Rosa pastel

26. Final: Seguir amándote

—Cincuenta y siete.

—¿Cincuenta y siete? —repetí, liado por la cantidad de tragos que había bebido y como ninguno lograba aturdirme hasta enviarme a la cama.

—Como oíste, campeón —respondió la mujer, dejando sobre la madera del bar otra ronda de chupitos. Asentí conforme y levanté los doce vasos pequeños entre mis manos, acorde caminé por el lugar, tambaleándome hasta la mesa en que mis amigos se hallaban—. ¿Algo para comer?

—¡Estamos bien! —grité sin girar y sin mirar, pues estaba seguro que, si lo hacía, caería al suelo como un muerto en vida.

Mis compañeros de grabación ya se encontraban desparramados sobre la mesa en que bebíamos desde hace algunas horas, la mayoría de ellos charlaban con algunas chicas que se habían incluido en nuestro espacio y todos cantaban al ritmo de la música ochentera que se oía a nuestro alrededor. Llevábamos tan solo un día en Coquimbo, grabando un nuevo programa de televisión enfocado en motocicletas que la cadena de televisión para la que trabajaba había aprobado, y aunque seguía alentándome a mí mismo que aquel programa de televisión era lo mejor que me había ocurrido en mucho tiempo, seguía sintiendo que algo me faltaba.

Algo que tenía nombre y apellido y un triste pasado acoplado a su vida.

No había tenido mucho tiempo para pensar en ella y en todo lo ocurrido, y aunque quería ser valiente, visitarla y tal vez, arriesgar un poco más, tenía miedo. 

Miedo de qué no me recordara, de que se hubiera olvidado de mí, del pasajero que llenó su vida por algunos instantes y que solo tal vez, la hizo más feliz que nadie.

Al menos así pensaba cada noche antes de irme a la cama, o cuando despertaba. Yo la había hecho feliz, de eso no había duda, pero también había cometido el error de abandonarla cuando más me necesitaba.

—¿A quién le escribes? —preguntó Michael, un camarógrafo con el que mantenía una estrecha relación.

—A Maron —respondí taciturno—. Está preocupado —continué.

—¿Aún? —insistió él, encendiendo un cigarrillo—. Pensé que ya se habían olvidado de lo ocurrido —agregó y negué liado, pues Maron se había encargado de Abril y de su mascota (gato que yo le había obsequiado), mientras Kalei seguía en coma—. ¿Y ya hablaste con ella?

—Hablé con su hermana, ella no se acuerda de mí —contesté con una fingida sonrisa.

Michael me miró con grandes ojos y en su rostro se marcó lástima. 

—¿Es una broma?

Negué, empinándome el vaso con alcohol para beber con prisa y apagar así la tortuosa realidad de la verdad.

—Su hermana dice que no ha preguntado, ni siquiera ha hecho mención de mí, ni de la relación que alguna vez intentamos tener —dije, moviendo un dedo alrededor de mi cabeza, y siendo más sincero que nunca.

—Pero si eres encantador, hermano. Eso es imposible.

Asentí sonriendo, un tanto más relajado al referirme de lo ocurrido. Al principio, cuando ella había caído en las redes de Juan, me veía imposibilitado de referirme a ella y a todo que alguna vez nos hubiera vinculado. De hecho, sigo siendo incapaz de decir su nombre sin sentir el amargor de su distancia, de su ausencia. Sigo siendo incapaz de dormir sin pensar en ella, en sus hijas, en todo lo que compone a una mujer como ella. En su fuerza y en sus debilidades, en aquella sonrisa que enamora a cualquiera.

Esa sonrisa que me enamoró desde el primer momento en que la vi.

—¡Habrá una banda en vivo! —gritó una de las chicas con las que habíamos grabado anteriormente, y que nos había acompañado en la larga travesía que vivíamos—. Tocarán ahora —dijo, levantándose desde la silla en que se hallaba, todo para unirse a los espectadores que se reunían frente al pequeño escenario que el rústico bar disponía.

La alenté a que fuera a presenciar el espectáculo que el bar iba a entregar, todo con un simple y desabrido movimiento de manos, y me centré en mis pensamientos, en mi cigarrillo y el vaso vacío que tenía frente a mí. Mi compañero imitó y me fundí entre un par de recuerdos qué no tenían mucha coherencia, pero que me llevaban a sonreír como un niño feliz.

—¡Buenas noches, Coquimbo! —una femenina pero áspera voz se escuchó por el reducido espacio y por curiosidad, giré para mirar. Mis ojos hallaron con un cuarteto de extravagantes mujeres, cada una frente a un instrumento musical—. Es nuestra primera noche aquí y hoy vamos a comenzar con una historia que inició en Santiago... —contó y su charla me aburrió, por lo que ignoré lo que decía y me levanté desde mi asiento para conseguir la ronda de tragos número cincuenta y ocho—. No somos músicos que disfrutamos del romanticismo, pero esta historia nos impactó a todas. Maya insistió en que debíamos hacer algo para ayudar a esta mujer y no se nos ocurrió otra idea mejor que ésta —miré a la vocalista y como su cháchara seguía, y peor, estaba siendo alentada por el público presente.

Giré para mirar a la mujer que trabajaba detrás de la barra y me enfoqué en como preparaba la docena de chupitos para mí y para mi grupo de amigos y de trabajo. Rellenaba cada vaso con lentitud, e intercalaba miradas para detallar lo que ocurría en el escenario que el lugar poseía, sonriente y emocionada, como si nunca hubiera visto un espectáculo en vivo. 



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En el texto hay: maltrato, divorcio

Editado: 24.04.2019

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