Rosa de medinoche

Prologo

El reino de Kierin amanece bajo un sol abrasador, típico de un fuerte verano que amenaza con derretir los tejados coloniales del pequeño  pueblo. 
Las familias obreras trabajan en el gran recibimiento de la reina de Lurel, un reino vecino.

-¡Cristal! Ven a ayudarme - Grita Susana desde el interior de la floristería, mientras la niña  juega en el gran jardín trasero.

-Cariño, ya has escuchado a tu madre, ve adentro de inmediato.

La pequeña hace caso al mandato de su padre y a pesar de sus ganas de observar cada planta del pequeño paraíso que se oculta tras el local de la floristería va al encuentro con su madre.

Cristal, con apenas nueve años, ha logrado aprender del oficio de sus padres, las flores se han convertido en su pasión y el deseo de conocer de ellas, su mayor obsesión.

-¿Qué hacen todas esas personas en la calle?- pregunta la niña, asombrada ante la concurrencia que inunda las calles. Hace meses que nadie se toma la libertad de caminar por las calles de Kierin con amplias sonrisas y vestidos elegantes.

- Tendremos una visita- Le responde Susana.

-¿por eso me has puesto el vestido de mi iniciación?

-Así es, aunque faltan unos meses, te lo podrás poner nuevamente.

A Cristal no le importa tener que llevar un vestido usado a su iniciación, de hecho, no le importa en lo absoluto su forma de vestir. Ella se ha acostumbrado a llevar los viejos harapos del oficio. El overol gris demasiado grande para su delgado cuerpo y los grandes guantes color carmesí que pueden cubrir el doble de sus manos, es todo lo que ella necesita para sentirse cómoda.

- Ven aquí cariño- Le pide su madre con un par de peines en la mano.

Cristal siente como su larga melena de color rojizo cae a cada lado de sus hombros, esa cabellera con la que no ha querido encariñarse, pues será cortada el día de la iniciación, para no dejarla crecer jamás.

-¿por qué tienen que cortar mi cabello?- pregunta curiosa, al observar su reflejo en el gran espejo que reposa en la pared.

- Ya lo sabes, solo quienes viven en el palacio puedes llevar el cabello tan largo como deseen.

-¡No es justo!- Reclama la niña.

-Cariño, muchas cosas en la vida no son justas, no son necesarias, pero mientras la impongan quienes están en el poder las tendremos que obedecer.  

-Susana, no le digas esas cosas a la niña.

Cristal corre a los brazos de su padre en cuanto lo ve atravesar la puerta principal.

-Escúchame muy bien- Le dice Adrián a su hija- Un día nos iremos de aquí, el castillo caerá y desaparecerá para siempre. Podrás ir a la escuela, podrás leer y escribir; tendrás muchos vestidos y dejarás crecer tu cabello tan largo como lo desees.

-¡Tonterías!- Grita Susana, borrando la sonrisa que se había dibujado en el rostro de Cristal. - No le hagas caso a tu padre.

-Lo lograremos, cree en mi y...

Susana interrumpe nuevamente a su esposo y le pide que la acompañe hasta el jardín. Donde seguramente comenzará una discusión con él. 
La niña permanece de pie en el interior de la floristería, deseando escuchar lo que dicen sus padres.

-¿Puedo esconderme aquí?

Cristal da media vuelta sobre sus pequeños pies y se encuentra con un par de ojos azules, que la miran expectantes.

-¿Quién eres?

-¡Por favor! - pide el niño, que mira a todos lados con desesperación.

Cristal no responde, sólo mira al intruso, quien a falta de respuesta corre hasta el interior de la floristería y se esconde tras el gran estante.

-¡Niño! ¡Sal de allí! - Grita cristal, pero él no sale de su lugar.

-¡Oye, tú niñita!

Gritan de nuevo tras ella. Esta vez es un niño mayor que ella, por dos años aproximadamente, viste unos pantalones de color oro, junto a una gran camisa color blanco y sobre ella un chaleco lleno de brillantina del mismo color que su pantalón.

-¿has visto a un niño tonto por aquí?

-¿Qué?- Pregunta Cristal, sin entender la pregunta.

- ¡Eres sorda tonta plebeya! - El pequeño saca del bolsillo de su pantalón una pequeña pistola de agua y apuntando a cristal dispara. El agua helada cubre el rostro de la niña.

-¡Por qué me mojas!- Reclama Cristal, quitando de las manos de aquel niño la pequeña arma.

- Devuélveme mi juguete, niña tonta.

Esas palabras hacen enojar aún más a Cristal, quien vacía el agua que reposa dentro de la pequeña pistola.

-¿Acaso no sabes quién soy?

Ella no responde y el niño comienza a tirar al suelo todos los jarrones que están cerca.

- ¿Dónde está ese ñoño?

Cristal entiende que se refiere al niño de ojos azules que se esconde tras el estante, a donde miro por instinto, pero decidida a no revelar el escondite del pobre chico, que seguro huye del brabucón dijo con seguridad.

-¡Aquí no está nadie! Sólo estoy yo.

El niño no alcanza a responder, pues una señora entra en la floristería. Viste tan extravagante como el brabucon, su cabello rubio cae a cada lado de sus hombros, suficiente para saber que hace parte del palacio.

- ¿Que haces aquí cariño? Debemos seguir con el desfile.

-¡Quiero unas flores!

-Niña, dale unas flores al príncipe de Lurel.

Cristal entiende la situación, esas dos personas despreciables que están frente a ella son la gran visita que el pueblo esperaba con tanta euforia.

- ¡Quiero las mejores!

El niño pisa las flores que ha tirado hace un momento junto con los jarrones y caminando por el local  busca unas flores que le gusten. Cuando se acerca al gran estante, donde se esconde aquel niño, Cristal deja caer a propósito el jarrón que esta frente a ella con la intención de desviar la atención del pequeño rufián, al final estaban rotos la mayoría.

- ¡Quiero esas! -Dice señalando unas flores que reposan a lo alto del ultimo estante.

- ¡Esas no! - Dice Cristal, sabiendo que esas flores son sólo para el consumo animal y pueden producir alergia con el contacto humano.




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