Rosa y Espinas

36° PARTE

SEBASTIÁN DUARTE

- ¡Lo siento! pero no lo haré, no me voy a casar contigo.

- ¿Perdón? - dijo ella con lágrimas en los ojos.

- No te amo...

- Dime que todo esto es una broma de mal gusto de tu parte... - Tiemblo al escuchar la aflicción en su voz. Sus ojos abiertos me demuestran que aún está en shock, mientras espera una justificación de mi parte. 

— Yo amo a Rosita Muñoz, ella es el amor de mi vida... — casi de inmediato un murmullo de la gente no se hizo esperar. 

El alma vuelve a mi cuando la veo asentir. Sin embargo me preocupo cuando lejos de sonreír, frunce el ceño en un claro gesto de enojo y se levanta con rapidez.

- ¡¿Cómo puedes hacernos esto Sebastián?! - grita golpeándome con el ramo de flores por la cara. 

— lo siento... — es lo único que pude responder, mientras intento calmarla, sin ningún resultado. 

Bajo la mirada hasta el anillo que minutos antes me había colocado en mi dedo, para luego devolvérselo, pero en cambio ella, solo me sigue golpeando sin darme oportunidad de pronunciar alguna palabra más. 

— No quiero volver a saber de tí, para mí moriste el día de hoy... — grita mientras tira el anillo al suelo. 

A como puedo camino hacia la puerta, pero mis padre detiene mi paso, impidiendo que pueda salir. 

— Me puedes explicar ¿Qué es eso que no quieres continuar con éste matrimonio.. ? — tartamudea mi padre furioso.

Levantó la cabeza para mirarlo con los ojos enrojecidos mientras yo aprieto los dientes para reprimir mi rabia. 

— Como escuchas papá, no me casaré con Samantha ni hoy ni nunca... — y al instante el silencio se extiende por toda la iglesia. 

—Los Duarte somos una familia, la respetabilidad y el honor son nuestro estandarte y nuestro lema, ahora quieres destruir todo eso frente los invitados, familiares, socios y conocidos... en tan solo segundos... Nunca antes había sentido tanta vergüenza como hoy 

— Padre...

— Cállate Sebastián — corta mis palabras — no te importa darle la espalda a tu familia por una mentirosa, e interesada mocosa que vino a fastidiar nuestra reputación.

— Eso es mentira... — increpó

— Escúchalo, hijo mío — interviene mi madre — esta vez tu padre tiene razón. Te estas dejando llevar por los sentimientos y no por la razón. Tienes que entender que Rosita Muñoz te engañó por dinero...

— Eso es mentira... — Grito, mientras busco como escapar de ahí. 

Al llegar a la salida, reconozco a Don Guillermo  y a su querida señora; él con saco negro y ella con su pelo amarillo lacio, su vestido de lentejuelas, y con sus zapatillas del mismo color. 

Ambos giran su cuerpo para verme mientras se quedan callados, y en sus ojos veo desprecio y enojo

Retrocedo lentamente con la intención de huir de ahí, cayendo de espalda en el duro asfalto de la calle. 

— Sebastián Duarte... — Grita la mujer, con voz entrecortada. Su esposo gruñe algunas palabras, pero no distingo el sonido de su voz. Asustado corrí para alejarme, estoy temblando ¿Será acaso por el frío de la tarde noche? 

— Necesito hablar contigo — exclama Don Guillermo. 

Pero ni loco vuelvo a ver, para desaparecer entre la multitud, después de caminar por horas hasta llegar al barrio donde antes vivía Rosita, que es el único lugar que conservó seguro, hasta ahora. estoy perdido pero eso no me importa. Ya nada me importa, mi vida en este momento está perdida. 

La noche llegó junto con algo de temor al ver que no tenía a dónde dormir. Lejos visualice una cantina de mala muerte que al entrar deja mucho que desear. Mujeres de la mala vida entran y salen del lugar, los hombres por su parte toman sin descansar.

Sin detallar mucho el resintió camino hacia la barra y pido una cerveza para empezar. 

Después de unas horas ya me había acostumbrado al lugar, de pronto, unos pasos detrás de mí me ponen en sobre alerta, recojo la botella con la intención de salir de ahí, pero al girar a ver no visualizo a nadie , después de un rato  los pasos desaparecieron a lo que más tranquilo. Salgo del lugar sigilosamente mirando para ambos lados de la calle, camino despacio al notar que no hay nadie afuera.

Disimuladamente echó una mirada fugaz hacia la mujer que minutos antes me dio su número de teléfono.  Pará luego seguir mi camino. Al llegar a un punto unos ojos negros extraños se centran en mí, los entrecierra en una advertencia de que tengo que huir lo antes posible, sino quería morir aquí mismo. 

Mis ojos se dirigen a la puerta de otro local. La ira surge en mi interior, al ver todo lo que estaba perdiendo de la noche a la mañana. 

— Sebastián en qué lío te has metido... — susurro, mientras agradezco al cielo por estar aún con vida.

Huyó entre matorrales y un camino desierto hasta ya no poder correr más, cansado, y los pies adoloridos me quito los zapatos, los cuales me hacen sentir que son una talla más pequeños. Hasta esconderme en una cabaña abandonada en medio de la nada. 

Vigilo mi estadía en ese lugar desde la ventana de la sala, por si alguien sigue mis pasos, pero la noche está muy calmada y oscura logrando no distinguir nada desde lejos. Suspiro seguro de que no me van a encontrar. 

"¡Oh Dios mío, qué he hecho! , ¿En qué momento me metí en este barrio?" en cuanto cierro los ojos, una ráfaga de viento abofetea mi rostro recordando que tengo que estar alerta. 

No sé en qué momento me quedé dormido, pero al despertar los rayos de sol golpean mi rostro, mientras unos ojos oscuros me miran fijo,  bajo la cabeza con algo de vergüenza, para luego escuchar los golpes de una puerta vieja que se abre y se cierra sin parar. 

— Buenos días — Dice el joven con una sonrisa en su rostro 

— Buenos días... — Tartamudee 

— Eres Sebastián Duarte ¿cierto? 

— ¿perdón? — Pregunté arrugando el entrecejo. Al pensar como un completo desconocido podía saber mi nombre. 

— Soy Julio. Amigo de Samantha. Yo estuve ayer en tu boda y... 



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En el texto hay: humor, mentiras, romance

Editado: 18.09.2022

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