Roomies Por Accidente

CAPITULO | 27 |

ORIANE

Días después de la cita, esa la cita que todavía me hacía sonreír sola como una idiota cuando nadie me veía, estábamos en la cama. Yo estaba recostada sobre su brazo, usando su pecho como si fuera la almohada más cómoda del mundo, y él jugaba distraídamente con mi mano, pasando el pulgar por mis nudillos.

—Estás pensativa —murmuró, sin dejar de acariciarme.

—Yo siempre estoy pensativa.

—Sí, pero esta vez no pareces enojada con el mundo —comentó, riéndose apenas—. Es raro. Me preocupa.

Rodé los ojos, aunque él no podía verlo desde mi posición.

—Estoy descansando la cara —susurré—. No quiero que se arrugue antes de los treinta.

Sentí su risa vibrar bajo mi mejilla. Era odioso y encantador, las dos cosas a la vez. En la mesita, su teléfono comenzó a vibrar desesperado. Sebastián extendió la mano, miró la pantalla y frunció el ceño de inmediato. Había estado recibiendo llamadas desde que se despertó. Decenas. Cientos. Su móvil no había dejado de vibrar.

—Dios… no se cansa.

Me incorporé un poco, sintiendo cómo sus latidos se aceleraban.

—¿Quién es?

—William —bufó—. Se la pasó llamándome y llamando a mi madre para que renuncie a la serie. Como no pudo sacarme él mismo, ahora pretende convencerme de que me baje por mi cuenta.

Mi estómago se apretó. Era impresionante cómo nombrar a una sola persona podía drenar toda la felicidad de la habitación.

—No lo entiendo —dije, sin apartar la vista de su expresión tensa —. ¿Por qué? O sea, son parecidos, sí… pero hay muchos actores parecidos sin necesidad de ser familia. Nadie tiene por qué asociarlos.

—Alguien nos asoció una vez, cuando yo era niño —dijo con voz baja—. Asociaron que mi madre había trabajado con él, y desde ese momento… se puso paranoico.

Me acomodé mejor a su lado, buscando su mirada. No quería presionarlo, pero tampoco quería que cargara eso solo.

—¿Paranoico cómo?

Sus ojos se perdieron en el techo, como si estuviera viendo una película muy vieja, una que lo lastimaba incluso en repetición.

—Como que mi existencia es una amenaza constante para él —explicó—. Para su carrera. Para su imagen. Para su vida perfecta. Él piensa que, si alguien vuelve a hacer la conexión, podría arruinarle todo. Así que… intenta arruinarme a mí primero.

Mi garganta se cerró. Ese tipo de crueldad… no era de un padre. Sentí una punzada feroz en el pecho, tan intensa que por un segundo pensé que me iba poner a llorar por él. Por este hombre que siempre sonreía, siempre hacía bromas, siempre parecía liviano… y que por dentro estaba sosteniendo un edificio entero que no había construido y que se desmoronaba.

—Él tuvo suerte de tenerte —dije, porque lo sentía—. Y es un idiota por no verlo.

El móvil volvió a vibrar, y Sebastián lo tomo de una vez. De repente, algo que leyó en la pantalla lo hizo tensarse, porque se reincorporo de golpe.

―No. No. ―gruño ―. No es posible.

—¿Qué sucede? —pregunté, sintiendo cómo la adrenalina me subía por la espina.

Él levantó la mirada.

—Se filtró —dijo.

—¿Qué cosa?

No respondió, solo me mostro el móvil, y la pantalla me llamo la atención, porque aparecia una foto de Sebastian, otra de William y una tercera con un estúpido titular amarillo que decía “La verdad oculta por más de veinte años”.

"WILLIAM MADDEN TIENE UN HIJO ILEGÍTIMO. FUENTES CONFIRMAN SU IDENTIDAD."

Sentí cómo se me helaba la sangre. Mi estómago cayó tan rápido que sentí náuseas. Era como ver un accidente a cámara lenta: sabía que estaba pasando algo terrible, pero no sabía cómo reaccionar.

Sebastián dejó caer el teléfono sobre la cama como si le quemara. Sus manos temblaban y su pecho subía y bajaba demasiado rápido.

—Oh, dios…

—No puede ser —murmuró, reincorporándose y caminando en círculos, como un animal acorralado buscando salida—. Esto no… no puede estar pasando. ¿Cómo…?

Yo me acerqué despacio. Tenía miedo de tocarlo, y mucho miedo de empeorarlo todo.

—Sebastián…

Él me miró y nunca en mi vida había visto tanto dolor.

—Mi madre —dijo, con la voz hecha pedazos—. Mierda… mi madre debe estar muy mal. Tengo que ir con ella.

El móvil seguía sonando. Yo quería decir algo inteligente, algo útil, algo que lo pusiera de pie. Pero lo único que salió fue:

—Lo siento. Lo siento mucho… —susurré—. ¿Quién pudo hacer esto?

—No sé. Nadie lo sabía —respondió él, sin pestañear—. Y ahora todos están hablando de eso. TMZ. Variety. The Hollywood Reporter. Hasta los noticieros matutinos.

—Sebastián…

Él no me dejó terminar. Se frotó la cara y caminó dos pasos hacia atrás.

—No quería que pasara así —murmuró—. Dios… ni siquiera quería que pasara.

Y justo cuando iba a acercarme, cuando iba a tocarle el brazo, abrazarlo, decir algo que arreglara el desastre, aunque fuera imposible, un estruendo contra la puerta nos congeló a ambos.

—¿Qué mierda…?

Otro golpe más fuerte. Tan fuerte que parecían querer arrancar la puerta de cuajo. Mi cuerpo entró en modo pánico.

¿Y si eran los medios? ¿Y si había un enjambre de fotógrafos listos para filmar a Sebastián colapsando? ¿Y si… eran fans? ¿Vecinos? ¿Productores?
¿Gente buscando sangre?

Respiré tan rápido que me mareé. Sebastián me miró por un segundo y lo entendí: él también tenía miedo, solo que no podía permitirse mostrarlo.

Otro golpe, pero esta vez acompañado de un grito.

—¡ABRE LA PUERTA, SEBASTIÁN!

Dios.

Dios.

Dios.

No.

No podía ser.

—Quédate en el cuarto —me dijo él, avanzando. Su voz ya no era la del Sebastián suave, encantador o juguetón, era la voz de un hombre a punto de enfrentarse a su propio infierno.

—Sebastián…

Pero ya estaba abriendo la puerta, y ahí estaba William Madden vuelto un jodido desastre. Su rostro estaba rojo de furia, tenía los ojos desorbitados, y estaba respirando como un toro por la nariz.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.