Roomies Por Accidente

CAPITULO | 08 |

ORIANE

Estaba en la cima de mi creatividad. Lo juraba.

Después de semanas de tortura existencial, bloqueo mental y una peligrosa relación de dependencia con la cafeína, por fin había logrado escribir. Palabras, frases, párrafos completos. Era glorioso. Podría haber llorado de emoción si no hubiera temido arruinar el teclado con lágrimas de orgullo.

Mi cerebro estaba en modo genio absoluto, como si hubiera comprendido que, si no terminaba el maldito manuscrito, mi contrato editorial se esfumaría, y con él mi dignidad, mi cuenta bancaria y mi identidad profesional.

Tecleé la última frase del capítulo, ese enganche perfecto que haría que mi editor llorara, me ascendiera al Olimpo literario y me ofreciera otro contrato con más dinero.

Y justo entonces, la pantalla parpadeó.

Parpadeó otra vez.

Y murió.

—No. No, no, no, no, no. —Presioné el botón de encendido una, dos, tres veces, como si mi laptop fuera un soldado caído que podía resucitar con fuerza de voluntad—. ¡No puedes hacerme esto ahora!

Silencio.

Tragué saliva, levantándome despacio para buscar el cable. Mis pies chocaron contra algo que dolió y, cuando intenté maldecir al objeto no identificado, el universo decidió darme el golpe final.

El apartamento entero se apagó.

Oscuridad total.

—¿Qué…? —gruñí, tanteando el aire como si pudiera estrangular al responsable—. ¡Genial! ¡Perfecto! ¡Esto es exactamente lo que necesitaba!

Busqué a tientas mi teléfono, pero estaba sin batería. Por supuesto. ¿Algo más? ¿Un terremoto, tal vez? ¿Una invasión zombi para completar la experiencia?

—Sebastián —llamé, esperando escuchar su voz en cualquier momento.

Silencio.

Nada. Ni su voz, ni su risa fácil, ni esa energía caótica que parece llenar el apartamento incluso cuando no está hablando.
Solo la oscuridad, el zumbido del refrigerador, y mi paciencia desintegrándose por segundos.

—¡Sebastián! —insistí, avanzando con los brazos extendidos como si fuera una médium en plena sesión de espiritismo—. Si estás ahí, más te vale aparecer antes de que me rompa algo.

Y como si el universo esperara mi señal… me golpeé el pie con la mesa.

—¡Mierda! —me quejé, saltando en un solo pie.

Perfecto. Justo cuando lo necesitaba, él no tenía que estar. Excelente. Excelente. El tipo desaparecía cuando todo era un caos, pero aparecía cuando yo quería un poco de paz.

Me dejé caer en el sofá, con el corazón todavía acelerado por el susto y el dolor en el pie palpitando con saña. Debería haberlo visto venir. La inspiración había durado demasiado. Era lógico que el destino quisiera equilibrar las cosas con un apagón.

Y entonces escuché la puerta.

Y su voz.

—¿Oriane? ¿Estás bien? —la voz de Sebastián sonó demasiado cerca, lo suficientemente cerca como para provocarme un mini infarto y una ligera crisis existencial.

—¿Dónde estabas? —espeté, girándome hacia el sonido de sus pasos.

—Fui a comprar comida —respondió con tranquilidad —. Y mira, traje tacos.

—¿Tacos?

—Tacos y luz. —Levantó la linterna de su celular, apuntándola directamente a mi cara como si fuera un interrogatorio del FBI—. Mira qué eficiente soy.

—Maravilloso —murmuré, pestañeando ante la luz—. Es el peor apartamento de la ciudad. No solo tengo un roomie obligado, también tengo que soportar que se vaya la electricidad.

Él soltó una carcajada, suave y despreocupada, y dejó la linterna sobre la mesa. Las sombras bailaron por las paredes.

—Tranquila, Malu. Casi toda la ciudad está sin luz —dijo, usando ese tono burlón y encantador.

—No me llames Malu.

—Como digas, Malu.

Cruzó el living como si nada, dejando su chaqueta en el respaldo del sofá. El reflejo de la linterna iluminaba su perfil.

—No puedo creer que sonrías—dije, apretando los brazos contra el pecho—. Mi computadora murió, mi teléfono no tiene batera, perdí media escena, y tú estás sonriendo.

—¿Siempre eres tan negativa? —espetó, abriendo la bolsa—. No todo está perdido.

—No, claro —murmuré—. Solo mi cordura.

Él se acercó con dos velas que había encontrado en algún cajón y una caja de fósforos.

—Te falta visión, roomie. Esto no es un desastre. Es una oportunidad.

—¿De qué? ¿De practicar cómo sobrevivir sin Wi-Fi?

—De practicar cómo vivir un poco —replicó, encendiendo una vela —. Mira qué romántico: luz cálida, comida mexicana, compañía medianamente agradable...

—¿Medianamente?

—Bueno, no quiero que te emociones demasiado —dijo, sonriendo mientras colocaba las velas sobre la mesa—. Ahora que dejamos en claro que somos amigos.

Me crucé de brazos, fingiendo indiferencia, aunque era difícil cuando el fuego titilaba sobre su rostro y la luz le dibujaba los pómulos como si alguien lo hubiera esculpido a propósito para irritarme.

—Podrías agradecerme —añadió, tomando la bolsa con los tacos con aire de satisfacción—. No todos los días te rescata un hombre guapo con velas.

—¿Guapo? ¿No quieres agregar modesto, también?

—La modestia es para la gente aburrida, Malu.

—Te juro que, si me vuelves a llamar así, voy a…

—¿Qué? —interrumpió, inclinándose un poco —. ¿Matarme? ¿O escribirlo en tu libro?

Lo miré, frustrada. O fascinada. O ambas cosas, lo cual era peor. El resplandor anaranjado de las velas lo envolvía con una calidez que no ayudaba en absoluto a mi determinación de mantener la compostura. Por un instante (solo uno, lo juro) pensé que tal vez los apagones no eran tan horribles.

—Este es para ti, come —dijo, acercándome una de las bolsas —. ¿Qué estabas escribiendo antes de que el universo y la compañía eléctrica conspirara contra ti?

Suspiré, dejando caer la cabeza hacia atrás.

—El capítulo detonante. El que cerraba el primer acto. Iba perfecto. Por primera vez en semanas todo fluía… hasta que el mundo decidió apagarse y arruinar mi progreso.




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