Rosa y Espinas

18° PARTE

Llegamos Maria y yo junto con Sebastián a un edificio con departamentos sumamente lujosos, no tuve duda de que aquí vivía Sebastián. Subimos hasta el último piso y tal como lo había previsto era el penthouse. 

Estaba inquietamente decorado, con tonos negros, grises y blancos, con grandes ventanales que daba una impresionante vista a la cuidad. 

— ¿Alguna vez has estado en un departamento de éstos? — preguntó María volviéndome a ver y sonrió al ver mi cara de asombro. 

A lo que afirme volviendo en sí. 

— Pueden tomar asiento — dijo Sebastián mientras se dirigía a lo que me imaginé que podía ser la cocina.

— Gracias — respondimos María y yo en coro.

No dejaba de voltear a ver por todo lado, me hubiese conformado con tener solo el sofá en que me hubiese sentado, era mullido y de color negro que contrataba con la alfombra borgoña bajo mis pies o talvez me conformaría con el cojín, que al tacto sentías la suavidad del mismo.

— Es muy bonito el departamento... — dije volviendo a ver a María. A lo que él vuelve a ver sin mucho detenimiento afirmando con la cabeza

— Sí bueno, lo que un decorador de interiores hace por medio millón de dólares. Qué para mi gusto le hubiese puesto más color. Ya sabes rosa claro en esa pared, fucsia por la otra y así... 

— Aquí tienen — interrumpe Sebastián cuando regresó con dos bebidas. Ignorando los comentarios de María. — te puedes cambiar ahí — dijo señalando una puerta al fondo.

— Me acompañas, precioso — dice María con tono coqueto. 

— No, prefiero quedarme con Rosita — contesta girando su cuerpo para verme

Sebastián se había cambiado de ropa ahora tenía un short corto y una camiseta sin mangas, dando un aire más relajado, en cambio yo temblaba de frío, por lo mojada que estaba por la espuma. 

— Gracias por acompañarme hoy y querer ser mi novia... — susurro sentándose a mi lado, me miró fijamente y estiró su brazo pasando por sobre su hombro, el contacto de su cuerpo caliente sobre el mío, me hizo pegarme más a su cuerpo. 

Casi al instante pude escuchar su corazón latir tan fuerte y varonil como una canción embriagadora, cerré los ojos y me quedé ahí. 

No se cuanto tiempo nos quedamos abrazados, solo sé, solo sé que un fuerte golpe al cerrar una puerta me hizo volver en sí. Era María quien salió del baño.

— Cariño, esta camisa me queda espectacular. Tienes buen gusto... — dice María saliendo del baño, y volviéndonos a ver, saliendo de sus labios una sonrisa coqueta — ay cochinillos, ya los vi... — anuncia moviendo las manos de arriba a abajo — creo que estoy sobrando aquí... — termina diciendo, abriendo la puerta para irse, pero antes de marcharse gira su cuerpo hacia nuestra dirección, tira un beso y nos dice adiós. 

Al instante nos volvimos a ver y nos comenzamos a reír. Sebastián es tan guapo y atractivo que algunas veces me daba miedo de que él sepa la verdad y me deje y este sueño llegue a su fin.

De pronto todo queda en silencio, me mira a los ojos, toma mi mano y la besa sin apartar la vista en mí, aquel pequeño gesto, me erizo la piel, y fue cuando comprendí que me había enamorado de él.

Me tomó por la mejilla, depositando un beso en mi boca, se volteó a verme y descubrí que sus ojos podrían hacerme revelar toda la verdad, por lo que desvíe la mirada hacia otro lado. 

Con su mano tocó mi mentón para que lo mire y como si fuera la cosa más delicada del mundo, depositó otro beso en mis labios, ese noble gesto aceleró mi corazón, él me trataba de la forma más cuidadosa posible, como si fuera muy frágil, como si en cualquier momento me fuera a romper.

Los besos continuaron y poco a poco fui cayendo en su red, hasta que de pronto sentí su mano tomar mi pecho. Tiré mi cuerpo hacia atrás y lo mire a los ojos, los cuales me miran con curiosidad y deseo.

— Hazme tuya — dije hasta sin pensar.

Sabía que lo nuestro no podía ser, y aún así la pasión arrebata cualquier sentido de razón e inteligencia.

La noche apareció siendo la única testigo de nuestro frenesí en ese cuarto oscuro, así como de nuestro amor clandestino.  En esas horas de cariños y ternura, las estrategias no existían, los intereses tampoco. Porque para ambos solo importa nuestro amor.

Él me sonrió y  besó mi cuello succionando mi piel sin piedad, sabía que eso dejaría una marca pero en este momento nada me importaba.

Cuando beso cada parte de mi cuerpo hubo fuegos artificiales en mi interior, sus manos tocaban mi espalda, el calor inmensos subió por mis venas, la presión a mi alrededor es doloroso, la falta de aire y la tortura de placer hizo que saliera de mi boca un gemido a lo que él sonrió con satisfacción. 

Para mí todo esto esto que estaba pasando era nuevo y arrollador. El dolor atenuado fue tan leve que solo agrando el placer.

Intenté incorporarme al momento moviendo mi cuerpo sin parar. Pero escuchar los quejidos y jadeos de él es algo que me fascinaba, haciendo que me excitara aún más.

Era conocer el paraíso y comer la manzana del edén sin temor a arrepentirse, pues pecar era algo que en ese momento no estaba prohibido.

Su cuerpo se dejó caer tras un ahogado gemido, cubriendo mi cuerpo, él solo jadeaba con los ojos cerrados, refugiándose en mi cuello y la almohada.

Yo solo miraba el techo, mientras sentía como ambos corazones laten en armonía, mis labios ardían por tantos besos. Su peso me sofocada, mientras él intenta recuperar aliento para poder levantarse.

Intento recuperar mis pensamientos, pero mi cabeza en este momento está en blanco. Solo pude morder mi labio inferior y acariciar su negro cabello que por fin empieza a respirar de forma mas acomodada sobre mí.

Esto que pasó, había sido glorioso, excitante, íntimo. Le había entregado algo de mí y él me dio una parte de él, se puede decir que él era mío y yo de él. Ya nada hará que olvide a Sebastián Duarte. 

Sebastián acomodo su cabeza en la almohada y suspiró complacido, luego me volvió a ver y me  besó de nuevo, está vez sus besos eran suaves y delicados. Pero los suficientes sabrosos para embriagarme de su sabor.



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En el texto hay: humor, mentiras, romance

Editado: 18.09.2022

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