Roomies Por Accidente

CAPITULO | 30 |

ORIANE

No había sido una buena idea volver a Ohio.

Lo supe en cuanto bajé del automóvil y respiré ese aroma familiar a césped recién cortado, barbacoa y decisiones pésimas. Pero necesitaba respuestas. Terribles, incómodas, feas, y necesarias respuestas.

Principalmente, necesitaba saber por qué carajo Tarzia había expuesto a Sebastián, y cómo demonios se había enterado, porque yo no se lo había dicho. Jamás habría sido tan cruel, y menos con él.

Si había un límite en la estupidez humana, aparentemente ella había decidido sobrepasarlo.

Pero, claro, yo no esperaba que ni bien pusiera un pie en mi casa, Brett apareciera con la excusa de que mis padres lo habían invitado. Así que terminé sentada a la mesa del almuerzo, entre el puré, el pollo y la insoportable necesidad de fingir que tenía la vida bajo control, mientras Brett se acomodaba a mi lado como si nunca me hubiera roto el corazón en pedazos. Tuve que activar mi mejor cara de póker, la que me había servido para sobrevivir a profesores injustos, editores exigentes y a Sebastián caminando por la casa sin camisa.

Pero esto… era otro maldito nivel.

—Ori —dijo mi madre por tercera vez, pasándome la ensaladera con una sonrisa demasiado dulce para la ocasión—, ¿puedes darle esto a Brett?

Yo me forcé a sonreír, fingiendo que no quería lanzarla por la ventana, y lanzarlo a él, ya que estábamos de paso.

—Claro —respondí, pasándosela sin mirarlo realmente.

Brett aprovechó, porque así era él: oportunista hasta para respirar.

—Te ves bien —comentó, como si eso fuera una frase digna de premio—. Más… luminosa.

Tenía que estar bromeando.

Claro que estaba más luminosa. Me había alejado de su estúpida cara de mierda.

—Es la humedad de Los Ángeles —solté, tranquila, porque si le respondía como quería, mi madre iba a sufrir un paro cardíaco—. Y el sol. Y el estrés crónico.

Mi padre se rió. Brett no. Él se inclinó un poco más hacia mí, y sus ojos oscuros me observaron. En otro momento, esa mirada me hubiera derretido. Pero no hoy.

—Estás distinta —insistió, bajando la voz como si fuera íntimo y no insoportablemente predecible.

—Sí —dije, clavando la mirada en mi plato—. Lo estoy.

Él esperó que dijera más, alguna frase sentimental, alguna puerta abierta que le dijera que todo estaba bien y que ignorar sus llamadas y mensajes todo este tiempo no significaba que queria verlo hundido en la mierda, pero no dije nada. Yo esperaba que se ahogara en el suspenso. O, mejor aún, con el pollo seco que él mismo había elegido servirse.

—¿Cómo va tu libro? —preguntó mi madre.

—Terminado —respondí, con total compostura. Le di un sorbo al agua—. Estoy estructurando el siguiente.

—Ah —sonrió el idiota —. Ahora que lo terminaste, ¿piensas quedarte?

Casi escupo el agua en su cara. Me contuve por respeto a la mantelería de mi madre. Lo miré, con toda la furia acumulada de años de amor clandestino, mensajes borrados, excusas patéticas y besos escondidos en su auto.

—No —dije lentamente, como si fuera obvio—. No voy a quedarme. Vine a ver a mis padres y a aclarar un asunto con Tarzia.

Mi madre intervino antes de que Brett se tragara la lengua.

—¿Es por el escándalo con el actor? —preguntó, como si fuera una nota de color en un noticiero—. ¿El chico ese es tu novio?

—Algo así… —respondí.

Mi padre soltó un “oh” sorprendido, como si acabara de revelar que tenía un loro parlante viviendo en mi bolso. Mi madre sonrió con descaro maternal. Y Brett… Brett apretó el tenedor como si estuviera por declararle la guerra a un pedazo de pollo inocente. Algo seco, pero inocente.

—¿Algo así? —repitió él, con esa voz que usaba cuando quería parecer tranquilo, pero en realidad estaba a dos milímetros de explotar por los aires de furia—. ¿Qué significa algo así?

Me limpié la comisura de los labios con la servilleta.

—Significa que no es tu asunto. Ni un poco.

Mi madre intervino con su alegría , intentando salvar a Brett y al mantel de la tensión que se acumulaba en el aire.

—Ay, debe ser difícil tener una relación a distancia… ¿verdad, cariño?

En realidad, no sabía si teníamos una relación. Solo sabía que vivía, dormía y… bueno… hacía actividades extracurriculares muy satisfactorias con él, pero dejé que mi madre creyera lo que quisiera.

Era mejor que la versión real: “Sí, mamá, vivimos juntos porque la inmobiliaria se equivocó, fingimos ser novios para salvar un contrato, nos enamoramos sin permiso, tenemos química sexual del demonio y ahora él piensa que filtré el secreto más doloroso de su vida cuando jamás haría eso.”

Prefería morir.

—Mamá, de verdad —dije, suavizando un poco mi tono porque no tenía ganas de pelear con ella también—. No voy a quedarme. Tengo trabajo, tengo vida allá. Y… tengo que aclarar algo con Tarzia.

Mi madre tragó saliva, como si supiera exactamente qué implicaba “aclarar”, y Brett apretó los dientes, tan fuerte que pensé que iba a astillarse una muela.

—Solo lo conoces hace un mes y algo —murmuró —. ¿Y ya están en una relación? ¿No te parece… apresurado?

Lo miré de reojo.

—¿Cómo crees que deben ser las relaciones? —pregunté —. ¿Quizá podría tenerlo oculto por más de seis años? ¿Negar cualquier vínculo con él para que los demás no lo sepan? Así puedo hacerme “la soltera”, ¿no?

Mi madre se removió incómoda. Mi padre tosió.
Brett palideció.

Yo seguí.

—Digo… para que no afecte su imagen —añadí, encogiéndome de hombros—. ¿Te suena familiar?

Él abrió la boca, ofendido, dolido, herido, sorprendido… y seguramente confundido porque ahora yo ya no jugaba el papel de muñeca obediente que siempre decía “sí, Brett, lo que digas Brett, por supuesto Brett, te amo Brett”.

Vete a la mierda, Brett.

Mi madre intervino.




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