Esperé hasta la mañana, hasta cuando los primeros rayos de sol me aturdieron con su fuerza y su fulgor, y con las ideas claras, traté de llegar a un acuerdo para conmigo misma, pues seguía perdida y un tanto dolida por la apresurada reacción y decisión que Dan había tomado.
No me había escuchado, ni siquiera se había tomado el tiempo para oír mi verdad, me había cuestionado, como si me hubiera equivocado un millón de veces, cuando en verdad era la primera vez que cometía un error.
Me cambié de ropa con prisa, tal cual hice con mis hijas, pues no quería despegarme ni un solo segundo de la puerta de entrada, pero a pesar de que me mantuve atenta durante cada segundo, Dan nunca apareció. La hora corrió con prisa y mis responsabilidades me cayeron encima con furia.
Salí temprano a dejar a mis hijas a sus respectivos establecimientos educacionales, y de igual forma, corrí hacia el hospital en el que Juan se encontraba. No tuve mucho tiempo de pensar en lo ocurrido, tampoco de sentirlo, pues estaba segura de que el dolor de aquella repentina separación me destruiría con brutalidad.
Llegué un poco tarde a la sesión de mi marido, y aunque éste se mostró inmune ante mi irresponsabilidad, noté su mal genio y humor, de seguro todo causado por lo infructuoso que se sentía con él mismo; lo inútil y lo injusto que todo era para él.
Porque así era, porque así lo había conocido. Él era un yo-yo. Solo existía él, en su galaxia de Juan y su mundo —egoísta—, de él mismo.
Charlé durante casi una hora con la encargada de tramitar el seguro médico de mi familia y a pesar de todas las modificaciones que le habíamos dedicado a este, el trámite había sido rechazado, Juan no tendría su tratamiento de manera gratuita, por ende, necesitaba dinero con suma urgencia o tendríamos que vender nuestra casa y comenzar desde cero. Algunas puertas comenzaban a cerrarse para mí, y aunque habría deseado que todo hubiese sido más simple, la vida se encargaba de complicármelo cada vez más.
Casi al almuerzo tuve un tiempo libre, y sin dedicarme a comer o a preocuparme por la salud de mi marido, y el maldito seguro que había sido rechazado, preferí llamar a Dan, tensa por lo que me diría y ansiosa por oír su voz, pero solo su fría contestadora habló para mí y me dejó completamente abatida.
Fue entonces cuando todo comenzó a desmoronarse.
Lenta y despiadadamente.
El resto del día fue difícil, más cuando tuve que lidiar con el doctor a cargo del tratamiento de Juan y el dinero que no teníamos y que debíamos pagar semana a semana. Como se imaginarán, terminé histérica, con un acuerdo de palabra que no estaba muy segura si pudiera cumplir o no, pues no tenía dinero.
Casi a las tres de la tarde y aún con tiempo para ir al trabajo, me encaminé hacia el salón de mi hermana, y sin esperármelo, me encontré allí con una desagradable noticia.
—Tenemos que hablar —musitó mi hermana en cuanto ingresé al salón.
Asentí muda y la seguí por todo el pasillo hasta su oficina.
—Tuve un día de mierda —respondí ante su mudez, la cual me volvía loca y me dejé caer en el sofá al final del lugar. Ella me miró con furor, acorde encendió un cigarrillo con lentitud—. ¿Todo está bien?
—¿Le mentiste? —preguntó y aquello me dolió, pues no me podía imaginar a Dan chismoseando con mi hermana. ¡Era casi traición! Negué, un tanto desconcertada, y como les dije, dolida. Con el corazón y el pecho quemando por aquella sensación que no dejaba de amargarme—. No lo puedo creer, Kei. Dan es mi amigo y mi mejor cliente, y le mentiste como si nada... —protestó, mirándome con indignación—. No lo puedo creer, me siento completamente defraudada.
—¿De mí? —pregunté, más dolida aún.
—¡¿De quién más?! —gritó y se acercó a mi amenazante—. Él fue el único que te ayudó con tu vida de mierda...
—¡Basta! —grité, cansada por el día y el cúmulo de mierda que se venían en mi contra—. Basta, ¿sí?, tuve un día de mierda y lo único que quería era tener una charla sincera contigo.
—¿Sincera? —insistió, mirándome con tristeza—. ¿Siquiera me has dicho toda la verdad?, ¿o solo me has engañado, como a Dan?
—¡Claro que no! —refuté—. Dan no ha logrado comprender nada, solo se ha marchado furioso. ¡Ni siquiera me ha escuchado!
—Ya no sé quién eres, Kalei. Ya no te recuerdo. Antes eras sincera y humilde. Sabías escoger tus prioridades y a tú familia por encima de todo. Antes sonreías, ahora solo estás amargada —reclamó y aquello me hizo arder con rabia—. Has escogido a Juan por encima de Dan, y aquello...
—¡Basta, Kelly! Tú no sabes nada. Tu vida es perfecta. Tienes todo lo que quieres —hablé taciturna—. Nuestros padres jamás te exigieron lo mismo que a mí, ¡y lo sabes! No seas injusta con algo que ni siquiera entiendes. Además, eres mi hermana, se supone que deberías estar de mi lado...
—Y lo estoy, pero otra vez me defraudas. Primero fue con la universidad, luego con tu matrimonio, luego con tus hijas y ahora decides regresar con Juan para dejar a Dan, ¿acaso estás loca? —gritó y me eché a llorar por el efecto de la frustración—. ¡Te pedí que lo ayudaras, por la salud de tus hijas, sobre todo la de Abril, pero no que regresaras con él!
—¡No me estás escuchando, no voy a regresar con él! —chillé enardecida, al borde de jalarme al cabello y perder la cabeza—. ¡Solo estoy ayudándolo, tal cual me pediste! —remarqué jadeando—. Y si crees que he cambiado, si crees que ya no me conoces, lo mejor será que dividamos nuestros caminos, Kelly. Gracias por todo. Por oír toda mi mierda, por salvarme de las garras de mi marido y cuidarme mejor que nadie. Gracias, pero ya ves, no podemos seguir juntas.