SEBASTIÁN DUARTE
En la pista de baile que está a un par de metros al norte de mí, contemplo detalladamente la gente bailar, giro mi cuerpo en dirección al bar y le pido al bartender otra bebida más, a lo que esté me lo da sin protestar.
Pero entonces cuando una canción lo suficientemente atractiva comienza a sonar por los altavoces, y mi cuerpo comienza a moverse, una chica de cabello rubio, piel blanca, ojos celeste y cuerpo envidiable, entra y se sentó en el mostrador justo a mi lado y pide un vaso de coñac.
— No eres de por aquí ¿verdad? — A lo que ella niega con la cabeza, para luego girar su cuerpo con dirección al salón de baile. — ¿Quieres ir a bailar?
— ¿Acaso sabes bailar?
— Déjame demostrártelo — respondo con confianza, mientras me pongo de pie, tocando su mano para llevarla al salón.
La manera de mover lentamente las caderas mientras se mueve al ritmo de la música me deja perplejo, sabe bailar mejor que yo y eso que he llevado cursos de baile desde pequeño.
Despacio la agarro de la cintura baja mientras comenzamos a movernos sin importar que en realidad estamos en el centro del salón y todos nos están mirando.
Las horas pasaron y la chica rubia no se alejó ni un solo minuto de mi lado, todas suelen ser tan parecidas, el mismo tipo de ropa, los mismos gestos, el mismo libreto y el mismo final conmigo.
El mismo final porque es lo único que pueden conseguir de mí, y lo único que quiero de ellas, porque la vida me enseñó de mala gana que no hay espacio para el amor, o los sentimientos, se trata de placer, de satisfacción , se trata de ser impenetrable, y ese es el único que quiero, vivir la vida a mi manera de ahora en adelante.
En realidad amaba verdaderamente a Rosita pero lo que ella me había hecho me había dolido en lo más profundo.
— ¿Te llevó a tu casa? — pregunté mientras caminábamos hacia el estacionamiento.
— No, por favor, a mi casa no, está mi mamá y si me ve llegar con un extraño se enojara.
— Está bien, entonces vamos a mi apartamiento — A lo que con una sonrisa ella aceptó.
Mientras conducía, la miró de reojo, ella es una chica guapa, alta y muy delgada, tiene una enagua muy corta, y unas largas piernas, un escote pronunciado pero con poco busto, dejando poco a la imaginación.
— Hemos llegado — Dije deteniendo el auto al frente del edificio el cual está ubicado en una exclusiva zona de la ciudad.
— ¿vives aquí? — pregunta ella algo nerviosa.
— Sí, en el piso 20 — Respondí con orgullo. A lo que la chica solo sonrió.
Al subir por el ascensor, los nervios comenzaron a florecer. Desde que Rosita había desaparecido no había llevado ninguna chica al departamento, y eso me asustó un poco, por una extraña razón sentía que la estaba engañando y otra me decía que Rosita no iba a volver nunca más.
Sacudo la cabeza de un lado a otro para restar esos pensamientos para luego tomar la mano a la chica.
— ¿Quieres darte una ducha primero? — le pregunté y ella accedió.
Mientras ella se da una ducha yo me quito la chaqueta del traje, poniéndola en una silla de madera para luego con pesadez desabrocharme la camisa blanca.
Al salir ella pasó su mirada como un escáner a través de mi cuerpo, yo había dejado al descubierto mis músculos tonificados a lo que ella mordió su labio inferior.
— ¿Quieres algo de tomar? — tartamudee, a lo que ella aceptó.
La noche comenzó y las estrellas brillaron desde lo más alto, ya nada importaba, todo lo que una vez creí se acabó, estoy solo, con un corazón roto, estoy muriendo en vida y nadie absolutamente nadie me puede ayudar.
Por la mañana la luz del sol brilla sobre nuestros cuerpos desnudos , y un suave calor comienza a fluir por mi cuerpo. Una vaga brisa toca mi mejilla naciendo en mi rostro una pequeña sonrisa al recordar que estamos en temporada veraniega, abro los ojos lentamente y fue ahí cuando al voltear la cabeza vi el rostro de la chica junto al mío y los ojos se me abrieron intensamente.
— ¿Quién eres? — grité, tapando mi cuerpo. Y al instante el recuerdo de la noche anterior revoloteaban por mi mente, con eso en mente brinco fuera de la cama.
— ¿Qué pasa? —pregunta. Pero me quedo sin aire al observar su perfecta figura. Su cuerpo es simplemente perfecto. Trago saliva antes de regresar a la realidad.
— Te tienes que ir... — dije hasta sin pensar mientras recojo la ropa esparcida por el cuarto para que éste realizara su trabajo de cubrir esa parte de mí cuerpo.
— ¿Y eso porqué? — pregunta arrugando el entrecejo.
— Cosas mias...
De pronto un ruido llamó mi atención, giré la cabeza hacia la puerta principal y fue cuando lo vi.
Extrañado observe al hombre alto y moreno con ojos dorados, con porte elegante y muy serio.
— Buenos Días... — saluda mirando a la chica a lo que yo solo trago grueso.
— Buenos Días... ¿Qué te trae por aquí?
A pesar de que mi trato es gentil y amable él se quedó inmóvil en la puerta con una expresión impasible, por lo que no se si está feliz o enojado por mi raro comportamiento.
— ¿Te sucede algo? — pregunté observando su rostro a la vez que intentó adivinar lo que está pasando por su mente. — interrogé tomando su mano para saludarlo y a la vez darle la confianza para que pasara delante.
Él se sienta en un sillón y espera a que mi acompañante salga del departamento.
— ¿Quieres algo de tomar? — dije con una leve sonrisa nerviosa que carcome mis entrañas, mientras camino hacia la cocina
— Esa chica se parece a Rosita... — dijo deteniendo mi paso.
Luego de esas palabras mi mundo se derrumbó, sintiendo como el tiempo y el espacio se congelan a mi alrededor. Sin saber que hacer peinó mis cabellos con los dedos una y otra vez.
— ¡Ella ya murió para mí ! — respondí algo molesto, al escuchar su nombre.
— ¿Cómo puedes hacerle esto... ? — dijo con resentimiento — ella te amaba…
Editado: 18.09.2022