Roomies Por Accidente

CAPITULO | 22 |

ORIANE

Me desperté antes del amanecer, todavía con la sensación del dedo de Sebastián rozando mi labio antes de irse a su lectura de guion, como si mi piel tuviera memoria. El apartamento estaba en silencio, lo cual era un milagro si considerábamos que Tarzia estaba en él. La escuché roncar suavemente desde el sillón, y sentí que ese era mi pie para escapar antes de que comenzara su monólogo matutino, quejándose del calor, y de los precios de la ciudad, y de absolutamente todo.

Tomé mi laptop, mi cuaderno, un termo con café y prácticamente hui.

El aire fresco de la mañana en Santa Mónica era perfecto para inspirarme. Caminé por el muelle mientras el sol comenzaba a asomarse y la gente todavía no llenaba todo como hormigas playeras. Me instalé en una mesa cerca del borde, donde el ruido de las olas era lo suficientemente fuerte como para acallar mis pensamientos… o eso pretendía.

Porque, por supuesto, mis pensamientos no tenían ninguna intención de quedarse callados. Especialmente los que sonaban como Sebastián.

Estoy contigo.

Eres la que más me llama la atención.

No voy a dejar que te minimice.

Era como si alguien hubiera programado mi cerebro para repetir frases que no debía analizar bajo ningún concepto. Frases que, si las miraba demasiado de cerca, se transformaban en una bomba sentimental que yo claramente no estaba preparada para manejar.

Abrí el documento. Escribí una oración.

La borré.

Escribí otra.

También la borré.

—Mierda —murmuré, golpeando la mesa con la palma mientras trataba de respirar.

Llevaba días intentando terminar estos últimos capítulos y ahora, cuando por fin tenía todo encaminado, mi cerebro decidió instalar una voz extra. La voz ronca y peligrosa de un actor semidesnudo que había decidido complicar mi existencia de manera irreversible.

El viento me revolvió el cabello y yo traté de concentrarme en la pantalla. Últimos capítulos, me repetí. Pero cada vez que cerraba los ojos, no veía mi libro. Veía el momento en que él me dijo que estaba pendiente de mí, la intensidad en sus ojos y lo cerca que estuvieron nuestras bocas antes de que todo explotara en forma de jarrón, sangre y una amiga con ganas de joderme la existencia.

Respiré profundo, apoyé la barbilla en el puño y traté de escribir. Comencé con una oración y terminé escribiendo un párrafo largo.

Bien.

Podía hacerlo. Podía separar mi vida emocional de mi vida profesional. Aunque él estuviera invadiendo ambas áreas sin permiso. Levanté la vista hacia la playa, dejando que la brisa fría me despejara un poco la cabeza. El océano tenía algo liberador… hasta que pensé en él ensayando, repitiendo líneas con esa voz seductora, moviéndose con ese descaro característico de siempre.

Sentí una punzada rara de orgullo.

—No —me dije a mí misma, sacudiendo la cabeza—. No empieces con eso. No ahora.

Volví a escribir. Esta vez dejé que los dedos se movieran solos, sin pensar demasiado. Mi protagonista corría, lloraba, se enfrentaba a su miedo. Muy dramático todo. No tenía nada que ver conmigo, por supuesto. Nada.

Porque yo no me enfrentaba a mis miedos.

Y aunque yo no quería admitirlo, una parte de mí se había despertado cuando Sebastián dijo que estaba conmigo. Cuando no me dejó huir con la mirada y me acercó como si yo importara. Como si yo fuese… elegible.

Y eso era raro para mí, porque yo no sabía qué hacer con alguien que no me escondía, que no tenía vergüenza de mí y que no necesitaba que yo fuera la versión perfecta y medible de algo. Sebastián no necesitaba nada de mí, solo… me quería cerca. Y yo estaba empezando a querer lo mismo, por más que intentara negarlo.

Suspiré tan fuerte que la pareja de turistas a mi lado me miró raro. Me obligué a volver al teclado porque, si no terminaba ese capítulo, iba a terminar llorando frente a un puesto de pretzels mientras un adolescente me preguntaba si quería sal marina o azúcar.

Estaba justo encontrándole ritmo cuando el teléfono vibró, iluminándose con el nombre de mi madre.

Respiré hondo y atendí.

—Mamá.

—Cielo, al fin respondes. ¿Estás con Tarzia, acaso?

Ah. Genial. Cerré los ojos y apoyé mi mano libre contra la frente. Si existía algún tipo de Olimpo donde las madres competían por ver quién lograba activar más rápido los traumas de sus hijos, la mía iría ganando por lejos.

—No —contesté—. Vine al muelle a ver si la inspiración vuelve.

—¿Al muelle? —preguntó, con ese tono entre sorpresa y reproche que solo ella podía lograr—. ¿Y por qué no estás con ella?

Porque me dolía aun, y se sentía como si me vaciaran por dentro cada vez que pensaba en ella y en Brett. Porque aún no sabía cómo sostener mi propia historia y enfrentarme a mis problemas.

Pero eso no podía decirlo.

—Mamá —dije, ya cansada—. ¿Por qué le diste mi dirección?

Hubo un silencio.

—Porque no quería que estuvieras sola —respondió finalmente, con voz suave, como si eso justificara la manera en la que se había comportado —. No pensé que fuera un problema.

Sentí un pinchazo en el pecho.

—¿Y no se te ocurrió que precisamente eso era lo que necesitaba? Estar sola.

—Cariño…

—Es una falta de respeto que pasaras por encima de mi decisión —continué, antes de que pudiera detenerme—. No responderle los mensajes no fue casualidad. ¿No se te pasó por la cabeza que era por algo?

Mi voz se quebró. No lloré, pero sentí esa vibración en el pecho que sentías cuando ibas a romper a llorar. El viento del Pacífico me golpeó la cara, frío y fuerte, llevándose toda mi rabia.

Mi madre suspiró.

—No sabía que había sido tan grave, Ori —dijo al fin, bajando la voz como si temiera que pudiera enfurecerme más—. Solo quiero que estés bien.

Hizo una pausa, una de esas que casi podía ver. Seguro se acomodó el cabello detrás de la oreja, mirando por la ventana de la cocina, la misma ventana donde la vi llorar cuando murió mi abuela. La conocía demasiado bien.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.