Rosa pastel

3. Culparse

Me quedé muy muda escuchando el largo discurso sobreprotector que mi hermana me dedicaba, quien me explicaba que se había mantenido toda la noche despierta, esperando a por mí, ansiosa de conocer alguna noticia mía, o al menos recibir un mensaje que le indicara que me hallaba bien y en algún lugar de Santiago.

Me tragué sus palabras y sus exageradas frases que hacían referencia a la poca seguridad que la ciudad tenía, traté de no cerrar los ojos, pero el cansancio sobre mi cuerpo era mayor y sin percatarme cómo o porqué, me dormí sobre el taburete de su cocina.

—¡Maldición, Kei! —chilló mi hermana y me sacudió con brutalidad por la espalda. Como seguía mareada me caí de espaldas—. ¡Ay, por dios! —extendió arrodillándose a mi lado para cerciorarse de que no me había lastimado—. ¿Estás bien? —preguntó tocándome el mentón con delicadeza.

No respondí, pero si me eché a reír al sentir el fuerte golpe en mi trasero, sintiéndome realmente viva. Aunque estaba dolorida y casi sin aire en los pulmones producto de la risa que todo me provocaba, traté de levantarme desde el suelo, siendo auxiliada por las delicadas manos de mi hermana.

—Fui a llamar a Juan, pero la llamada la cogió una chica... —susurré con melancolía, obviando a que su nueva novia de linda voz era mucho más joven que yo—. Tenía linda voz, de seguro tiene un lindo rostro...

—¿En serio saliste a eso? —preguntó Kelly mirándome con lastima—. Es muy triste, Kei, pero también es algo normal después de una separación —especificó, al parecer comprendiéndome o intentando hacerlo—. Espero que no lo hagas otra vez, él no te merece...

—Ya lo sé, solo quería saber si estaba bien, quería charlar y que tal vez me diera una segunda oportunidad...

—No, no, eso no va a pasar. ¡Si le vuelves a pedir una segunda oportunidad, jamás, jamás vuelves a ser mi hermana! —amenazó, enseñándose completamente furiosa—. ¿Y por qué él tiene que entregarte una oportunidad? Debería ser al revés... ¡Él debería rogarte a ti, que ciega eres, por dios! —exclamó, entregándome una humeante taza de café.

—No, gracias. Ya comí —respondí cuando recordé que el desconocido me había obligado a beber leche hasta que la borrachera se apiadara de mí y me abandonara—. Conocí a alguien y me llevó a desayunar... creyó que yo era un gato y me llevó a beber leche... —especifiqué con diversión ante la curiosa mirada de mi hermana, quien levantó las cejas ante mi historia. 

—Oh... eres más rápida que flash —acentuó y se echó a reír—. ¿Y cómo se llamaba?

—¿Quién? —pregunté, despistada y mareada.

—¡La persona que te llevó a desayunar! —ladró, al parecer al borde de perder la paciencia.

—Ahhh... No lo sé —titubeé—. No sé si lo dijo, la verdad es que estaba muy ebria, casi no recuerdo mucho de él —musité, sintiéndome avergonzada por mis actos.

—¿Era guapo? —insistió y cerré los ojos, tratando de recordar algo sobre el hombre que hasta su campera me había entregado para que no cogiera un resfriado.

—No, no lo era —confesé y tal vez era una mentira, pues ni el color de sus ojos recordaba—. Su campera está allí... —respondí con poco interés, apuntando el sofá de entrada—, me dio su dirección para que se la envíe, pero creo que primero la llevaré a la tintorería —especifiqué y caminé detrás de Kelly, quien parecía más que curiosa por ver la prenda del hombre que me había asistido en mi borrachera.

—Vaya, es grande —dijo y me guiñó un ojo. Resoplé agobiada y casi asqueada—. ¿Cómo dijiste qué se llamaba? —preguntó, revisando la campera entre sus manos.

—No, no lo dije, porque no lo recuerdo —susurré, caminando hacia un sofá para dejarme caer en él—. ¿De qué te ríes? —investigué cuando mi hermana comenzó a reírse con ironía, dramatizando el característico: "ja, ja, ja" y enseñándome un pequeño trozo de papel entre sus dedos—. ¿Cuál es la gracia?

—La gracia es que esta persona que te llevó a beber leche, vendrá esta noche a cenar —declaró coqueta y mi mandíbula se calló hasta el suelo—. Se llama Dan, es un antiguo cliente y amigo.

—¡Mátame, mátame ahora! ¡Por eso sabía en donde vivía! —chillé, al borde de perder los estribos. 

Kelly me sonrió con diversión, guiñándome un ojo y caminando de lado a lado por la amplitud de su sala, modelando la campera del hombre que creía que yo era gato, enseñándose coqueta. Me sonrojé ante lo que ella obviaba y sentí una extraña sensación subiéndome por el pecho.

—No te hagas grande expectativas, Kei, ni siquiera lo imagines mirándote con otros ojos que no sean de lástima. Dan es un hombre amable, de seguro se apiadó de ti y te ayudó... —confesó mi hermana antes de que perdiera la cabeza.

Asentí conforme y sin tener nada más que decir, abandoné la sala, dispuesta a ver a mis hijas dormir, profundizarme con aquella paz que solían emitir y como ellas eran mi cable a tierra, mi sustento para mantenerme de pie y con vida.

Me apoyé sin muchos ánimos en el umbral de la puerta, deleitándome con sus sonrosadas mejillas y la ternura que sus rostros me transmitían y antes de echarme a llorar por todos aquellos recuerdos que ellas traían a mí y la vida que trataba de dejar atrás, recordé al desconocido, ¡a Dan! y su maldito discurso sobre levantarme y avanzar.

Me erguí correctamente en mi posición, enseñándome fuerte y sin miedo, cogí mi pequeño bolso de viaje y me encerré en el cuarto de baño para invitados para olvidarme de toda esa porquería que Juan y su nueva novia encendían en mí. 



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En el texto hay: maltrato, divorcio

Editado: 24.04.2019

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