Roomies Por Accidente

CAPITULO | 18 |

ORIANE

Estaba paralizada.

Literalmente.

Si alguien me hubiera pedido mover un dedo, probablemente habría colapsado ahí, en medio de la sala.

Porque Tarzia.

Tarzia estaba aquí.

En Los malditos Ángeles.

La misma Tarzia que había sido mi mejor amiga durante años.

La misma Tarzia de la que hui sin mirar atrás.

Y, lo más importante, la misma Tarzia que se besaba con mi novio secreto, mientras yo miraba desde el otro lado del salón con una copa de ponche y cara de “esto debe ser una pesadilla”.

Pero no era una pesadilla. No. No lo era.

Respiré, o lo intenté. Porque recordar a Brett y a Tarzia juntos seguía siendo como tragar vidrio. Durante seis años había mantenido esa relación escondida, como una cómplice voluntaria de mi propia humillación, y todo porque él había insistido en mantenerlo en secreto.

Es mejor así, Oriane.

Claro. Mejor para él, porque así podía besar a quien quisiera sin que nadie lo tildara e infiel. Y yo le creí como una idiota, porque el amor es ciego… y, aparentemente, también sordo, ingenuo y con una licenciatura en estupidez.

—No puede ser —murmuré, casi sin aire.

―¿No vas a darme un abrazo, mejor amiga? —dijo Tarzia, abriendo los brazos.

Oh, mierda.

¿El universo no descansaría hasta ponerme a prueba en todos los sentidos posibles, acaso?

Mi cerebro inició un protocolo de emergencia. La primera opción era fingir un ataque de alergia mortal. No sé, decir que había comido langosta o camarones y que mi vida corría peligro.

La segunda, fingir que ella era una loca, que no la conocía, que se había escapado de un psiquiátrico, pero no era una opción viable dado que había muchas fotos en Instagram que tiraba mi coartada a la mierda.

La tercera, era enfrentar la situación como una persona normal y funcional, con dignidad y valor.

Lamentablemente, elegí la última, aunque la segunda era muy tentadora.

Puse mi computadora sobre la mesa y avancé hacia ella. Me abrazó, en un abrazo muy tenso y poco feliz. O quizá así lo sentía yo, porque aún seguía traumada.

Sebastián observaba con curiosidad. En ese momento, se pasó por mi cabeza que capaz entendía lo que estaba sucediendo. Su amigo caminó hasta el sillón y se sentó.

Me separé de Tarzia lo más rápido y educadamente posible.

—No… no te esperaba —logré decir, sonriendo como si estuviera sufriendo un calambre facial—. ¿Qué haces aquí?

Ella respiró hondo.

—Bueno… —se señaló a sí misma dramáticamente— yo vine a rescatarte.

¿Rescatarme?

¿A mí?

¿De qué?

¿Del éxito? ¿De la inspiración? ¿De mi independencia?

Ok. Ahora sí necesitaba tirarme por la ventana.

—Estoy aquí por voluntad propia —dije, muy digna, como si no hubiera considerado la opción suicida segundos antes.

—Lo sé, tonta. Es un decir —continuó, sin ninguna pizca de vergüenza—. Pero no me respondes los mensajes ni las llamadas, así que decidí aparecerme. Le pedí a tu mamá la dirección y ella estuvo de acuerdo. Dice que está preocupada porque estés sola en esta ciudad enorme. Y mira, yo estoy buscando empleo, así que…

—Ah —dije, tragándome un insulto de doce sílabas que incluía tres animales de granja—. Qué… lindo.

Ella sonrió, satisfecha.

Yo sonreí, al borde del colapso.

—El tema es que no sabía qué numero de apartamento era… —añadió Tarzia, girándose hacia Pablo—. Pero este chico me ayudó.

Pablo levantó la mano.

—La encontré en la calle dando vueltas como turista perdida. Solo hice lo correcto.

Tarzia lo miró con ojos encantados, porque era la primera persona que no la trataba como la reencarnación de la perfección. Porque ella era preciosa, y popular, y estaba acostumbrada a que todos flotaran a su alrededor.

Yo miré a Pablo como si acabara de venderme al enemigo.

—Estaba desorientada —explicó ella, dramatizando como si hubiera cruzado el desierto del Sahara—. Además, todo está lleno de edificios iguales. ¿Cómo se supone que alguien encuentre la dirección sin perderse?

—Siguiendo los números —respondí, sin poder evitarlo. Ella emitió una risita.

—Ay, Oriane, siempre tan… literal.

¿Literal?

Yo estaba siendo literal porque la opción matar a mi madre por haber dado mi ubicación aún no era legal.

Detrás de mí, escuché a Sebastián carraspear, y ese sonido bastó para que el ambiente cambiara.

Tarzia lo miró.

Después me miró a mí.

Y luego volvió a mirarlo a él… más despacio esta vez.

La forma en que su mirada recorrió a Sebastián (de arriba abajo, evaluándolo, analizándolo, devorándolo sin disimulo) me provocó un nudo áspero en el estómago.

Perfecto. Justo lo que necesitaba. Como si no hubiera tenido suficiente con verla besándose con Brett, ahora tenía que ver esa misma expresión depredadora apuntando hacia… él.

Mi compañero de apartamento. El chico del que intentaba NO enamorarme. Y Tarzia lo miraba como si acabara de decidir que quería probarlo.

Un microinfarto. Literal.

Sentí cómo el pulso se me aceleraba, caliente, molesto, completamente fuera de control.

No.

No, no, no.

No otra vez.

Sebastián le sonrió. Claro que sí. Sonrió. Esa sonrisa suya que derrite a medio mundo y complica a la otra mitad. Y la reacción de ella fue inmediata. Los ojos le brillaron y se enderezó un poco. Yo conocía esa postura en ella… estaba en modo cacería.

—Wow… —dijo ella—. ¿Quién es tu amigo?

Sebastián abrió la boca para decir algo, y yo no le di la oportunidad.

Lo agarré del antebrazo, muy fuerte, como si dependiera de eso que no se hiciera un desastre aún mayor.

—Novio —dije, con la voz tranquila —. Es mi novio, y vive conmigo.

Tarzia parpadeó. Podía ver en su rostro la confusión, la incredulidad, y finalmente… molestia. Muy clara.




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