Rosita
Hoy es lunes comienzo de semana, por una extraña razón todas las personas que conozco odian este día. En cambio a mí me parece genial, siento que es un día especial, un día único en el cual puedo volver a compartir con mis amigos de trabajo o estudio.
Estos últimos lunes representaba un inicio de energías, y como no tenerlo, si las necesito, pues hace poco tiempo había quedado sin trabajo y necesito uno urgentemente.
Busco por toda la ciudad, pero al no tener un estudio superior, la cosa se me complica, intenté no desanimarme levantándome temprano, pero es cosa difícil pues en cada sitio que voy me rechazan.
La fatiga comienza aparecer, y las ampollas de los pies también, ya son varios días que salgo de casa con la esperanza que encontrar ese trabajo de ensueño, con la diferencia que esta vez no quiero ser empleada doméstica y doblegar mis fuerzas a una familia que no valora mis esfuerzos, esta vez quiero trabajar en una empresa, aunque sea de limpia pisos, pero con mayor posibilidad de crecer.
Porque sí, esta vez quería terminar mis estudios, ganar mucho dinero y disfrutar de la vida. Lo quiero, lo necesito, ahora que tengo un novio rico y más en esa sociedad, donde las apariencias vale mucho.
Detengo mi pasó en uno de los tantos edificios por los que he pasado, al entrar la recepcionista me ve de mal modo.
— Buenos tardes, señorita — Dije ignorando su gestos — ando en busca de trabajo...
— Lo siento señorita, pero — hizo una pausa, volvió a verme de arriba hacia abajo para luego volar a ver su computador. — no contratamos a gente como usted...
— ¡Disculpa...! — grité furiosa, mientras golpeo con ambas manos su escritorio para que me vuelva a ver
— Así como escuchas... No contratamos a gente de calle, que no sabe usar zapatos de tacón ni trajes formales.
Respiro profundo mientras intento controlar mi mal carácter, a puño los dedos de la mano, y comienzo a hablar con más tranquilidad.
— Para ser buena persona no se necesita un traje elegante, ni saber usar zapatos de tacón. Solo se necesita un poco de atención y de amor hacia los demás. Yo no vine aquí para que me vieras bonita, sino en busca de trabajo y lo mínimo que esperaba de tí es un trato amable y una respuesta cortés... — concluí girando mi cuerpo para irme, pero al hacerlo un hombre de traje elegante, zapatos brillosos y de buen porte detiene mi paso.
— Rosita... — dijo él con gran alegría, mientras yo intento no palidecer al ver a Don Jorge al frente de mí — ¿Qué te trae por aquí?
— Ando en busca de trabajo... — tartamudee con nerviosismo.
— Ya me di cuenta, y me parece genial. Tengo el puesto indicado para ti...
— ¡¿Enserio?!
— Sí, serás la nueva recepcionista.
— Disculpa patrón — Susurra la mujer que minutos atrás me había humillado. — pe... ro, és... te es mi... Puesto... — tartamudeo, luego hizo una pausa mordiéndose el labio — ¿Me vas a subir de puesto?
— ¡No! estás despedida...
— ¡Perdón! — grito ella, levantándose de su asiento.
— Cómo escuchaste... Una persona prepotente, mal educada, no puede estar atendiendo a mis futuros clientes. Yo lo que necesito es a una trabajadora cortes que atienda a todas las personas por igual, que quieran invertir en mi negocio de ropa exclusiva y no que se vayan para la competencia por un mal trato por parte de uno de mis empleados.
— No puedes hacerme esto, llevo años trabajando contigo para que ahora se lo quieras dar a una desconocida, sucia y de mal aspecto...
— ¡Cállate...! — interrumpo Don Jorge — vete de mi empresa ahora mismo. Luego vienes por lo que te corresponde y no esperes de mí una carta de recomendación porque no te la daré.
La joven tomó su bolso que estaba en el respaldar de la silla, junto con el celular que tenía oculto en una de las gavetas del escritorio para luego alejarse del edificio, no sin antes voltear hacia nosotros y gritar unas cuantas palabras ofensivas. En definitiva había pagado con intereses su mal trato hacia mí.
— Vamos, te invito a un refresco — dijo Don Jorge tan tranquilo como si no hubiese pasado nada. A lo que afirme con la cabeza.
Luego de caminar unas cuantas cuadras llegamos a una soda pequeña con nerviosismo pedí un vaso con agua junto con un rollo de canela el por el contrario pidió un emparedado acompañado de un café fuerte aduciendo que no había almorzado.
— ¿Y cómo te va la relación con Sebastián? —interrogó con una sonrisa
— Bien, Señor — respondí con algo de pena al recordar ese trágico día en su tienda y la cena con toda la familia.
— Recuerdo que me dijiste que eras hija de Lucía Muñoz.
— Sí, soy su única hija — respondí arrugando el entrecejo, aún no lograba entender el porqué de su interés por mi madre.
— ¿Y tú padre? —preguntó dando un fuerte mordisco al emparedado pero sin apartar sus ojos de mí.
Su pregunta hizo que encendiera las alarmas, trague grueso mientras mi mandíbula se tensa.
— Disculpe señor, pero creo que tus preguntas son muy personales... — contesté y con la mirada busque la salida con la intención de huir de ahí, me despedí a la ligera, levantándome de la silla, agradecí la invitación pero antes de poder hacerlo Don Jorge me detiene con otra pregunta que me deja atómica.
— ¿No conoces a tu padre... ? ¿Verdad?
— No, señor — respondí girando mi cuerpo hacia su dirección mientras muerdo mi labio inferior, ¿Cómo podía esté hombre saber eso? acaso sabe algo que yo no sé.
— Sabes — dijo dando otro mordisco a su emparedado, por unos segundos me quedé ahí de pie viéndolo comer, la curiosidad es parte de mí y él me había dejado en una gran incertidumbre. — Te pareces a tu madre...
Abrí los ojos como platos, mientras mi mente me grita que él sabe sobre mis orígenes humildes y todo esto a sido una trampa para que yo revele la verdad pero "eso no va a pasar, primero muerta"
— Eso dicen... Pero como poco la veo, ya sabes, vida de ricos, ella se la pasa viajando de aquí para allá...
Editado: 18.09.2022