidio.
―Menos disculpas y más explicaciones, porque sino, te puedo jurar ahora mismo que te degollo ―como ya dije, no me sentaba demasiado bien que me interrumpieran el sueño y aún menos cuando ella estaba en él.
Lysandro se mantuvo en silencio, con ese aura de parsimonia que siempre conservaba. Ese maldito aura que comenzaba a ponerme de mala hostia. En realidad... ya me cabreaba con solo verle la cara. Este año habían sucedido demasiadas cosas.
―Me mudo.
Esas dos simples palabras me dejaron helado. No supe qué contestar. ¿Estaba bromeando? Sí, no podía ser otra cosa..., tenía que estar bromeando.
―No es ninguna broma Castiel ―su gesto se mantuvo sereno mientras decía aquello. Como siempre, conseguía leer mis pensamientos con tan solo contemplar mi reacción―. Antes de despedirme de ti, quiero que me prometas algo ―se humedeció un momento los labios y noté que intentaba elegir las palabras correctas para decirme lo siguiente―. Quiero que la cuides, ni se te ocurra hacerla llorar y... evita a toda costa que le pase nada malo ―le mantuve la mirada y me crucé de brazos―. Sabes perfectamente a quién me refiero.
―No tiene caso que me digas todo esto. Igualmente lo iba a hacer. ¿Solo era eso?
―No ―su gesto pareció endurecerse―. No quiero que te aproveches de mi mudanza. Tenemos 17 años, ten por seguro que dentro de uno o dos años más volveré. Así que... prométeme que no intentarás nada con ella hasta que yo vuelva.
―Eso es estúpido ―casi escupí las palabras, frunciendo el ceño―. Me importa un carajo que a ti también te guste Lys. ¿Por qué crees que voy a cumplir esa idiotez?
―Porque soy tu mejor amigo a pesar de que nos guste la misma chica ―antes de que pudiera replicarle, continuó, dejándome con las palabras en la boca―. Porque sabes que haría lo mismo por ti si fueses tú el que se mudara.
Apreté la mandíbula y los puños. Odiaba que tuviera razón, pero aún así...
―No voy a prometerte algo que está claro que no voy a poder cumplir.
―Si pudiste seguir gustando de Debrah después de que te dejara tirado, también puedes cumplir esto ―contuve mis impulsos de querer aventarle un puñetazo y desvié la mirada.
―Eso fue antes de que me enterara de que solo me quería para su propio beneficio ―no dijo nada― ... ¿Sabes que esto se podría considerar chantaje emocional?
―Lo sé, pero aún así... lo prometes, ¿cierto?
Mis ojos se abrieron en ese mismo momento.
Ese maldito sueño otra vez. Cada vez que soñaba con aquello, acababa despertándome con dolor de cabeza o incluso con náuseas. ¿Por qué tuve que hacer aquella estúpida promesa?
Había pasado casi un año desde aquel día y aunque pareciera increíble, había cumplido con lo pactado. No había intentado nada con ella, la había cuidado y había procurado que no le pasara nada malo. Aunque hubo una única excepción: La había hecho llorar, y en varias ocasiones. Lo sorprendente era que, aún siendo yo el que le hizo daño y la hizo llorar, ella no se alejó de mí en ningún momento. A lo largo de este año, había soportado mi malhumor, mis quejas, mis insultos, mis reprimendas... y me había animado en incontables ocasiones cuando me sentía mal. Aún no podía creer el hecho de que siguiera a mi lado.
Este año había sido muy duro para mí, primordialmente porque no tenía a nadie en quien confiar para confesarle mis problemas desde que Lysandro se marchó. Es cierto que la tenía a ella, pero no podía contarle nada sobre la promesa que hice con el albino y eso era lo que realmente me atormentaba. Segundo, no podía decir lo que sentía por ella justamente por la maldita promesa. Y tercero, había comenzado a componer canciones yo mismo, sin ayuda de nadie, sin mostrárselas a nadie. Tan solo para mi propio desahogo, aunque no servía de mucho si no se las mostraba a nadie.
Escuché un suave gruñido a mi lado y dirigí la mirada hacia Demonio. Este movió la cola al ver que estaba despierto y volvió a gruñir con impaciencia. Posé la mano sobre su cabeza, acariciándolo y una leve sonrisa se dibujó en mi rostro.
―Al menos te tengo a ti ―musité como si pudiera entenderme y este me respondió con un ladrido―. Vale, vale, ya voy. Mira que eres impaciente...
Me levanté, me vestí y me enjuagué un poco la cara para despejarme. Unas sutiles ojeras se habían formado bajo mis ojos a causa de la falta de descanso, pero era normal si tenías el mismo sueño atormentándote cada dos por tres.
Tomé las llaves junto con el móvil y luego cogí la correa, captando la atención de Demonio y haciendo que este casi se me abalanzara.
―Quieto ―le ordené antes de que hiciera algún movimiento en falso y me hizo caso―. Siéntate.
Observé cómo mi perro se sentaba mientras movía la cola sin parar. Me acerqué a él y, tras ponerle la correa, se levantó de golpe, abalanzándose sobre la puerta de casa.
Minutos después ya me encontraba observando a mi beauceron correteando por el parque persiguiendo una ardilla, la cual parecía burlarse de mi perro por ser más rápida que él. No pude evitar que una sonrisa se alojara en mi rostro a la vez que se me escapaba una leve risa al ver tal cómica escena.
Tras unos minutos más, tomé el móvil del bolsillo y revisé la hora. Ya quedaba poco. Alcé la vista hacia la entrada del parque y conté diez segundos hacia atrás. Nada más llegar a cero, vi cómo su irreconocible silueta aparecía tras las verjas. Llevaba su hermosa cabellera negra recogida en una larga coleta y llevaba puesto un chándal gris a conjunto con su sudadera y sus botines de deporte. Su mirada estaba centrada al frente mientras daba trotes cruzando el parque, sin percatarse siquiera de mi presencia. Sus labios se movían tarareando una canción. Estaba escuchando música en su MP3.
Una vez más, como todas las mañanas, me encontraba embobado observándola. Ya se me hacía una rutina el "encontrarla" haciendo footing a esta hora de la mañana. Desde la primera vez que la vi, comencé a levantarme a la misma hora para pasear a Demonio y así poder verla mientras hacía su carrera matutina.
Fue entonces cuando la ardilla se cruzó por el camino de la chica y, sin poder evitarlo, acabó tropezándose con Demonio. Una risa escapó de mis labios al volver a presenciar una vez más su torpeza y me levanté del banco en el que estaba sentado, dirigiéndome hacia ella.
―Deberías fijarte más por dónde andas ―exclamé con una sonrisa burlona en el rostro, captando su atención. Al parecer se le habían quitado los auriculares tras la caída.
Sus ojos se quedaron fijos a los míos para después dedicarme una sonrisa y reírse de su propia torpeza. Tuve que morderme el labio para no sonreír como estúpido, hechizado por su melodiosa risa y su hermosa sonrisa.
Le extendí la mano, ofreciéndole mi ayuda para levantarse y noté un leve cosquilleo en mi pecho cuando su mano tomó la mía. Eran aquellas habituales mariposas que sentía cada vez que hacía algún contacto físico con ella. Estaba completamente enamorado y aún así, en todo el año que había pasado, no se había dado cuenta de ello. Me molestaba. Claro que me molestaba que fuera tan lenta, pero al menos eso me ayudaba a mantener la promesa.
Ejercí más fuerza de la necesaria para levantarla sin darme cuenta, acabando por chocar nuestros cuerpos. Me forcé mentalmente para no abrazarla en aquel instante y observé cómo se alejaba y soltaba mi mano, haciendo que por un instante anhelara el contacto de su reconfortante calidez.