Roomies Por Accidente

CAPITULO | 31 |

ORIANE

Todavía sonreía mientras caminaba de regreso a casa, y no era una sonrisa discreta, ni elegante, de esas socialmente aceptables. No. Yo iba sonriendo como si me hubieran inyectado helio en las venas y no pudiese parar de reír mientras hablaba con la voz finita.

No sabía si era porque, por primera vez en mi vida, había tomado un pedacito de venganza por lo que le hizo a Sebastián, o porque finalmente había devuelto con intereses, multas y recargos todos los años de comentarios de mierda, competencias ridículas y manipulaciones de Tarzia.

El punto era que me sentía liviana. Creo que podría haber salido volando de tan liviana si no fuera porque aún tenía un asunto pendiente que me tiraba suavemente de vuelta al suelo.

Sebastián.

Respiré hondo, frenando un poco el paso. Tenía que volver y hablar con él.
Tenía que explicarle que yo no había tenido nada que ver con lo que Tarzia dijo. Nada. Absolutamente nada.

Y que ya no sentía ese nudo en el pecho que me hacía dudar de mí misma, porque sabía que nada que yo hubiera dicho o hecho podía haber provocado esa traición. La única responsable era Tarzia, y hoy la puse en su lugar.

Así que sí. Iba a solucionarlo a mi manera.

Lástima que, cuando volví a casa, mi momentito de paz espiritual duró menos que una dieta de jugos desintoxicantes, porque Brett seguía allí. En MI habitación.

No entendía esa obsesión suya por actuar como si nada hubiera pasado, como si todavía fuésemos la pareja clandestina más ridícula de Ohio, y como si él pudiera volver a encajar en una vida de la que yo lo había expulsado sin anestesia.

Ni bien crucé la puerta y lo vi de espaldas, metiendo la nariz donde no debía, puse los ojos tan en blanco que casi pude ver mi propio cerebro celebrar.

—¿Qué carajo haces aquí?

—¡Mierda! —gritó, dando un salto.

Y entonces vi lo que tenía en las manos, lo que dejó caer al escuchar mi voz.

Mi teléfono.

Mi. Maldito. Teléfono.

Sentí cómo una ola helada me trepaba por la columna.

—¿Qué estás haciendo con mi celular? —pregunté.

Brett levantó las manos, como si así pudiera borrar el hecho de que estaba fisgoneando. Eso era exactamente lo que siempre hacía: meterse donde no debía, asumir que tenía derecho a todo lo mío.

―Se rompió.

―¿Qué? ―dije, quitándoselo de las manos con brusquedad ―. ¿Cómo se rompió?

—No sé. No enciende.

Mi corazón dio un salto violento. Presioné el botón y nada. Lo sacudí y nada.
Toqué la pantalla… nada.

—Maldición —bufé, con un nudo en la garganta—. Necesitaba llamar a Sebastián.

Los ojos de Brett se oscurecieron, como si la palabra Sebastián le hubiera arañado el orgullo. De todas maneras, ni siquiera me importaba.

—Ah —dijo, con indiferencia —. ¿Qué hay con ese tipo?

Levanté la vista, furiosa.

—¿Qué hay con ese tipo? Eso tipo es mi… —me detuve un segundo —. Mi novio.

Brett dio un paso hacia mí, como si pudiera estrechar la distancia con esa terquedad infantil que siempre confundió obsesión con amor. Pero esta vez no surtió efecto, porque ya no me impresionaba. Y claramente, se dio cuenta, porque apretó los dientes, el cuello, la mandíbula… como si la sola idea de que yo lo hubiese cambiado fuera un insulto personal.

—Yo soy tu novio, Oriane… ¿Por qué sigues fingiendo que sales con ese tipo? ¿Quieres lastimarme?

Ok. Oficialmente este hombre tenía el record en descaro. Seguía diciendo que era mi novio, pero delante de mis padres actuaba de amigo. No entendía si sus neuronas no funcionaban o solo había alcanzado un nivel más elevado de estupidez.

Lo miré como si estuviera observando un animal prehistórico que aún no entendía que la extinción le había llegado, y que estaba a punto de ser devorado.

—Tú definitivamente eres el rey de los imbéciles.

—¿Por qué me castigas? —estalló él—. ¡Te fuiste de aquí sin decirme nada! ¡Desapareciste! No me contestaste una puta llamada, ni un maldito mensaje, y vuelves aquí diciendo que estás de novia con otro… ¿y yo soy el imbécil?

—Cuando tenías tu maldita lengua en la garganta de Tarzia, no te importé ni un segundo —dije, bajando la voz para que mis padres no escucharan —. No entiendo qué quieres de mí ahora.

Él parpadeó, confundido.

—¿Qué?

—Los vi en la fiesta de Halloween.

Él palideció.

—Ella se arrojó encima de mí —se apresuró a decir, como si eso borrara algo—. Me dijo cosas horribles, que era mejor que tú, que debería elegirla a ella. Cuando te fuiste no hizo más que perseguirme, pero la ignoré lo más que pude. Podría habértelo explicado si hubieses atendido el teléfono.

Me reí.

—¿Explicarme qué? —pregunté, cruzando los brazos—. ¿Que “se te cayó encima”? ¿Que “no pudiste hacer nada”? Porque ese es tu clásico, Brett, siempre tienes las manos limpias, la culpa es de los demás, y yo siempre esperando como una idiota a que me veas o al menos que no me escondas.

Brett abrió la boca como si tuviera un discurso listo, uno de esos suyos llenos de excusas, “no fue como crees”, y “yo jamás quise lastimarte”, pero no llegó muy lejos.

—No me fui para castigarte —le dije —. Me fui porque finalmente entendí que no quería un novio como tú. Te la pasaste manteniéndome en secreto, y no es lo que me merezco. Yo… soy increíble, y logre muchas cosas por mí misma. No te necesito.

Él se pasó una mano por el cabello, desesperado.

—Ya sabes por qué lo hice, Ori. Mi familia…

—Ya no me interesa —lo corté—. Puedes tener las razones que quieras, pero para mí ya no son suficientes. Nunca lo fueron, si somos honestos, pero tenía la vara demasiado baja como para notarlo.

No podía creer que estaba admitiendo eso. Primero, me libere de Tarzia. Ahora, de Brett. Todo no hacía más que mejorar.

De repente, me tomo de las manos, y mi impulso fue quitárselas bruscamente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.