Como anticipé, lo primero que vi fue al desconocido que creía que yo era un felino y traté de disimular un poco la vergüenza que me dominaba; lo saludé con naturalidad para continuar con su compañero, un arreglado hombre cuarentón, guapo y con una de esas sonrisas que desarman mujeres.
—¿Qué tal la resaca? —preguntó Dan, entregándome una pequeña corona de flores.
Traté de recibirla, pero mis nervios se apoderaron de mí, haciéndome sentir torpe y tonta. Le miré con una mueca de incomodidad y el tomó mi mano entre sus gruesos dedos para saludarme con mayor dulzura.
—Te llamas Kalei, es hawaiano y significa corona de flores. Feliz Navidad, Kalei —explicó y acomodó la corona de coloridas flores en mi muñeca. Me quedé sin palabras, mirando directamente sus manos grandes y maduras y el obsequio, la mención de mi nombre y todo, absolutamente todo—. ¿Estás bien?
—Sí, sí... —susurré, con la garganta seca—. No tenía idea que mi nombre provenía desde Hawái, definitivamente debo conocer la isla —musité sin levantar la vista, pues mirarlo a la cara me avergonzaba.
Recordaba a la perfección cada cosa que le había relatado durante la madrugada y es que había usado a un borracho como consejero de vida y nada podía ser peor que eso.
"Me golpeaba, ¿y sabes? prefería que lo hiciera antes de que me dejara por otra mujer". —Recordé aquella inservible frase, sintiendo como mis ojos se humedecían por mi delirio.
¿Cómo podía haber deseado eso? ¿Cómo me había casado con mi propia enfermedad? Esa que me consumía día a día, como un tumor maligno que no te deja avanzar y que no puede ser extirpado.
—Quédate tranquila —habló, cogiéndome el mentón con mucha dulzura—. Todo va a salir bien —continuó, deslizando los dedos por mi cara.
Fruncí los labios, arisca a caricias ajenas y tras asentir conforme un par de veces, me alejé de él. Habían transcurrido años desde que un hombre que no fuera Juan me tocara y aunque Dan tenía dulzura en sus dedos, estaba acostumbrada a la brutalidad de mi marido.
Me distancié, pues no podía dominar mis sentimientos, estaban combinados con dolor, rabia e impotencia. Traté de disimular mi estado de ánimo y me refugié en la cocina, distribuyendo platos y organizando la cena que junto a Kelly habíamos preparado.
Las risas de Abril me hicieron poner atención a su nuevo comportamiento, el cual necesitaba ver. Me limpié las manos en un paño de cocina y abandoné el caluroso lugar para encontrarme con una imagen que me quitó la respiración y que hizo que mis ojos se humedecieran en lágrimas.
Dan jugaba a "Buscando a Wally" junto a mi hija mayor y aunque no logré escuchar lo que decían, obvié a que se divertían.
—Dan es un payaso con los niños —susurró Kelly detrás de mí, tocándome el hombro con delicadeza—. Reúne a los invitados, ya voy a servir la comida... —explicó y asentí conforme, quitándome el delantal desde el cuello.
Con un poco de timidez me acerqué a mi hija y a Dan y asustada de entrar en su divertido juego, me senté en la esquina del sofá. Él me sonrió en cuanto me vio y se quedó así, mirándome durante muchos segundos.
—Vamos, tío Dan. Es tu turno —pidió mi pequeña y le cogió la mano con confianza.
—Vamos a cenar —interrumpí con miedo, pues la actitud de mi propia hija me atemorizaba.
No quería enfrentarla ante desconocidos y temía que su reacción fuera negativa.
—Que rico, tengo mucha hambre —musitó Dan mirando a Abril, quien al parecer parecía disgustada con mi presencia—. ¿Quieres qué tenga hambre? —preguntó y Abril negó, sacudiendo su cabeza con exageración—. Cuando tengo hambre me gusta comer niños —dijo y mi hija se echó a correr por toda la sala, seguida por un hombre mayor que simulaba ser un perro o un oso hambriento.
Me quedé allí, estupefacta al ver como la cazaba entre el árbol navideño y un sofá decorativo, haciéndola volar por el aire, ajeno a nuestro mundo. Robándose toda la atención de mi hija, atención que ni yo había podido conseguir. Pero por sobre todo eso, haciéndola reír, haciéndola ser una niña otra vez.
—Por eso no llevo a Dan a cenar afuera —excusó el otro invitado, refiriéndose a la infantil conducta de su amigo, sonreí, sintiéndome disconforme con su idea—. Es un niño, los niños avergüenzan...
—¿Tienes hijos? —pregunté con hostilidad, tratando de no ser tan perra y es que me molestaba el modo en el que se refería a Dan.
—No, no... estoy en mi mejor edad, disfrutando de mi soltería... ¿y tú? —preguntó y su dedo acarició mi desnudo antebrazo—. Apostaría a que eres libre... ¿Qué harás después de la cena?
—Cuidar a mis hijas —excusé con un poco de rabia, pero sonriéndole con falsedad.
—Kalei, tu hija quiere ir al baño —interrumpió Dan y me levanté rápidamente desde el sofá, todo para ayudar a mi pequeña hija en sus necesidades básicas—. Nos vemos aquí, Mayo —dijo y mi hija se echó a reír con ganas.
Reí con ella también, fijándome en la sonrisa de mi hija y lo feliz que parecía después de una semana de mierda.
La cena había resultado perfecta, mejor todavía cuando todos me elogiaron por mi comida y mi artístico postre. Dan había destacado un par de veces que era el mejor postre que había degustado en su vida, así también mi hija, que parecía extasiada con todo el chocolate que el platillo poseía.