Roomies Por Accidente

CAPITULO | 12 |

SEBASTIAN

El despertador sonó a las siete y media, y por primera vez en meses, no quise aplazarlo.
No porque fuera madrugador, sino porque hoy era el día.

La audición.

La oportunidad.

El posible comienzo de mi regreso triunfal a la actuación… o, alternativamente, mi caída definitiva en el pozo sin fondo de los comerciales de colonia masculina y pasta dental.

Me levanté con un bostezo del sillón y avancé hasta la cocina, donde el olor a café recién hecho flotaba en el aire. Oriane estaba ahí, de pie frente a su laptop, con el cabello suelto, una camisa blanca enorme y expresión de concentración letal.
Era la viva imagen del perfeccionismo con ojeras.

—Mira quién madrugó —dije, frotándome los ojos.

—No te emociones. No dormí —replicó sin apartar la vista de la pantalla—. Me pasé la noche reescribiendo una escena que odio un poco menos que la anterior.

—Eso suena… emocionalmente saludable.

—Es lo más cerca de la felicidad que un escritor puede estar —contestó, con una mueca que habría hecho llorar a Freud ―. ¿Qué haces despierto tan temprano?

Me serví una taza de café y me apoyé en la encimera, aún medio dormido, pero con suficiente autoestima para notar que Oriane me estaba mirando.
Sus ojos recorrieron mi abdomen desnudo un segundo antes de apartarse tan rápido que casi se le cae la taza.

Mi sonrisa apareció sola, lenta, satisfecha.

Qué podía decir, la validación visual era mi oxígeno.

—Hoy tengo mi audición —anuncié con aire casual, como si no acabara de atraparla mirándome como a un postre que prometió no probar.

Ella levantó la vista, una ceja perfectamente arqueada.

—¿La de la serie? ¿Con tu ex psicótica?

—La misma —dije, bebiendo un sorbo de café—. Un reencuentro profesional. Muy civilizado. Con probabilidad de homicidio.

—¿Y no crees que lo utilice para volver contigo?

—Es muy probable —admití—. Eso, o que quiera venganza. Estoy preparado para cualquier escenario.

—Eso suena a que serías capaz de prostituirte por el papel.

Levanté la vista, sonriendo con ese tipo de arrogancia que, según mi madre, algún día me haría merecer una bofetada.

—Podría hacerlo. Pero si lo hiciera, ya estaría en todas las películas de la cartelera.

Ella soltó una risa breve, pero deliciosa.

—Wow, qué humildad.

—No es humildad —dije, acercándome un paso—. Es carisma. Y abdominales perfectos que combinan con este rostro tan guapo.

—Carisma no te falta, pero eso de que estas guapo… permíteme que te baje a tu realidad —replicó, bebiendo otro sorbo.

Me incliné un poco más sobre la encimera, lo justo para notar que su respiración se volvió un poco más corta cuando trabe la musculatura y se notó aún más mi excelente estado físico.

—¿Estás… insinuando que soy feo?

—Estoy insinuando que te pongas una camiseta antes de que decida echarte el café encima.

—Ah, amenazas. —Sonreí, encantado—. Eso es porque no puedes decirlo, ¿cierto?

Ella lo ignoró, pero su oreja derecha estaba roja. Ganador.

—Y dime —continué, fingiendo inocencia—, ¿si consiguiera el papel te sentirías orgullosa de mí?

—Orgullosa no es la palabra —respondió—. Intrigada, tal vez. Incrédula, seguro.

—Te haría una dedicatoria en los créditos.

—Si llegas a hacerlo, cambio de nombre —replicó, pero su sonrisa la traicionó.

—Entonces tendré que improvisar algo más romántico —dije, inclinándome un poco más—. Algo que diga “para la mujer que me inspiró a dejar de dormir en el sofá y me invitó a dormir a la cama.”

Ella me sostuvo la mirada, desafiante, pero el brillo de sus ojos decía otra cosa.

—No sueñes, FitzGerald.

—Lo hago todo el tiempo —repliqué suavemente—. Soñar contigo es mi especialidad.

Hubo un segundo en el que ninguno habló.

Luego ella tosió, apartando la vista.

—¿No deberías estar vistiéndote?

—El día que admitas que me quieres con ropa porque no puedes apartar la vista de mi…

Ella rodó los ojos, pero estaba sonriendo.

―No digas tonterías.

—Si me va bien, prometo invitarte a la premiere. Si me va mal, te invito a emborracharte conmigo.

—Perfecto —dijo, tomando su taza—. En ambos casos, salgo ganando.

La observé mientras me daba la espalda, con la camisa blanca rozando justo donde no debía. Y antes de salir, murmuré con una sonrisa:

—Por cierto, me encanta cuando me miras así por la mañana.

—Sebastián…

—Sí.

—Vete antes de que te clave la cuchara en el pecho.

Caminé hacia el baño riendo, con el eco de su amenaza siguiéndome como banda sonora. Me reí aún más al pensar que, estadísticamente, ya era la tercera vez esa semana que amenazaba con apuñalarme. Progreso.

Encendí la luz del baño y me encontré con mi reflejo: pelo revuelto, ojos hinchados y una expresión que gritaba “sí, probablemente me merezco la cuchara.”
Suspiré, me señalé en el espejo.

—Hoy no la cagues, Sebastian.

Mi reflejo no parecía convencido.

Mientras me daba una ducha, repasé mentalmente mi plan del día:

Audición con mi ex (riesgo de trauma y terapia: alto).

Intentar que mi padre no interfiriera (riesgo de sabotaje: altísimo).

No pensar en Oriane con esa camisa. (Probabilidad de éxito: 0%).

Me vestí con camisa blanca y pantalones oscuros. Todo impecable… hasta que noté una pelusa en el hombro. Pasé cinco minutos peleando con ella como si fuera mi archienemigo.

Cuando salí, Oriane seguía en la cocina, con el café en la mano y la mirada fija en su laptop.

—Si gano un premio cuando consiga este empleo, la primera dedicatoria será para la mujer que me noqueó con un florero la primera vez que la vi.

—Guárdate las frases para el casting —me reprochó—. Y no te olvides de respirar.

Respirar. Fácil en teoría, complicada en la práctica cuando tu ex puede transformarse en jurado y tu padre aún está a una llamada de distancia de arruinar tu agenda.




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