Rosa pastel

6. A mí misma

Más días corrieron y con gran rapidez. 

Juan siguió llamando cada día e insistiendo en que debía firmar el divorcio, entregarle mi mitad de la casa en la que juntos habíamos vivido y así también, continuó puntualizando en que al menos tendría una pensión para sobrevivir.

Y a pesar de que tenía un nuevo empleo y su pensión por el divorcio, me negué, pues no iba a ceder con facilidad, no lo iba a dejar ganar, al menos iba a darme el gustito de saborear su derrota.

Mi trabajo en el salón de Kelly era básico y trataba de realizarlo bien, de ser una buena empleada; tras dejar a Violeta en la guardería a la que asistía y a Abril en el colegio que ella misma había escogido, me iba de inmediato hasta el salón de Kelly, donde organizaba los pendientes de la noche anterior y limpiaba la sala en donde recibían a los clientes. 

Con la poca fuerza que poseía, mis manos empujaron el canastillo con toallas limpias, arrastrándolo por el pasillo que me llevaba hacia los armarios donde se suponía que debía organizar cada prenda que Kelly y sus asistentes usarían durante el resto del día.

Catherine, una de las asistentes de mi hermana, se movía al ritmo de la música que se emitía desde su móvil y tratando de simpatizar con ella, ingresé sonriente a la pequeña sala en que debía trabajar parte de la mañana.

—Buenas tardes —hablé, empujando el carro hasta la esquina de la sala—. ¿Qué tal tu mañana? —curioseé en cuanto la chica me saludó con las manos.

—Muy agitada, tenemos muchos clientes agendados para hoy —explicó, batiendo un frasco negro entre sus manos—. Bueno, ya debo volver... solo venía por la espuma.

—¡Suerte! —grité en cuanto la chica se despidió y se alejó por el pasillo, dejándome aburrida y con mi soledad.

Era perfecto; el tiempo a solas me hacía bien, me ayudaba a pensar y a estar tranquila conmigo misma. 

Aunque trabajaba todo el día, por ser hermana de la dueña a veces podía retirarme antes, pero no me gustaba abusar de la confianza que mi hermana depositaba en mí, así que había contratado a una niñera para que cuidara a Violeta en las tardes, cuando la jornada de su guardería se acababa después de las tres y yo misma me encargaba de retirar a Abril de la escuela cuando terminaba mi jornada laboral y es que mi hija se había adaptado de maravilla con el resto de sus compañeros y ya asistía a los talleres artísticos después de clases o salía con ellos a fiestas de cumpleaños y planeaban picnics para las tardes de sábado.

Las aprensiones en cuanto a sus cuidados se habían acabado, pues la terapeuta tenía razón, también debía pensar en mí: en mi vida y en mi salud, tanto física como emocional y si bien no había descuidado ni un solo detalle de mis niñas, sí había aprendido a dividir las cosas y ahora me preocupaba de mí del mismo modo que me preocupaba de ellas. 

Trabajar para Kelly no había resultado tan terrible como yo esperaba; tras haberme entregado la lista de mis deberes y explicarme como debía desarrollarlos, me había otorgado libertad y autonomía en cada uno de mis días.

Era mi sexto día de trabajo y mi cuerpo se había acostumbrado a aquel ritmo con rapidez. Me sentía arrepentida por todas aquellas veces en que había rechazado una oferta laboral y todo por satisfacer a Juan, mi próximo exmarido.

Doblé diez toallas y las monté sobre un mueble de madera, organizándolas y acomodándolas de acuerdo con el pequeño espacio que allí existía. Mis manos ya eran rápidas en aquella simple tarea y mi mente trabajaba por igual, y mientras realizaba aquella simple labor, mi mente anticipó a que debía limpiar los espejos de la sala durante el cierre para el almuerzo.

—¿Vienes a almorzar? —Sarah, una trabajadora del lugar me preguntó, cogiendo su cartera desde los casilleros.

—No lo sé, tal vez vaya con Kelly —especifiqué, pues no tenía planes para la comida—. Sabes que me encantaría ir contigo —adelanté, pues Sarah y yo teníamos una buena química, también era divorciada y su nuevo empleo la había resucitado por entero—, pero debo limpiar los espejos antes de que Kelly decida abrir otra vez.

—Aún hay clientes, creo que deberás limpiarlos luego de la comida —especificó, liberando su cabello frente a un espejo de cuerpo completo—. Ven conmigo, Kelly está con uno de sus amigos, de seguro irá a comer con él...

—¡Vale, tu ganas! —dicté con diversión, corriendo al espejo, pues estar rodeada de mujeres bonitas que se preocupaban por su aspecto se contagiaba con rapidez.

Liberé mi cabello y lo até en una simple y desordenada trenza. Sabía bien que afuera llovía y no estaba lista para arruinar mi aspecto con el desorden de mi oscura melena. Cogí mi cartera y caminé por el pasillo, dispuesta a salir a comer con Sarah, tal vez ir de compras o pasear por algún centro comercial cercano.

—¡Kalei! —gritó Kelly en cuanto abrí la puerta para salir, por lo que me vi forzada a girar para explicar qué era lo que suponía que haría.

Tenía la excusa en la lengua, pues no me gustaba interrumpir cuando sus clientes o amigos la visitaban, pero la persona con la que se encontraba me dejó sin aliento.

—Oye, no te vayas —exigió, apuntándome con la boca al desconocido. Apreté los ojos, recordándome que hoy era ocho de enero. ¡Puta exactitud! ¿Desde cuándo los hombres eran tan responsables?—. Dan viene a por ti. Tienes la tarde libre.



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En el texto hay: maltrato, divorcio

Editado: 24.04.2019

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