Toqué su mejilla por milésima vez, rozando con la punta de mis dedos su barba, familiarizándome con el contorno de su mentón y la forma de sus labios. Suspiré, apretando los ojos con fuerza, tratando de conciliar el sueño y fundirme con él y la calidez de su cuerpo, pero por más que quise, no pude pegar ojo.
El amanecer llegaba con prisa y mis pensamientos seguían estancados en cada cosa que Maron había dicho antes. El frío que se colaba por la puerta me obligó a bajar por el colchón, enroscarme entre sus piernas con facilidad, buscando calor con urgencia.
—Mmm —susurró, apretándome con mayor fuerza contra su cuerpo—. ¿A dónde vas? —investigó Dan, levantándose rápido desde la cama, siguiendo mis movimientos.
—Iré a ver a las niñas, hace demasiado frío , tal vez necesitan la calefacción —mentí y es que necesitaba estar a solas, pensar y pensar.
Necesitaba pensar.
¡Mierda, necesitaba pensar! Pero ¿qué me había hecho dudar así?
Cogí desde un pequeño diván que ornamentaba la habitación, una de sus sudaderas limpias y acomodándomela por la mitad del pasillo, llegué a la sala. El frio no importó, y tras sentarme en uno de los altos taburetes en la mitad de su cocina americana, cerré los ojos tratando de conciliar cada cosa que aquel adolescente había dicho.
¿Tenía razón? Por primera vez, desde que había iniciado mi separación y los trámites para mi divorcio, no sabía qué hacer. Acababa de quedarme en la mitad de un precipicio enorme y oscuro, confundida y más asustada que nunca.
Pero no temía por mí, por lo que pudiese pasar conmigo ni mis hijas, temía por Dan y como yo podría llegar a lastimarlo.
—¿Kei? —susurró Dan en mi espalda.
Abrí los ojos de golpe, encontrándome con su entristecida mirada. Pasé saliva, tratando de disimular cada cosa que se cruzaba por mi cabeza, pero al parecer, él tenía la capacidad de leerme con facilidad.
—Ya iba a la cama, no podía dormir —hablé rápido, bajándome con torpeza desde el taburete en el que me hallaba.
—Estás asustada, ¿verdad? —preguntó y aunque quise huir de sus profundos ojos y aprovechar de la oscuridad que reinaba a nuestro alrededor, su brazo me atrapó en la mitad de mi huida.
—No, Dan —musité, escondiéndome entre su pecho.
Él nada dijo y sus brazos solo me recibieron con fuerza, atrapándome entre su cuerpo con decisión. A un pacífico ritmo, sus piernas me transportaron de regreso a su habitación, y por igual, me llevó a la cama, recostándose a mi lado con lentitud.
Su mano libre acarició mi desordenado cabello y sin dejar de mirarme a los ojos, se acercó a mí para besarme con ternura en los labios.
—No te obligo a que te quedes, Kalei —habló de pronto, con un ronco, pero adormilado tono de voz—. Si quieres irte, puedes hacerlo cuando quieras —mencionó, obviando a que estaba asustada.
—Quiero quedarme, quiero quedarme para siempre —musité en su cuello, rozando la punta de mi nariz contra su suave y cálida piel—. Yo no te dejaré caer, pero tú no debes dejarme ir —pedí, montándome a horcajadas sobre él, porque necesitaba que afrontáramos cada necesidad que teníamos sobre el otro.
Dan apretó la boca y sus manos rodearon mi cintura, estrujándome con fuerza, enterrando sus dedos en mi piel. Suspiró, pero tras ello, asintió conforme, estirando sus brazos por mi espalda, abrazándome y guiándome a recostarme sobre su cuerpo.
Dejé reposar todo el peso de mi cuerpo sobre él, siendo participe de sus traviesas manos y como estas viajaban por mi espalda, mi trasero y parte de mis muslos, una y otra vez, saboreando la desnudez que presentaba y como sus dedos tenían libre accesibilidad a todo mi cuerpo.
—¿Qué hace Nieve aquí? —pregunté, fijándome en como en la mitad de la cama, el gato de Dan descansaba, sumido en un profundo sueño.
—Está ayudándome —musitó Dan, levantándose sobre su propio cuerpo para besarme en los labios—. Quiere que estemos muy juntos —balbuceó, besándome en el cuello, metiendo su mano bajo la ropa que llevaba. Me reí, pues lo que decía sobre su felino me causaban gracia—. ¿Estás cansada? —investigó y solo negué, moviendo la cabeza hacia atrás, para brindarle mayor acceso a su boca—. Quiero hacer el amor —pidió, apretándome los senos con fuerza—. Ven, hazme el amor —exigió, quitándome de un bruto tirón la anchurosa sudadera que llevaba encima.
Gemí en respuesta al frío que de manera inmediata llegó a mi piel, más cuando sus manos subieron por mi abdomen, recorriéndome con lentitud, generándome un sinfín de escalofríos que me obligaron a retorcerme sobre su cuerpo, deseosa y miedosa, pues era la primera vez que alguien me pedía algo así.
¡Ahhh, que patética! ¿No? Pero era la verdad, si bien me había casado indiscutiblemente enamorada de Juan, él jamás me había pedido algo así, tampoco había necesitado de mí, de mi cuerpo con tanta urgencia, tal cual Dan hacía.
Me ordené el cabello en una tonta coleta y con un extraño temblor en todo mi cuerpo, me acerqué a él, a sus labios, todo para besarlo y que su saliva generara en mí el efecto calmante que siempre me había causado. Sus manos me despeinaron con locura, obligándome a reír sobre su boca, a atragantarme con su aliento fresco, que mezclado con cigarrillos tenía el mejor efecto del mundo.