SEBASTIÁN DUARTE
—¿Cómo pude confiar en esa mujer? — susurro buscando algo para cubrirme.
—Hola, ¿Ahí alguien aquí? — escucho que gritan desde la entrada del establo.
"Por Dios ¿Ahora que hago?" — susurro mirando a mi alrededor.
Tomo un poco de heno para cubrirme "no, esto no funciona"
— Se que alguien está aquí... A si que le aconsejo que salga y me de la cara — grita la persona conforme se va a acercando hacia donde estoy. En definitiva esa es la voz de Juana, la capataz de la hacienda.
El corazón se me quiere salir, los nervios están de punta, no quiero presentarme así delante de ella pero no tengo salida; tengo que salir de mi escondite, antes de que ella llame a alguien más.
Por una hendija de la pared de madera puedo ver a Juana como se acerca a paso lento, sosteniendo una escopeta
" Oh por Dios ¿En qué lío me ha metido esa mujer?
Contando hasta tres salgo de mi escondite a lo que Juana se adelanta en apuntarme directo a la cara.
— ¡No dispares, soy yo, Sebastián, Sebastián Duarte! — grito nervioso, levantando las manos.
— Por Dios, Sebastián, cúbrete — grita sobresaltada, tapándose los ojos y dándome la espalda. — ¿Qué haces aquí? ¿Y en estas condiciones?
— Es una larga historia. Ahora ve y busca algo para cubrirme — le ordeno tapando mi miembro con las manos.— ah no le cuentes a nadie, no quiero que esto se convierta en un espectáculo.
— Como mandes, patrón — responde sin mirarme, mientras corre hacia la casa en busca de lo que le mandé.
Al llegar viene con un vestido corto y unas sandalias del mismo color.
— Por Dios, ¿Qué es ésto, Juana?
— No encontré un traje de hombre a la mano... Ya sabes si pedía uno tendría que justificar el motivo... y tampoco podía subir a la segunda planta a hurgar entre las ropas de don José...
— Si, si ya entendí — interrumpo
Veo como se sonroja y baja la cabeza mientras me entrega el vestido y los zapatos.
Mascullo maldiciones mientras me enfundo en el vestido llamativo con rosado y volado, que por una extraña razón me queda a la perfección.
Las sandalias, son un poco pequeñas pero igual puedo regular las peguetas para que me quepan los pies aunque me quede afuera casi todo el calcañar.
— Ni se te ocurra decir nada... — gruñó al verla reír a carcajadas— Ahora acompáñame hasta el auto.
El sonido de adentro me asegura que todos continúan en la fiesta. Así que más seguro camino al rededor de la casa hasta la entrada donde había dejado mi auto.
"Puta, solo a mí se me ocurre dejarlo aquí"
Para mi sorpresa no tengo las llaves para abrir, a lo que con dificultad y con un gancho de pelo de los de Juana, intentamos abrir la puerta del auto.
— Ni modo, tendré que romper la ventanilla de mi bebé — gimoteo y apenas le he dado un golpe flojo cuando la alarma del auto empieza a pitar
— ¡Ni se te ocurra abrir ese autor, porque llamó a la policía¡ —ordena una mujer por detrás nuestro.
"lo que me faltaba, que me traten de ladrón"
— Patrón ¿Qué vamos a hacer? — pregunta Juana volviéndome a ver con miedo.
— Yo me encargo... — respondo con nervios pues para ser verdad no tengo ni la menor idea de quien puede estar detrás nuestro.
Casi al instante, Juana voltea a ver quedando estupefacta ante lo que está viendo.
— Juana, ayúdame...
— Patrón — dice ella entre dientes, para que gire mi cuerpo.
Tengo un mal presentimiento al verla mirando hacia el frente sin parpadear, algo me dice que algo peor está a punto de suceder.
Con el Cristo en la boca, y el corazón en la mano, giro mi cuerpo sin respirar.
— No es lo que parece. Esté es mi auto...
—¿Sebastián Duarte...?
— Amalia...
Los colores se me suben al rostro, mientras intento ocultar en vano el vestido colocándome por detrás de Juana.
— ¿Acaso estas usando...? — interroga ella mientras intenta aparte a Juana del frente. —Juana, hazte a un lado
— No no lo hagas... — pido arrastrando a Juana de un lado para otro para que quede delante de mí mientras le huimos a Amalia.
Amalia, cansada de ir de un lado a otro para sacarme; empuja a Juana, esta cae junto conmigo al suelo. Para mi desgracia la enagua quien es tan volada que dejo mi trasero al aire.
Para mi mala suerte los grito de ambos y el sonido constante del auto llamaron la atención de los demás que al llegar se encontraron con un trasero velludo al viento.
— Sebastián Duarte — grita Catalina, quien había llegado a la fiesta de sorpresa. — ¿Me puedes explicar que es todo esto?
Me levanto lentamente y miro a mi alrededor, casi todos los invitados están aquí quienes no salen del asombro.
— Sebastián es Trans...— alguien de entre la multitud siembra la sizaña y casi inmediatamente se esparce el rumor.
La furia crece dentro de mí, estoy bien jodido, lo sé...
— ¡Dejen de grabar! — grita histérica Catalina pero las risitas, los flashes y los rumores no paran de crecer. —Di algo, Sebastián —me exige y empieza a temblar
— ¡Esto es un mal entendido! ¡No soy gay ni trans! —grito a todo pulmón y por unos segundos solo se escucha la alarma del coche. Sin embargo, casi inmediatamente, los murmullos empiezan a crecer:
«Pobrecita, su compromiso no es más que una tapadera»
«Qué patética, qué patéticos son»
«Por eso Samantha lo dejó»
Cierro los ojos impotente, nuestro mundo es así, no importa si la historia es real o no, cuando encuentran un escándalo suculento, se olvida la supuesta amistad, se encargan de pegar el diente y no parar hasta devorar.
Catalina respira agitada y me mira culpándome a mi.
— Nuestro compromiso se acabó, Sebastián — da la espalda y se va.
Yo por más que quiero demostrar pesar, no puedo dejar de sentir alivio, quizá esto no esté tan mal...
***
¡Esto está peor que mal!
— ¡¿Qué significa esto, Sebastián?! — el grito autoritario mi papá y el golpe de la revista en el escritorio me hace sobresaltar.
Editado: 18.09.2022