— ¿De casualidad tu apellido es Buenaventura? —pregunta su padre tranquilo. Y por un minuto pensé que mi mundo se derrumbaba, al darme cuenta que él podía conocer al dueño de la flotilla de buses de la ciudad.
— No Señor, mis padres están divorciados y yo opté por el apellido de mi mamá Muñoz.
Justo en ese momento, llegó el vino a la mesa y de inmediato el camarero sirvió las copas. Amalia fue la primera en recibir una de ellas.
—Quisiera disculparme, con Rosita mis preguntas estuvieron totalmente fuera de lugar. Ojalá pueda perdonarme — dijo bajando la mirada. Luego de que su madre le diera una pequeños reprimenda en el oído por su mal comportamiento
Mi sonrisa pasó de ser natural a una más forzada, pues sabía que sus palabras habían sido obligadas y para nada sinceras.
Por lo que tomé mi copa de vino y de un solo sorbo me lo tomé, el sabor del vino bajando por mi garganta calentó mi cuerpo, dándome ese valor que necesitaba.
"Tengo que portarme como una niña rica, fina y refinada, antes de que noten mi escasa educación al respecto"
Al terminar Sebastián que estaba a mi lado, se me quedó mirando fijamente, pues no había tenido tiempo de reaccionar y advertirme que eso no se hacía. Mire mi copa la cual había devuelto al camarero completamente vacía y mi rostro se enrojeció.
Impactado, Sebastián asintió mirándome a los ojos bebiendo su copa de vino.
Por otro lado, el camarero siguió sirviendo el vino a los demás presentes con una sonrisa amable, mientras que Sebastián llenaba otra copa de vino tinto.
— ¿Quisiera brindar por los nuevos tiempos? — dijo él con nerviosismo, tomando de un solo trago su copa.
Yo lo miraba con detenimiento, esa sonrisa encantadora, sus fila de dientes finamente afilados, sus ojos grandes y brillantes, sin darme cuenta me perdí en su voz, sus movimientos, su cuerpo todo de él, sin notarlo, yo también estaba sonriendo.
En el momento en que iba a levantar mi copa para brindar. La llegada de Don Jorge llamó mi atención.
Rápidamente tomé un gran sorbo al ver que era el mismo tipo que me había atendido en la tienda minutos antes, él en cambio sonrió de lejos mientras se acercaba a la mesa.
Venía vestido con una elegante camisa negra con unos pantalones a juego, sus zapatillas de punta y su corbata bien hecha.
Con paso firme y una mirada coqueta se dirigió a la mesa y con una sonrisa en sus labios, habló:
— Buenas tardes, tuve un contratiempo en la tienda... pero ya llegué ¿Ya pidieron de comer? — dijo mirando la mesa aún vacía.
En seguida, se dirigió hacia el campo vacío y llamó al camarero.
— Pidan lo que quieran, hoy yo invito
— ¿A qué se debe tu buen humor? — pregunta Matina su esposa arrugando el entrecejo
— Simplemente diré. Que hoy tuve una agradable visita, que alegró mi corazón — respondió mirándome a los ojos. Nerviosa bajé la cabeza.
"Que hombre tan extraño" Pensé
Tomó una copa de vino de la mesa y la levantó señalándome, mientras exclama:
— Señorita, Rosita. Que alegría volverte a ver.
Los ojos se me abrieron como platos, al pensar que él me podía echar al agua con los presentes.
En realidad, ninguna de las personas que asistieron al almuerzo podían ocultar su asombro. Ninguno se imaginaba que ambos nos habíamos conocido minutos antes y en circunstancias muy extrañas.
Todos a nuestro alrededor se volteaban a ver entre sí sin entender lo que estaba pasando, querían saber la historia de cómo nos conocíamos, yo en cambio solo quería huir de ahí.
— Quiero proponer un brindis en su nombre, Rosita Muñoz. Por haberte conocido en mi tienda y por ser la afortunada novia de Sebastián... — dijo Don Jorge levantando de su copa.
Sebastián actuó con rapidez y tomó su copa de vino y la levantó, mirándome a los ojos
— Yo también quiero brindar por mi novia, Rosita... Por los buenos tiempos que vendrán y por estar conmigo en este momento...
Golpeando suavemente mi copa, para luego hacerlo con Don Jorge.
El ojos de Don Jorge en ese momento brillaban al suave movimiento de su rostro mientras mantenía una sonrisa intachable. Se podría decir que algo había alegrado su día y eso brotaba en su forma de actuar y de hablar, pues el murmullo de los demás de su raro comportamiento no se hizo esperar.
De inmediato ambos bebieron su copa de vino. Y el camarero las volvió a llenar sin que ellos se movieran de sus lugares.
— Entonces, es mi turno de proponer un brindis en su honor, señorita — dijo su complacido su padre. — Brindó por más días como esté... — y de un solo trago se tomó su copa de vino.
Dejamos de brindar y me sorprendió y asustó cuando un chef llega con una sartén del cual le incorporaba chorito de vino para que saliera fuego, literalmente...
Veo las sonrisas de los presentes mientras aquel sartén parece acercarse a mi cada vez más.
"¡No me lo puedo creer! De seguro se dieron cuenta de que miento y por venganza me quieren quemar!"
De repente, me levanto de mi asiento con el corazón en la garganta y aparto los brazos del chef como si estuviera en un partido de rugby. Pero, como siempre, la mala suerte me persigue y la carne cae en el moño de la Señora prendiendo su pelo como una antorcha.
¡La pobre mujer grita como si hubiera visto al mismísimo Freddy Krueger! Mientras saca de su cabellera el trozo de carne y lo lanza al aire. Todos los presentes empiezan a agitar las servilletas, intentando apagar el fuego.
Pero eso no fue todo, el pedazo de carne en llamas cae en el plato de la mesa de al lado, como si fuera un meteorito cayendo del cielo.
En medio del caos, el chef saca de la nada un extintor pequeño y sin pensarlo dos veces, aprieta el botón.
Lo que siguió fue algo fuera de serie, un chorro de espuma nos cayó encima ¡Hasta las moscas que volaban cerca se ahogaron en esa espuma!
Los gritos se convierten en jadeos cuando la espuma fría impacta nuestra piel, solo su madre da gracias al mesero y a Dios, al ver que su cabello solo sale humo.
Editado: 18.09.2022