SEBASTIAN
Abrí los ojos y supe de inmediato que estaba en problemas.
No había dejado la puerta abierta mientras dormía, ni había olvidado llamar a mama.
Tampoco me había olvidado de pagar el internet. No. Era un problema más del tipo de que mi compañera de piso, la mujer más complicada y sexy del planeta, estaba literalmente encima mío, dormida, abrazándome como si yo fuera su osito de peluche.
Tenía una pierna sobre mí, una mano en mi camisa y la cabeza en mi pecho. Y no, no era tan terrible. Bueno… en realidad, sí lo era. Porque mi cuerpo había decidido que adoraba la situación. La adoraba demasiado, tanto que reaccionaba completamente a su olor, su calor y su tacto.
Horas antes, ella se había tambaleado hasta mí, con el brillo del alcohol en los ojos.
—No te vayas. Quédate.
Y claro, yo no era una persona difícil de convencer. Así que ahí estábamos. Ella, hecha un ovillo contra mí, y yo, hecho un completo idiota con sonrisa idiota, sin atreverme a moverme.
Porque sabía cómo iba a ir todo esto.
Oriane se despertaría, frunciría el ceño, negaría haberme pedido que me quedara, y haría su versión más convincente de “esto jamás pasó, no sé quién eres, y si lo cuentas, te entierro en el jardín del edificio”. Y yo tendría que fingir que no escuché cuando, entre risas, dijo que le gustaba mucho.
Mucho.
Mi corazón, traidor absoluto, dio un salto solo de recordarlo.
Intenté moverme un poco, despacio, pero entonces ella murmuró algo dormida.
Algo que sonó a:
—No te vayas todavía…
Y me abrazó más fuerte.
Genial.
Ahora, además de estar jodido, oficialmente secuestrado por una escritora borracha y adorable.
La miré.
Tenía un mechón de pelo pegado a la mejilla, y esa arruga diminuta en el entrecejo que ni dormida desaparecía.
Cerré los ojos e intenté pensar en cosas racionales. En el guion. En mis próximas escenas. En cualquier cosa que no fuera lo perfectamente cálida que se sentía.
Pero mi cerebro, muy útil, decidió enfocarse en otra cosa: lo bien que encajaba conmigo. Lo natural que era tenerla ahí. Y lo malditamente rápido que estaba cayendo por ella.
Y justo cuando pensé que no podía ser peor, escuché su voz ronca contra mi pecho:
—Si te atreves a moverte, te mato.
Sonreí.
—Buenos días a ti también, cariño.
Ella no abrió los ojos. Solo apretó más el abrazo, como si su cuerpo todavía no se hubiera enterado de que ella solía detestarme durante el día. Y, sinceramente, si el destino quería castigarme por esto, que lo hiciera más tarde. Porque en ese momento, con Oriane Rhodes durmiendo sobre mí, lo último que quería… era escapar.
Y entonces, lo dijo.
Suave. Dormida.
Como un puñal directo a mi autoestima.
—Mmm… Brett…
Mi cuerpo se tensó como si alguien hubiese tocado un cable pelado.
¿Brett?
Oh, no. No ese Brett.
Sabía perfectamente quién era.
El ex. El imbécil de pueblo pequeño. El que la engañó con su mejor amiga y arruinó toda su fe en el amor. El tipo por el que ella había jurado que los hombres eran una pésima inversión de tiempo.
Ese maldito Brett.
La miré con los ojos entrecerrados. Dormía tan tranquila, con esa media sonrisa que parecía salida de un sueño bonito. Y sí, claro, probablemente soñaba con él.
Con Brett el traidor.
Brett el popular.
Brett el imbécil que, inexplicablemente, todavía vivía en su subconsciente.
—No… —murmuró ella, sonriendo— no me mires así, Brett…
Perfecto.
No solo soñaba con él, sino que encima le sonreía.
Yo, mientras tanto, me quedé ahí, tratando de recordar que los celos solo eran algo que debería manejar como un adulto. Pero, al parecer, yo aún no era un jodido adulto.
Mi cerebro ya estaba en un bucle tóxico de preguntas sin respuesta.
¿Por qué seguía soñando con él?
¿Le seguía importando?
¿Pensaba en él cuando se quedaba callada con la mirada perdida?
¿O cuando me gritaba porque me olvidé de sacar la basura?
—Maldito Brett —murmuré entre dientes.
Ella suspiró, como si me respondiera.
Y se acomodó aún más cerca, el brazo subiendo por mi pecho hasta engancharse en mi cuello.
Genial.
Ahora estaba siendo abrazado por una mujer que soñaba con su ex y que probablemente, si se despertaba, me acusaría de secuestro.
Pero lo peor… lo peor fue darme cuenta de que aun sabiendo eso, no quería moverme.
No quería que se despegara.
Y eso solo significaba una cosa.
Estaba oficialmente jodido.
Oriane se movió entre mis brazos. Primero un suspiro, luego un estiramiento lento, y finalmente el parpadeo típico de quien despierta sin recordar del todo cómo llegó ahí.
La vi pestañear, confundida, antes de que sus ojos se posaran en mí.
Por un momento, pensé que se apartaría. Que se levantaría fingiendo que todo había sido un accidente…
Pero no lo hizo.
Solo me miró.
—Buenos días —murmuró, con voz ronca de sueño, apartándose suavemente. Bien, al menos no me estaba gritando que me fuera de su cama.
—Buenos días —respondí, intentando sonar neutral y no como un tipo que acababa de pasar la noche abrazando a la mujer que lo trae de cabeza.
Silencio.
De esos que son cómodos y horribles a la vez.
Ella se reincorporó, bostezando.
—¿Dormiste bien? —pregunté, al fin.
—Mmm. Sí. —Cerró los ojos—. Hacía mucho que no dormía tan tranquila. Creo que el vino ayudó.
Genial.
Tranquila.
Tan tranquila que anoche había susurrado el nombre de su ex.
No pude evitarlo, y mi hermosa y apetecible boca habló primero.
—¿Soñaste con algo bonito?
—No lo recuerdo —murmuró.
Yo carraspeé.
—¿Nada?
―No. ¿Por qué?
―No sé. Quizá soñaste con Brett.