Rosa de medinoche

Capítulo 2

 Cristal
 


 

—Me están buscando. 
 


 

Cuando escucho sus palabras me paralizó. Hace dos años que Ismael y yo nos escondemos de mis padres y del reino entero. Somos conscientes de cuán peligroso es, pero jamás hemos pensado en los riesgos y ahora no sé que debemos hacer. 
 


 

—Se están acercando. 
—No necesito que lo digas, los estoy escuchando. 
 


 

—¿traes contigo la linterna? 
 


 

Llevo mis manos a la parte baja de mi abdomen, donde siento el frío metal de la linterna rozar con mi piel gracias la presión que causó con mis dedos. Hago un gesto afirmativo con mi cabeza, evitando hablar para no ser descubiertos. 
 


 

—Toma el maletín e intérnate en el bosque y no salgas hasta que estés segura que no queda un sólo guardia afuera ¿entiendes? 
 


 

Ismael intenta sonar seguro pero se que el fondo está igual o más asustado que yo. 
 


 

—¿Qué vas a hacer? 
 


 

—Si mi padre los mandó a buscarme ellos no descansarán hasta encontrarme y no pueden verte ¡vete rápido! 
 


 

—No pienso dejarte sólo ¿y si pasa algo malo? 
 


 

—Cristal, yo soy el hijo del rey — me dice mientras camina hasta donde me encuentro— Nada malo me puede pasar, peor a ti... 
 


 

Ismael no puede terminar, escuchamos pasos cerca, voces desesperadas que llaman  al príncipe  y aunque Ismael no culminó su frase no era necesario. Él  es el hijo del rey y la reina de Kierin, el príncipe Ismael, mientras que yo soy Cristal, sólo cristal. Hija de los foristas del reino, unos simples plebeyos que viven bajo la sombra de los poderosos. 
 


 

—Date prisa. 
 


 

No tengo tiempo de despedirme de mi amigo, tomó el morral y sacando mi linterna me interno en el bosque. Me escondo tras un gran roble, tan frondoso que podría ocultar un batallón entero, Sin embargo, no puedo estar tranquila, este bosque es tan peligroso como cualquier otro. 
 


 

Miró el cielo nocturno, una media luna rodeada por un centenar de estrellas y luceros iluminan la noche, bueno la madrugada, pues deben ser al rededor de las dos de la mañana. 
 


 

Mi pulso que se había calmado un poco se acelera al escuchar sonido de armaduras y una gran cabalgata. 
Instintivamente comienzo a rezar y me detengo aún más asustada, los plebeyos no podemos profesar ninguna religión, no podemos adornar o suplicar a alguien que no sea el rey, pero en cuanto recuerdo que el único lugar que el soberano no puede husmear es en mi mente, entonces puedo rezar tranquila y todos los miedos desaparecen. 
 


 




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