Duele cuando alguien muere como si olvidaras caminar, te falta la respiración, y si tú alma escapará muy lejos de ti. En especial, si te enteras de que su muerte fue injusta y no pudiste despedir correctamente.
¿Dicen que el amor duele? ¿Pero y la muerte? La única diferencia entre ellas es el motivo de la circunstancia.
Si un día la muerte llega a tu puerta sabes que debes hacer, ¿cierto?
Cerrarle en la maldita cara la puerta y decir «hoy no será, querida. Ve y jode a alguien más» Si, exacto pero lastimosamente sabemos que si llega el momento debemos dejar de aferrarnos a un imposible. No obstante, no es una derrota sino más bien enfrentarla de frente. No perdemos por saber levantarnos de una caída, que duele y desgarra el corazón, ganamos por seguir luchando con uñas y dientes hasta lograr vencer los miedos.
Mi miedo. Tú miedo aunque digas que no temes a nada, la realidad es que todos caemos en desesperación al llegar un reto que no podamos superar.
Mi reto era superar la trágica muerte de un cuerpo que ya nadie recordará, mi madre, su recuerdo vivirá en mi memoria toda la eternidad.
Si tendría una palabra para describir la sensación que me causa ver el lugar donde mis demonios florecen seria: Aterrador.
Todo el lugar causaba estragos en mi cerebro, corazón y hasta en mi piel que se tornaba más fría por saber que lo peor aún no pasaba.
—¿Qué es este lugar, psicólogo?
El inquietante y huraño señor que era un misterio para mí, cernía cada vez más inquietud y una perturbadora historia que revelar, pues de sus labios salían palabras hoscas casi al borde de la perdición.
—Tú no deberías estar aquí —pronunció como si fuera a darle un ataque en cualquier momento; y camino desesperado en su alrededor—. Es que tú eres un monstruo.
Mi cerebro trataba de procesar información. Pero mi mente seguía en un letargo al escuchar monstruo. Lo pensaba miles de veces cuando recordaba ese rostro con sus pupilas negras desorientadas, mis manos ensangrentadas acariciando su melena despeinada, pero mentiría si dijera que sentía algo por él.
¿Quién diablos sea? Maldición, quien era el que hacía pasar mis noches en vigilia, esperando a alguien que nunca regresaría, y seguramente estaba muerto.
Amar y muerte, es doloroso sufrir por sentimientos que eran extraños para mi. No eran parte de mi ya. Solo un vago recuerdo de un fantasma desterrado de mis memorias; pero él se apoderaba de cada ve que cerraba los ojos, me perseguían atormentándome sus malditas pupilas y ni hablar de sus endemoniada sonrisa torcida que provoca una siniestra tranquilidad en mí.
—¿Charlie era un monstruo?
Él psicólogo no respondió cauto de que el lugar estaba repleto de personas pululando por todas partes. Esperando y sin premeditar si seguir guardando su secreto o soltarlo como una bomba de tiempo frente a mí, porque las manecillas del reloj ya habían empezado a retroceder para recuperar el tiempo que me presto, y robe sin saber.
Y no se detendría hasta obtener su final. Entonces, en ese lugar paradisíaco comprendí que luchar entre la vida y la muerte no era lo importante sino inevitable.
Mi verdugo estaba cerca, demasiado pronto, muy rápido para entender. Como siempre no hizo falta para que la noticia la llevara el viento por sí sola. ¿El motivo? La muerte me estaba buscando y deseaba lograr cumplir su promesa.
¿Por qué es más fuerte que una promesa? Nada para el ángel de la muerte.
Y eso lo sabía a la perfección el psicólogo que no se digno a ver el volante que voló por los aires hasta llegar a mis mano. Mi veredicto de muerte a manos del juzgado de los ángeles guardianes o del ángel de la muerte.
—Te hallas justo ahora en la boca del lobo, ¿Sabes? —increpó enfatizando ahora y una mueca surco su rostro, manifestando su molestia y frustración—. Prometí protegerte pero no puedo salvarte de ti misma. ¡Demonios, no logró cumplir mi palabra a tu madre!
Incrédula a sus palabras y las noticias que caían donde advertían que quien conociera de mi paradero sería desterrado o impuesto un castigo como la muerte. Aunque saben que es lo que dejo estupefacta además de la noticia, es que lo mágico existía, y sería mi condena.
—¿Soy una prófuga y fugitiva de que si puedo saber, señor Dylan Lee? ¿O prefiere ángel guardián? ¿Quizás, psicólogo? —enumere y pensé cuántas facetas tendría aquel hombre de aspecto destrozado incluso más roto que yo, mis pesadillas eran nada comparado con el dolor que destilaban su mirada pérdida en un recuerdo—. Seré un monstruo pero sé diferenciar entre asesino y demente. Claramente, se que seré culpable de una y temo informarle que será de asesinato. ¿Pero yo no estoy demente ni mucho menos soy una prófuga?
—Lo eres, señorita Verónica —contestó seco y sin vida que expresaba cada movimiento que hacía su cuerpo. Vacío y sin aliento de continuar avanzando un paso más—. Eres un monstruo, asesina, peligro para todos y una prófuga en este mundo. Eres todo eso y más.
—Lo recuerdo —comente dubitativa y señale a su capucha. El hombre llorando en la tumba de mi madre donde no yacía ningún cuerpo, nada, simplemente y sencillamente una tumba vacía. Llorando a un muerto que no escuchara sus sollozos ni plegarias de que vuelva—. Siempre tan poco amistoso y con secretos.
Él asintió y apresuró el paso dirigiéndonos a un lugar oscuro, la fragancia a rosas, misteriosamente tranquilo y sin ningún ser rodeando el lugar.
—¿Nunca fue fácil olvidarme por el motivo que quizás seré lo único que tus recuerdos se aferran? Claro, aparte de ese Charlie —aseguró confiado y siendo honesta ganaba con sus argumentos pero como sabía de mí—. Podría ser por ser el hado que te borro tus recuerdos de pequeña por confiar en Elizabeth.
—¿Supongo que confiar en mi madre causó problemas ya que ella está muerta? ¿Sin vida y yo tengo la sensación de que me a traído a mi final, no es así? —cuestione sin mencionar que posiblemente fuera el destino que unió nuestros caminos para llegar a un desenlace de todos mis demonios que martirizan mi alma—. Apuesto que la decisión le cuesta. Podría apostar a que se enamoró de mi jovial madre en una jarana donde fue correspondido hasta que apareció alguien más, mi padre, puede que me equivoque. Mi instinto me dice que acerté justo en el clavo.
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Editado: 22.10.2021