Ronnie: El consejo del ángel de la muerte

Especial

“Yo me enamoré de sus demonios, ella de mi oscuridad. Éramos el infierno perfecto”. 

—Mario Benedetti 

[El consejo de la Muerte]

 

El dolor está impregnado en cada una de las almas que necesita más tiempo. No sólo el sentimiento de amor y felicidad son sentimientos, sino también la tristeza.

 

Ese era el sentimiento  permanecía en la mirada del joven con melena azabache que permanecía inmóvil ante los diferentes matices del cielo.

 

En su mente sin cesar sólo lograba hallar el nombre que sus labios pronunciaban con tristeza y amor, una combinación que aquel ser estaba acostumbrado entre esas penumbras. 

«RONNIE»

Aquel ser que conoció la humanidad, despreció y también se enamoró de algún mortal comprendía el efecto que estaba en la cabeza del joven sombrío que recién llegaba al abismo de las penumbras.

Conocido también como el limbo de las almas perdidas donde la única forma de sobrevivir ningún ser lo sabía, todos habían perdido en el camino lo que deseaban, un viejo recuerdo surco por la mente de quien vigilaba al recién llegado.

Recuerdo el llanto de un bebé en mis brazos, sus ojos azules, su melena como el fuego. Su nombre era Ronnie.

 

—¿Pero Evans D’ Angelo la cuidaría, cierto? —se recordó al sentir el peso de la culpa carcomiendo su alma por dentro. Aquel niño de ojos grises tenía una responsabilidad demasiado grande que debía afrontar—. Siempre la protegerá.

 

Aludió entre susurros, convenciéndose de que la niña maldita tendría quien esté de su lado, pero temiendo de que era capaz la pequeña con ojos azules con esos poderes malditos. Era letal, y esta deseo con todas sus fuerzas que aquella bebé que sostuvo en sus brazos no se convirtiera en el monstruo que destrozaría todo a su paso como un huracán.

El demonio que seguía inmóvil se percató de aquellos ojos que lo observaban con extrañeza, y se mostraba susurrando mientras parecía horrorizada por algo.

—¿Estoy muerto? —se cuestionó al reconocer que el tiempo y el cielo con matices oscuros a violetas no correspondían a su mundo. Ninguno que conociera antes, y luego entendió que estaba en el limbo, parecido a muerto. Porque quien entra ya no sale, no hay escapatoria, estaba atrapado entre los mundos.

La mujer que reconoció aquellos ojos oscuros que por fin levantaron la vista buscando donde escapar. Un lugar para refugiarse de tantos seres diferentes dentro de aquella burbuja que los mantenía cautivos.

Esos eran los ojos llenos de oscuridad, pertenecían a los de un demonio, definitivamente quien estaba en esa esquina mirando directamente a donde se encontraba era la criatura que deseo toda su vida mantenerse al margen. 

Los ojos demoniacos de el joven delataron su procedencia, y las manos nerviosas de la mujer formaron un círculo encerrándolo en un aro con un conjuro de aislamiento.

—¿Que hace un demonio aquí? —surgió una voz entre las criaturas que compartían condena, dementes y desquiciados hasta la médula, y con una sonrisa maniática volvió a cuestionar—. ¿Acaso se te comió la lengua una bruja? 

La criatura salió adelante mirando al joven que siguió ignorando a todos hasta hallar a quien era definitivamente familiar de Ronnie. 

La extraña sensación lo invadió al ver sus rasgos sombríos que sin dudar en algún momento fue un brillante girasol que desprendía alegría, pero ahora eran sus ojos pozos vacíos sin vida. La desesperación y demencia consumió su ser, solo quedaba una huélela de lo que un día era, y era el cabello de fuego brillante en esa oscura penumbra.

—¿Se supone que moriste y no tendrías lugar al que ir? —extrañado miró hacia todos lados buscando un rostro familiar que no halló—. Pero qué haces aquí, no pertenecías aquí. 

La mujer enmudeció al reconocer de que hablaba, la maldición de las Hada Escarlata condenadas a morir hasta el final de su raza, y quien no pertenecía a ningún mundo.

No respondió ante la incertidumbre del joven que era un demonio. Lo detestaba con todo su ser a los demonios, eso le habían enseñado tanto morrales como ángeles y hadas, eran seres despiadados que buscaban el caos como diversión.   

—Los de tu especie son iguales —argumento con una sonrisa cruel al leer sus pensamientos. Y añadió—: Y tú círculo no me detendrá demasiado como para aniquilar a la Hada que teme y odia a su propia hija, sangre, linaje. 

Advirtió con intención de querer quemar todo el lugar donde sea que estuvieran aquel demonio al sentir sus pensamientos sobre Ronnie y sobre los demonios.

—Mi hija está a salvo de la oscuridad de los demonios como tú —aseguró mientras la criatura que ansiaba respuestas surgió de las sombras—. Ella nunca será igual a los de tu especie.

Aquel sonrió ante sus palabras porque recordaba como ese desprecio lo incitaba cada vez más a querer corromper a mortales cuando despotricaban sobre quiénes eran y cómo debían ser.

Y recordó a esa melena de fuego, rojiza que era inestable, la locura en cada poro de su piel, la demencia presente en sus ojos azules. Mientras que su sonrisa era el infierno perfecto que creaban juntos. Era una combinación perfectamente imperfecta y caótica.




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