Rosa y Espinas

30° PARTE

SEBASTIÁN DUARTE

La vi salir por esa puerta y mi corazón grita que vaya por ella, sabía que la estaba perdiendo pero lo que hizo es imperdonable.

¡¿Por qué diablos no le dije nada?! Pero en este momento mi cabeza está inerte, no se que decir ni que pensar.

La música es buena y el resto de los invitados se la están pasando muy bien, mi madre no se ha separado de mi ni un solo momento, y hay mucha gente a mi alrededor y en medio de todo esto yo solo quiero huir, olvidar todo esto y descansar. 

En vista que yo no me muevo mi madre me soltó de mi brazo eso sí colocándose cerca de la puerta para evitar que salga por ella en cualquier momento.

«Estoy bien»

«Estoy tranquilo»

Repito en mi cabeza una y otra vez, mientras contempló a todos los demás bailando y disfrutando como si nada hubiese pasado. De vez en cuando me vuelven a ver y murmuran a mis espaldas, a lo que solo logro escuchar "Que pecado con Sebastián, tan enamorado que estaba de esa muchacha" para luego seguir en lo suyo.

Me sentía estúpido, después de pedirle matrimonio para luego quedar en ridículo. Nunca había sentido una sensación así. Ahora me pregunto si haberla conocido había sido lo correcto.

— Sebastián, se que en este momento estás confundido por todo lo que está pasando a tu alrededor pero tenías que saberlo... — susurro Samantha a mi lado, sacándome del entresueño en donde estoy sumergido. 

Sacudo la cabeza para volver en sí, la vuelvo a ver con odio y en manera de respuesta, levantó la copa con una sonrisa falsa. 

— En efecto, no estaba al tanto de que supieras la verdad de Rosita, pero tu actitud prepotente esta noche deja mucho que desear... 

— Mi intención nunca fue dejarte en ridículo, simplemente lo que quería era dejarla en evidencia delante de todos. — dijo esperando ser gratificada por lo que había hecho.

— No necesitabas preparar todo este espectáculo, para que yo supiera toda la verdad... — contesté con un gesto de molestia y desprecio. 

Luego tomé el micrófono para hablar muy despacio para que nadie se perdiera ninguna de las palabras que iba a decir: 

— Brindó por cada uno de ustedes, por las apariencias, por creerse más que los demás, por pensar que la plata lo es todo y por creer que humillar a alguien está bien. Es cierto que Rosa Muñiz mintió porque fue la única manera que tenía para encajar en este circo. Mientras nosotros nos mentimos a nosotros mismos con engaños y falsedades.

— No la vengas a justificar Sebastián, ella no sólo te mintió a ti, sino a todos nosotros... — Grita Don Gustavo, desde su asiento.

— Lo dice el hombre que engaña a su mujer con la mujer de otro. 

— ¿Qué estás diciendo, Sebastián? — Interroga Doña Elena, levantándose de su asiento. Y el esbozo de una sonrisa tranquila, la cual había mantenido en toda la fiesta, se desaparece luego de decir esas últimas palabras. 

— Así como lo escucha tu marido, te engaña con la mujer de Don Jorge, Martina, tu amiga...  — Contesté sin pensar, en este momento nada me importa, ni las consecuencias que esto pueda traer. 

Ella furiosa volvió a ver a su marido, quien no pudo negar sus palabras para terminar dándole una fuerte cachetada.

— A la salud de todos ustedes... — dije tomándome de un golpe el trago de champán. A lo que todos me volvieron a ver con mala cara. 

Tiró la copa de suelo a lo que está se quiebra de inmediato, por un momento me quedó viendo los pedazo de vidrio esparcidos por el suelo, ellos reflejan sin querer, tal como me siento en este momento 

Una que otra lágrima resbala por mi mejilla, mientras siento no poder más, necesitaba llorar, gritar, desahogarme pero lejos de esta multitud. 

Mientras me acerco a la puerta, mis ganas de llorar aumentan, respiro profundo intentando contener mis sentimientos. Me falta el aire, el corazón me late a mil por hora. Me apoyo en una de las columnas del salón, cierro los ojos con fuerza intentando no llorar, aun así, se resbala una que otra lagrima por mi mejilla,  respiro profundo intentando manejar la situación mientras camino a paso lento hacia la salida. 

Justo cuando voy a subir al auto alguien me llama y le conozco.

— No crees que es muy temprano para dejar una fiesta — se pone a mi lado — hace mucho frío últimamente más de lo normal.

— Eso creo — respondo automáticamente. 

— ¿Te marchaste sin despedirte de mí? — sonríe de lado.  

— ¿Qué quieres, Amalia? Si parte de este circo es por tu culpa... - me aferro más a mi chaqueta. 

— Tienes que entender, Sebastián, que esa chica no encaja con nuestro círculo social, es una pobretona, y ahora una mentirosa.

— No la trates así, porque sí lo hizo fue precisamente para encajar en este círculo —  sin decir nada más, subo al auto, sin voltearla a ver. 

Manejo de regreso a casa, no puedo dejar de pensar en ella ¿Por qué me mintió? ¿Por qué no me dijo la verdad? ¿Por qué no confío en mí? 

Me sentía estúpido, más que estúpido, al pensar que ella sentía algo bonito así mí. Pero ahora que lo veía bien, me alegra haberla dejado ir y no darme cuenta después que ella solo estaba conmigo por mi dinero. 

Samantha me lo había advertido. Me había dicho en más de una ocasión que Rosa Muñoz no era la mujer que yo creía... Que estaba jugando conmigo y yo nunca le creí. Incluso mi hermana Amalia me  lo había dicho y tampoco tomé en cuenta su advertencia. En su lugar le había acusado de meterse en su vida y que me dejara en paz. 

— ¡Maldición! — Grité con furia y golpeé el volante — lo cierto es que la amó.

Justamente en ese momento hago un alto en un semáforo en rojo, volteo a ver un bar de mala muerte a orilla de la calle. Para mi sorpresa no logro ver gente en su interior, nadie entra y tampoco sale del lugar, es algo curioso, porque estos sitios siempre son visitados por mucha gente por las noches. 

Por un momento me quedé ahí de pie delante de la puerta giratoria sin saber si entrar o devolverme para seguir mi camino, hacia mi solitario departamento. 



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En el texto hay: humor, mentiras, romance

Editado: 18.09.2022

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