Rosa y Espinas

EPÍLOGO

Ya ha pasado un mes ya todo lo vivido quedó atrás.

Ahora vamos en su coche camino a su departamento. Observo nuestras manos entrelazadas en mi regazo, si esto es un sueño, no quiero despertar de él pues es el más hermoso de todos. 

Hemos decidido irnos a vivir juntos y aunque me asusta la idea, al mismo tiempo me emociona porque no quiero alejarme nunca más de su lado.

— ¡Amor! ¿Estas seguro de esto...? Es que no quiero ser una molestia para tí — susurro tímidamente mientras lo vuelvo a ver. 

— ¿Bromea...? Quiero estar contigo hoy, mañana y siempre...

No pude evitar el sonrojo de mis mejillas al escuchar esas palabras, Dios está siendo bueno conmigo al darme el mejor hombre de la Tierra.

En mis intentos por retenerlo a mi lado hice tantas cosas mal, nos hice tanto daño, sobre todo a mí, por internar ser quien no soy; que no puedo creer que la verdadera yo tenga la oportunidad de estar con él, que Sebastián me ame tal y como soy

Llegamos a su departamento, pero en ningún momento su mano soltó la mía.

— ¿Quieres algo de tomar?

— Sí, por favor

— Iré a prepararlo, mientras esperamos a que un invitado muy especial venga... — dijo caminando hacia la cocina. 

Sus palabras me pusieron a la defensiva, temía que pudieran venir sus padres y echaran a perder éste momento pero calmé mis nervios al recordar sus palabras fuertes y claras decir:

— Te amo, Rosita, y nada ni nadie logrará separeme de ti

— Pero... ¿Tus padres no me querrán?

— No te preocupes por mis padres. Algún día ellos entenderán que el amor es más importante que el dinero, la reputación y las clases sociales...

El golpe de una puerta me saca del entresueño, y al voltear a ver puedo observar a Don Jorge entrando al departamento. Extrañada lo volví a ver. 

En ese mismo momento Sebastián sale de la cocina pone una taza de café por delante, camina hacia donde está Don Jorge y lo saluda con afabilidad.

No noto ni un dejo de nerviosismo en ambos hombres y aquello me tranquiliza. 

— Rosita... ¿Por donde puedo empezar? — Don Jorge se acerca a mí y me llama la atención el nerviosismo en su voz. Su pregunta parece estar más dirigida hacia él mismo que para mí. Pero de igual forma me quedo callada. — Hay tantas cosas que quisiera decirte... Y no se por dónde empezar...

— Tranquilo, Don Jorge... Te escuchamos... — interrumpió Sebastián mientras me mira con afecto y sostiene una de mis manos. 

Me aferro a su suave tacto, como si inconscientemente necesitara ser sostenida en este momento por él.

Ese aire de misterio comenzaba a preocuparme y lo mejor es que no sabía cómo comportarme.

— Debí de habértelo dicho desde el principio cuando te ví por primera vez en la tienda... Solo Dios sabe cuanta felicidad trajo a mi vida saber que mi Lucía tenía una hija... Y que esa niña era mi hija... Una hija que hasta hace poco no sabia que existía y que ahora amo con todo el corazón.

— Disculpa pero ¿De que niña hablas? — él se acercó más a mi y mirándome a los ojos respondió.

— De tí. Eres mi hija... No te lo dije antes porque no estaba cien por ciento seguro; pero cuando llegaste a trabajar conmigo, uno de los requisitos era hacerse una prueba de sangre; ya sabes, cosas de rutina; y al hacérselo también aproveché para hacerme la prueba de paternidad y ahí fue cuando confirmé mis sospechas... No te lo dije antes porque no sabía cómo hacerlo, fui un cobarde

— No digas eso — las palabras me salen entre cortadas — desde niña siempre quise saber quién era mi padre, quería compartir con él, jugar, ya sabes cosas de niña; pero mi mamá siempre me lo negó, nunca habló de ti ni dónde estabas o porqué ella era madre soltera. Pará ella solo eramos nosotras dos...

— Todo tiene una justificación... — contesta rápidamente — Yo cometí muchos errores con tu madre y algún día le tendré que pedir perdón... — y de sus ojos baja una tímida lágrima. — pero tú ¿Podrás perdonarme...?

— Te perdono... — susurré mientras lo abrazo fuertemente.

— Te amo hija mía...

— Y yo a ti...

El corazón se me ensancha en el pecho y reconozco la sensación de liberación: perdón... 

Así como Sebastian me perdonó, como yo lo perdoné a él, hoy perdono al papá que siempre quise y que por muchos años más espero tener.

A veces nuestras acciones siembran espinos a nuestro alrededor; en nosotros está el perdonar o no para que estas espinas, no ahoguen al amor.

FIN



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En el texto hay: humor, mentiras, romance

Editado: 18.09.2022

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