Ronnie: El consejo del ángel de la muerte

Capítulo 26

Ella fue abandonada por él, de sus brazos y se sintió que su piel ardía como el fuego ante no sentir su tacto, le dolía cuando pronuncio las siguientes palabras:

—Te liberó de mi marca, el contrato se rompe, Ronnie. Eres libre como el pájaro que siempre pareces querer sacar  esa jaula—. Mi sueño de  aquel pequeña ave, esa criatura, y que encerrada no lograba salir y volar libre con sus alas ya curadas de las cortadas pero con pavor a despegar sus alas y surcar por el aire.

“¿Qué hago?”

Sigue tu camino —advierte con una sonrisa y la reducida escasez de luz solo dejaba escuchar sus palabras más no ver sus ojo. Esos ojos que no mentían, y virtuosos cuyos había aprendido a no temer.

—¿Por qué terminas tu juego, es el fin?

—No mi final sino nuestro camino juntos. Tú —su rostro mostrándose a luz sin expresión descifrable, la señaló, y mostró sus ojos brillantes tal cual como un gato con su presa el ratón, añadió— y yo te ya no estamos unidos por el pacto de sangre. Te libero Ronnie. 

«vale in sempiternum»

Pronunció la última palabra en otra lengua y sin más un dolor, ardor y un desgarrador grito broto de mis labios, y mi grito se escuchó hasta los cimientos de las ruinas del infierno. De su mano chorreó mucha sangre, brotaba más, y más. En mi piel también emanaba como si no se detuviera jamás y además como si quemara mi brazo en las llamas más ardientes del abismo.  

Parecía su cara contraída al verme con tanto dolor, sufrimiento infligido para ser libre. Pero la libertad duele o lo que provoca tal sentimiento es perderlo quizás para siempre. Eternamente porque un trato entre demonios es la alianza más sagrada para él, su ley y mi condena.

Su pacto rompió con él mío. Sus palabras de un juego, una apuesta termino en mi ruina. Mis consecuencias por mis propias decisiones y también termino en un precio muy alto la traición. Traición a mi propio ser, yo misma ya no reconocía quien debía o quería ser.

Las heridas sanan con el tiempo o eso me han dicho porque mis heridas seguían intactas como si fuera ayer cuando sus ojos negros abandonaron los míos. Sus labios ya no estaban cerca mío y aunque deseaba alejarme de él por mi propio bien terminó en mi ruina.

Me advirtió siempre tener cuidado pero nunca escuche o ignore sus palabras. Era algo más que un pacto los que nos unía, desde el momento en el que mis sueños dejaron de ser pesadillas se convirtieron en sueños, mis recuerdos olvidados, mi pasado oculto y entre esos mis demonios. 

Tenia que hallar una forma de balancear mi lado mundano con lo mágico. No lo conseguía, estaba aquí siendo una hada que era humana y que a veces deseaba acabar con todos a su paso, entre ellos hasta a mi misma.

La muerte de ese psicólogo me atormentaba la cabeza, y Merida quien si no fuera por Charlie lamentaría más tarde su muerte aunque no tenía noticias de nadie en este lugar.

Seguíamos en la cueva, y él venía y se iba mientras él parca y yo intentábamos una forma peculiar de llevarnos bien.

—¿Eres viva copia de tu antepasado, lo sabias? 

—No —respondí seca y cansada de hablar de esa hada que traicionó a todos solo por amor. Amor, de qué sirve si solo causa más líos y problemas que las matemáticas.

Charlie 

Lo llame pero nada. Nadie respondería a eso porque ya no podía escucharme ni nunca lo haría hasta que sepa una forma de lograrlo sin un pacto que nos vincule. 

No tenía noticias de él y el tiempo ya había pasado, éramos cautivos pero él sabia dónde aunque quizás no porque nadie había visto una entrada más que la cueva y llamas ardiendo como si fuera un lugar caluroso. 

Calor.

Y si era un espejismo en realidad. Intente concentrarme y permitirme ver una perspectiva diferente y lo logré. No, no era una cueva sino la mansión donde había sido la fiesta por ello es que todo parecía falso. Tan solo era una quimera, la ilusión creada como distractor para buscar una salida sin entrada. 

Un juego, todo aquí era como una prueba de valor y sabiduría, y en contra del tiempo.

—Por tu culpa estoy aquí —menciono mi compañero de celda que estaba encadenado o seguramente me mataría o tan solo me dejaría aquí a esperar mi final. No lo sabía con exactitud.

—Lo mismo digo. Yo solo deseaba... —me calle al escuchar voces y pasos.

Ninguno habló después de eso o significaría hacer que nos descubran. El ángel de la muerte no tenía fuerza ni poder por la cueva que anulaban la magia angelical pero yo tenía ambas angelical y demoniaca, sin contar que al volver a mi cuerpo humano mis heridas sanaron aunque mis orejas seguían como las de una hada.

A unas horas más tarde le pregunté algo que yo pensé que no me atrevería aunque me llegara el final.

—¿Ella sufrió, le dolió la muerte? 

—No lo sé —negó y arremetió rápidamente—. Puede que no sintiera nada como si solo se durmiera. 

Sabia que era mentira porque mi madre no deseaba morir, llegó a esconderse de todo hasta de su ángel guardián como lo llamaba para que no la hallaran. 

—¿Y si tuvieras la oportunidad lo volverías a hacer? 

No respondio enseguida. No obstante, ya sabía la respuesta. Me perseguiría hasta mi muerte, su promesa y condena. Asintió después de unos segundos que parecían eternos aquí. 

Al cabo de casi mil gotas de agua, que sonaban en alguna parte de la mansión, llegó Shill que hasta el día de hoy se dignaba a presentarse. 

—Llevaban aquí semanas y recién te das cuenta de que era una ilusión, pequeña Hada pensé que eras más lista —Y se acercó más a las cadenas donde ya de tantas veces intentar escapar estaban llenas de sangre y algo gastadas—. Ronnie, como deseo saber mas de ti antes de saber que hacer contigo. 

Dijo y en ese lugar donde había pasado semanas al fin pude mover mis manos sin esas cadenas estorbando y también pude tener mi oportunidad.

No corrí porque mis pies seguían siendo retenidos pero le di un cabezazo y con un hielo hecho apresurada lo utilice como una daga, su cuchilla cortaba igual pero él era más rápido y como siempre sus manos interceptaron antes mis movimientos quedando la daga en sus manos, cortándole y sangrando sin importarle, pero luego está la rompió y rozó con un pedazo mi rostro que era su blanco a la mira. 




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