Me senté en un sillón de la sala, y por unos minutos el lugar quedó en silencio; por una extraña razón Don Jorge está nervioso, sus manos no han dejado de temblar mientras las mueve de aquí para allá.
— ¡¿Te pasa algo?!— interrogué arrugando el entrecejo a lo que él levantó la vista y sonrió.
— Estoy feliz…
Me le quedé viendo pues aún no entendía el motivo de su visita y de su extraño comportamiento.
— Hace muchos años, cuando aún vivía en casa de mis padres, y no tenía las tiendas, ni la fama que ahora tengo... — comenzó a contar de la nada — llegó una joven rubia de piel blanca y ojos celestes pero con una gran personalidad, a trabajar como empleada doméstica...
Por un momento, en mi mundo me imaginé a mi Rosita, la visualice llegando a la casa de los Villanueva con su gran sonrisa y sus ganas de seguir adelante. Sabía que Don Jorge no estaba hablando de mi chica, pero por muy raro que parezca, la forma de describir a la joven me hacía recordarla.
— Mis padres como todo aristócrata nunca permitieron que los empleados tuvieran algún contacto con nosotros, los patrones, como decía mi papá. Pero Lucía era diferente, había algo en ella que me llamaba la atención. No sé si era su carisma o su forma de tomar el mundo.
Siempre que pasaba a su lado, con la cabeza alta mirando hacia el frente y porte firme la miraba de reojo. Al contrario de los demás empleados que bajaban la cabeza ella al verme la levantaba y se me quedaba viendo...
Te puedes imaginar lo que yo podía sentir verla a ella con aquellos ojos celestes grandes y profundos como el mar, te miren a la vez que te sonría... Era algo inexplicable, simplemente me alegraba el día.
Un día me levanté temprano como de costumbre para ir a la fábrica de ropa, que en ese entonces no era tan grande como ahora, me bañe, me coloque un paño en la cintura para luego dirigirme a mi cuarto.
En ese entonces los baños no estaban dentro de las habitaciones sino más bien era uno o dos baños para toda la familia cerca de las habitaciones, ya te puedes imaginar el mundo que era eso. Tenías que pelearte con tus hermanos para tomar campo de primero y si duraba mucho los de afuera te comenzaban a gritar o a patear la puerta para que salieras, se puede decir que era todo una odisea. — Bueno ya me desvíe de la conversación — dijo con una gran sonrisa en el rostro.
Ese día, llegué al cuarto y para mi sorpresa ahí estaba Lucía con su típico traje de empleada doméstica, acomodando mi cama. Al verla no pude evitar fantasear con la idea de tenerla en mi cama pero de otra manera.
Me acerqué a ella, embebido por su belleza, ella giró de repente, chocamos y terminé cayéndome con ella encima — se ríe y me giña un ojo — aunque puede que dramatizara...
Ella se paró de forma torpe de encima de mí, hice lo propio pero con el jaleo el nudo se aflojó y terminé desnudo ahí mismo, intenté agacharme y juntarla intentando cubrir mi parte íntima lo más rápido posible. Pero Lucía me había visto, abrió la boca en forma de O mientras abría los ojos como platos para luego taparlos con ambas manos y darme la espalda.
— Cúbrete patrón...
— ¿Qué tanto viste? — interrogué con la fe de que ella no hubiese visto más de la cuenta...
— Lo suficiente para decir que estás bien dotado.
Su respuesta me sacó una carcajada, y ella se enojó.
— ¿Acaso lo hiciste con intención?
— No, simplemente me da risa su forma de tomar las cosas. ¿Acaso nunca has visto a un hombre desnudo? — pregunté a lo que ella movió la cabeza a ambos lados para decir que no. — Ahora dime ¿Qué haces en mi cuarto?
— La patrona me mandó a acomodar su cuarto... — responde viendo hacia la ventana. Mientras yo caminaba hacia el ropero en busca de alguna prenda cómoda para ponerme.
— ¿Cómo te llamas?
— Mi nombre es Lucía Muñoz
— ¿De dónde eres?
— Soy de un pueblo muy lejano, donde la gente es humilde y para poder comer se tiene que sembrar, y para poder estudiar tienes que salir de ahí.
— Entonces ¿Saliste de tu pueblo para poder estudiar?
— Sí, patrón — responde girando la cabeza hacia mi dirección para luego volver a ver hacia el frente.
— ¿Qué te gustaría estudiar?
— Me gustaría estudiar Diseño y confección. Así poder poder vender mis creaciones en alguna de sus tiendas.
— Ya te puedes dar la vuelta — ordené y ella obedeció
— Sabes, me gusta coser incluso yo me hago mis propios vestidos... — continuó diciendo, mientras acomodaba la cama. Y yo seguía en mi rutina de belleza que no era nada sofisticada; colocarme los zapatos, ponerme la camisa, el saco y por último la corbata que tanto trabajo me costaba.
— ¡Ven! te ayudo — dijo acercándose a mí, casi de inmediato, su rico olor llegó a mi nariz, el cual expiré disimuladamente.
— Listo... — dijo al terminar y yo agradecí.
Desde ese día Lucía iba todos los días a mi cuarto, acomodaba mi cama y me hacía la corbata.
Pero mi madre que siempre andaba en todas, comenzó a sospechar de mis sentimientos hacia ella, y sin decirme nada, mando a Lucía para la cocina y a mi cuarto otra joven.
Hasta que un día me animé a pedirle que saliera conmigo, ya sabes como una cita, pero ella se negó pues temía ser descubierta y más por las posibles sospechas de mi madre.
Por lo que ilusionado ideé un plan y una noche me colé en su cuarto y la invité a salir.
Asustados y con el corazón en la mano ambos salimos corriendo entre el jardín hasta llegar a una pequeña cabaña abandonada.
Esa noche nos acostamos en el suelo, y por medio de las grietas del zinc podíamos ver las estrellas junto con una luna que nos observaba desde lo más alto. Ella se pegó a mi pecho, mientras yo le acariciaba su extenso cabello.
Así fue hasta que un día pasó lo que no tenía que pasar, hicimos el amor en medio de esa vieja cabaña, fue algo mágico, divino, celestial, era nuestra primera vez y como tal eramos unos inesperados pero eso no importaba pues nos amábamos y así fue por varias noches.
Editado: 18.09.2022