Rosas de Sangre

? Capítulo 11 – El ajedrez no se juega con fuerza

La tensión en la sala era palpable.

Dario, Marco, y los demás lugartenientes de Elías la miraban con un desprecio disimulado.
Para ellos, Isa era una muñeca con voz.
Y eso era peor que una amenaza con pistola.

Pero ella no se inmutó.
Sentada junto a Elías, con su vestido azul celeste y una libreta entre las manos, parecía más una secretaria que una estratega.
Hasta que habló.

—La ruta del sur está comprometida desde hace tres semanas —dijo con calma—. Lucien no necesita atacarlos de frente si ya controla la frontera con los colombianos.

Marco rió con desprecio.

—¿Y de dónde sacaste esa información, muñeca? ¿De una revista?

Isa lo miró, inclinando la cabeza como si fuera a regalarle un caramelo.

—No, Marco. De tu cuenta bancaria.
La transferencia que hiciste el miércoles al chofer de Camilo Rojas tiene una firma digital ridículamente fácil de rastrear.

Silencio.
Duro. Espeso.

Marco se puso pálido.

—¿Estás diciendo que me vendí?

Isa sonrió.

—No. Estoy diciendo que eres estúpido.
Venderte es otra cosa.

Elías no dijo nada.
Pero su mirada era como acero fundido.
No por Isa.
Por Marco.

—¿Qué propones? —preguntó Elías sin mirarla, como si no quisiera darle demasiado poder con su atención.

Isa pasó las páginas de su libreta.

—Hay que cortar la conexión de Lucien con los puertos secundarios. Usar a los hermanos Varga como pantalla, recuperar la ruta este disfrazando los cargamentos como ayuda humanitaria. Nadie va a buscar cocaína en cajas con logotipos de la Cruz Roja. Al menos no por un mes. Lo suficiente para volver a estabilizar las entregas.

Dario se cruzó de brazos.

—¿Y por qué deberíamos confiar en una mocosa con perfume a lavanda?

Isa lo miró, despacio.

—Porque yo crecí con Lucien.
Sé cómo piensa.
Y ustedes… aún creen que lo conocen porque alguna vez le dispararon.

Dario no pudo contestar.

Elías se levantó. Caminó hasta la ventana.
Y por un segundo, todo quedó en pausa.

—Implementen el plan —dijo sin girarse.

Isa ni siquiera pestañeó.
Solo cerró su libreta con un pequeño “clic”.

Los hombres se dispersaron como sombras incómodas.
Pero Marco no se movió.
Se quedó ahí, observándola con rencor.

Cuando todos salieron, Elías se acercó por detrás.

—Acabas de declarar la guerra a mis hombres —le dijo en voz baja.

—Tú ya estabas en guerra.
Yo solo decidí no quedarme sentada.

Él no dijo nada por un momento.
Y luego, con un tono que nadie más que ella escucharía:

—No te equivoques, Isa.
Eres lista.
Pero si uno solo de ellos levanta la mano contra ti…
yo no voy a contenerme.

Ella se giró, y con una calma helada, respondió:

—No quiero que te contengas, Elías.
Quiero que me dejes arrancarles la lengua yo misma.

Y esa fue la primera vez que él la vio de verdad:
no como su prometida.
No como su debilidad.
Sino como su igual.




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