Rosas de Sangre

? Capítulo 7 – El monstruo que mata por ti

La noche cayó sobre la ciudad como una amenaza.
El evento benéfico del alcalde era la excusa perfecta para mostrarse como la pareja perfecta.
Vestido crema con flores bordadas, Isa caminaba del brazo de Elías como si no estuviera odiando cada segundo.

Pero esa noche… no era solo una fachada.
Había ojos sobre ellos.
Y uno, en particular, quería verla muerta.

Todo pasó en segundos.

Un camarero se acercó con una copa de vino.
Isa apenas la rozó cuando Elías —rápido como una sombra— la tiró al suelo con una fuerza que le arrancó el aire.

CRACK. Un sonido seco.
El vidrio estalló.
La copa estaba envenenada.

Gritos. Caos. Guardias.
Isa aún en el suelo.
Y Elías… fuera de control.

Lo vio.
Por primera vez.

El monstruo.

Atrapó al camarero con una mano al cuello. Lo levantó del suelo como si no pesara nada.
No gritó.
No preguntó.

Solo golpeó.

Una, dos, tres veces.
Hasta que el rostro del hombre fue irreconocible.
Hasta que Isa lo tocó.

—¡Elías!

Su voz fue suficiente.
Él se detuvo.
Respiraba como un animal salvaje. Con la mirada inyectada de furia. Con las manos manchadas.

Y entonces la vio.

A ella.
Suave. Con el vestido arrugado.
Temblando.

—No estoy temblando por ti —susurró Isa—. Estoy temblando por lo que vi.

Él no se disculpó.
Jamás lo haría.

—Yo mato por lo que me pertenece.

Ella lo miró fijo.
Desafiando.

—¿Y quién te dijo que yo te pertenezco?

—Nadie.
—Entonces no lo olvides.

Horas después…

El pasillo de mármol estaba oscuro cuando Isa empujó la puerta de su habitación.
Y él ya estaba adentro. Esperándola.

—¿Qué haces aquí? —susurró.

—Aún estás temblando.

—Y tú aún tienes sangre en las manos.

Silencio.

Elías caminó hacia ella. Despacio. Como si la habitación pudiera arder si se movía demasiado rápido.

—Podrías haber muerto.

—¿Y te habría importado?

—No lo sé.

Isa rió. Una risa rota.
—Al menos eres honesto.

—No. No lo soy —confesó él, y la miró con algo que parecía… algo peligroso.

Culpa.
Deseo.
Necesidad.

—No soy un buen hombre, Isa.

—Lo sé —dijo ella, bajando la voz—. Por eso me gustas.

Y entonces él la besó.

No fue dulce.
No fue tierno.
Fue una advertencia.
Y una promesa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.