Rosa y Espinas

2° PARTE

Cansada de un largo día de trabajo me bajé del bus dispuesta a descansar en mi cama, quería olvidar todo lo ocurrido en este día tan fatídico.

Mientras camino maldigo mis curiosidades y en los enredos que han metido, a Samantha y por qué no, al miserable trabajo que tengo.

Cruce la calle sin fijarme si venía un carro, de pronto algo grande golpeó mi cuerpo haciendo que cayera al suelo, sin poder respirar toque el pavimento. El bolso y los anteojos cayeron a un costado de donde estoy, mi bolsa de mano se desparramo en el lugar. La vergüenza se intensifica cuando siento las miradas curiosas de las personas que esperan el bus al otro lado de la acera, me extraña que nadie se burle de mí, porque sí, somos adultos, pero seguimos siendo crueles.

— ¿¡Déjame ayudarte!? — pregunta alguien detrás de mí, y como acto seguido siento su fuerte mano agarrarme por la cintura. De la nada comienzo a llorar cual patética pobre criatura soy. Recibo un fuerte jalón firme que me levanta sobre mis pies, jadeo de sorpresa y observó a la persona en frente de mí. Por un momento mi mundo pierde ese eje que medio me sostiene y vuelve con mayor velocidad.

El muchacho está vestido casual, su pelo negro está desordenado, la camisa remangada en sus brazos parece romperse si mueve un solo músculo, su mirada es feroz e intimidante, pero en vez de asustarme es lo contrario me da curiosidad. 

— Yo puedo sola — dije mientras intento levantarme por mi misma. Pero el cuerpo no me responde, intento de nuevo ponerme de pie pero las piernas no me sostienen del todo, y de la nada aparece un dolor en un tobillo del pie, dejando escapar un chillido de dolor,

— ¿Qué te sucede ? — pregunta el joven con total nerviosismo, al mirar como cubro con las manos la parte afectada.

— Estoy bien ¿Qué fue lo que pasó... ? — pregunte aún aturdida del golpe, mirando al joven de ojos cafes, quien sigue sin poder reaccionar.

— Mi auto... — comienza a decir

De la nada aparece un tipo extraño a nuestro lado. Trago saliva, y cruzó los dedos para que no nos quiera asaltar.

— ¿Les puedo ayudar en algo? — pregunta mirándo mi cuerpo.

— No te preocupes ya llame a una ambulancia — sisea el pelinegro con algo de miedo al ver la cara seria del vagabundo. Yo no respondo, no puedo reaccionar del todo, creo que aún estoy aturdida por el murmullo de la gente que pregunta si estoy bien. 

Toco el pavimento con ambas manos, no veo bien, necesito con urgencia los anteojos. cuando por fin los encuentro, la vergüenza se intensifica, cuando miró a mi alrededor, somos el centro de atención.

De pronto mi mirada se centra en el vagabundo, quien está recogiendo mis pertenencias del suelo, asustada grito que no la levante, pero ya es tarde pues de la bolsa salio una toalla higiénica femenina.

¡Trágame tierra! Fue lo único que pensé.

— No hace falta que lo recojas, yo lo puedo hacer... — gruñe el pelinegro, quitándole las bolsas de la mano, y recogiendo mi toalla femenina. El vagabundo asiente tranquilamente — ¡Fuera de aquí!

El vagabundo se sobresalta y se va, su tono autoritario me hizo sobresaltar también a mí.

Otro niño rico de seguro —pienso recordando a Samantha y su modo de hablar

— Lléveme al hospital, o de lo contrario te acusaré por chocarme... — musito un poco contrariada

—Ey, ey, tranquila, lo haré —me susurra con voz tierna y acuna mi rostro; me pongo roja en solo segundos. Él sonríe de forma pícara —Ni loco te dejaría aquí...

Se me suben los colores ¿Acaso está coqueteandome?

Suelto un pequeño grito de sorpresa cuando cruza un brazo por debajo de mis rodillas y me carga como princesa.

Estoy tiesa, nunca nadie me había cargado así.

— Relájate —escucho que me dice y no se por qué mi mente sucia se empeña en fantasear con esto en otra situación... — es mejor llevarte así, si estas lastimada, te podrías dañar más.

Para cuando llegamos al auto creo que tengo fiebre de tan apenada que estoy, me baja para abrir la puerta del coche y me ayuda a sentarme.

Él mismo se encarga de ponerme el cinturón, sus manos rozan mis pechos accidentalmente mientras lo hace, bueno, ni siquiera me mira, así que asumo es un accidente ¿O no?

Se monta del lado del conductor y maneja rumbo al hospital.

Observo anonadada el lujoso coche, esto es algo nuevo para mí y como niña pequeña quiero tocarlo todo; pero quizá lo que más llama mi atención, es el olor que impregna el interior, una esencia limpia y masculina que identifiqué en él cuando me cargó.

Una que alborota mis neuronas, debo decir

Me atrapa observándolo y me sonríe por medio segundo antes de mirar hacia el frente.

—¿Un mal día?

Musito un tímido «si»

Sin dudas este chico no se parece a Samantha, Samantha nunca trataría con tanta atención a alguien inferior a ella.

Cuando llegamos al hospital volvió a cargarme y cruzamos la puerta de emergencias asi

La verdad es que creo que puedo caminar pero en este momento no me importa nada, pues se siente tan bien estar en esa posición que solo pude recostarme a su pecho, y desde ahí escuchar su corazón, oler su colonia, y sentir su respiración.

Cuando llegamos al departamento de pacientes externos, el viejo doctor no pudo evitar sorprenderse al verme acurrucada en sus brazos.

Lleno de curiosidad, el medico preguntó mirando al joven fijamente.

— ¿Eres Sebastián Duarte?

— Sí — contesto él con naturalidad mientras me carga con delicadeza llevándome hacia la cama que el doctor indica.

Su respuesta me hizo temblar de miedo, al darme cuenta que quien me trajo es nada más y nada menos que el ex novio de Samantha el que se va a casar en pocos días.

— Señor Duarte ¿Puede decirme que le sucede a la señorita? — cuestionó el médico en forma amistosa mientras me mira de arriba a bajos con curiosidad.

— Sí, por supuesto, ella es...

— Soy Rosa Muñoz — lleno su silencio y dirijo la mirada al doctor, quien mantiene la frente arrugada de seguro preguntando en su interior ¿quien es esta desconocida?



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En el texto hay: humor, mentiras, romance

Editado: 18.09.2022

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